El proceso. Franz Kafka
En: Obras completas I: Novelas. Galaxia Gutenberg: Barcelona, 1999, pp. 461-687.
Por J. Teresa Padilla
No pensaba hacer una reseña de
El proceso. Los clásicos intimidan, por sí mismos y porque ya hay sobre ellos infinidad de sesudos estudios y máximamente autorizadas opiniones que parecen haberlo dicho todo: o todo lo que merece ser dicho o lo más esencial de lo que cabe decir. Lo que pueda añadir yo, una
mindundi, o no interesará absolutamente a nadie o, lo más probable, ya haya sido dicho mil veces. Pero hoy me he levantado rebelde y todo esto (en realidad, todo a secas) me da igual. No ser nadie no me priva, digo yo, del derecho, ejercido con tanta frecuencia como falta de brillantez por tantos sesudos estudiosos y autorizados críticos, a expresar las conclusiones de una lectura propia como si fuera la primera en llegar a ellas. De manera que sí, que me lanzo cual descubridora de una rareza literaria ignota a mostrársela al mundo.
Mi lectura de
El proceso tuvo lugar el verano recién pasado, aprovechando el encierro obligado por el fuego que despedía el cielo y que, tras ser absorbido por el asfalto madrileño, amenazaba con hornearte de forma exquisitamente uniforme al menor conato de escapada. Ahí quedó, en reposo y maduración, mientras acompañaba a
Carrère en sus melopeas de vodka por la Rusia profunda y me sumergía (y sumerjo) con
Pessoa (o Soares) en la desasosegante condición de espectador irónico de uno mismo y del mundo. De ambos hechos ha quedado constancia en este blog. De lo que no he dado cuenta es de que por el camino también encontré una
entrevista a
Lobo Antunes en la que, entre otras cosas (básicamente
boutades), afirmaba que le aburría mortalmente
El libro del desasosiego y se preguntaba, generalizando a partir, suponemos, del caso Pessoa, si era posible que un buen escritor no hubiera follado nunca (sic). Sus palabras a punto estuvieron de lanzarme a una réplica destinada a aparecer, obviamente, en la sección “Diario de una bruja”, pero luego me acordé de su
Tratado de las pasiones y tuve que reconocer que era (y supongo que sigue siendo) un buen escritor. De forma que, de la indignación por la intromisión en la intimidad sexual de Pessoa (con el que ahora mismo vivo un idilio en el que no admito de momento injerencias externas), pasé a la depresión por los estragos que pueden causar en los varones, hasta en los más brillantes, los años y las disfunciones prostáticas. Eso suponiendo que su cretinismo no fuera innato, hipótesis esta última que me llevaba a la reflexión igualmente deprimente de que, follador o no, se podía ser un buen escritor y un perfecto imbécil. En fin, que descarté la entrada en cuestión: ando últimamente bastante saturada de estupidez propia como para enfangarme en la ajena.