jueves, 20 de abril de 2017

¡Marchando una de listas!



Por Esperanza Goiri

Odio las listas, pero mal que me pese vivimos rodeados de ellas. ¿Quién, papel y lápiz en ristre, no las ha hecho alguna vez en su vida? Su apariencia es inofensiva e inocente. Al fin y al cabo no son más que una enumeración en forma de columna de personas, cosas o cantidades elaborada con un propósito determinado.

Las hay de todo tipo y condición. Está la de la compra, que se supone debe redactar un consumidor responsable, antes de salir de casa, para no caer en adquisiciones inútiles y superfluas. Siempre me han fascinado e inquietado, a partes iguales, esos compradores que desembarcan en el supermercado y con disciplina germánica van metiendo en su carro o cesta los productos pertinentes mientras los tachan con determinación en su listado. No dudan, no se dejan tentar ni seducir. Los ves en la caja repasando su nota, comprobando que no hay nada más ni nada menos que lo previsto. Tengo que confesar que a mí nunca me ha valido de mucho. A veces, porque llegado el momento no la encuentro, bien por habérmela dejado pegada en la nevera con un imán, o por no aparecer en la maraña de objetos que llevo en el bolso; o incluso porque, al haberla redactado con prisa, no entiendo mi propia letra. Otra modalidad, digamos culinaria, es el listado semanal de menús. Hay gente que sabe de antemano lo que va a comer cada día. Nunca lo he comprendido. Imagínate que te toca fabada pero lo que de verdad te apetece es un buen par de huevos fritos, o te has olvidado de poner las alubias en remojo la noche anterior, o resulta que te llama una amiga para comer fuera. Pues eso.

La variedad de listas utilitarias es casi interminable: para decidir lo que llevar en la maleta, de tareas a ejecutar, de llamadas o correos por responder, del material escolar que necesita tu hijo, de ingredientes para una receta… Suelen ser las que más frecuentemente se elaboran. Es cierto que sientes satisfacción cuando vas marcando lo ya realizado, pero siempre hay algún elemento pendiente que rodeas con un círculo y brilla con luz propia, burlándose de ti, lanzando un mensaje subliminal: “Aquí estoy, no has sido capaz de cumplir; ¡floja!, ¡vaga!”. No sé cómo reaccionáis vosotros en estos casos, yo tiro la lista a la papelera mientras, parafraseando a Escarlata O`Hara, digo en voz alta: “Ya pensaré en eso mañana”.

Luego están las de buenos propósitos y objetivos por conseguir. Se suelen hacer a principios de año, tras fechas señaladas, berrinches y desengaños varios o, al contrario, tras una buena racha que hace que te vengas arriba y te veas capaz de asumir metas y retos ambiciosos. No les voy a dedicar muchas líneas. Todos sabemos que al leerlas, pasados unos meses, provocan ataques compulsivos de risa por su ingenuidad, o amargos llantos tras tomar conciencia de la cruda realidad.

No podemos olvidar las, llamémoslas así, listas sociales. Suelen ser una pesadilla. ¿Quién no ha hecho “encaje de bolillos” para cuadrar una lista de invitados? ¿A quién incluyes o dejas fuera, dónde pones el límite? ¿Tiras la casa por la ventana o reduces sin piedad? Siempre hay damnificados, amigos y familiares que no entienden su exclusión. No digo nada cuando se trata de cumpleaños o eventos infantiles. Los que tienen niños saben de lo que hablo. Las miradas asesinas de los padres despechados te acechan en la puerta del cole. Eso cuando no eres sometida a un chantaje emocional de libro para que Pepito o Lucía sean incluidos a toda costa en el festejo. Y qué me decís de las bodas, esos tiras y aflojas entre las familias de los contrayentes. Ese horror de confeccionar las listas de las mesas teniendo en cuenta la afinidad o antipatía entre los comensales.

Además de estas listas en las que hay cierto grado de voluntariedad e iniciativa propias, hay otro grupo que no dependen de nosotros y son las más inquietantes. Vamos a por ellas. Vuelvo a sudar la gota gorda cada vez que recuerdo la lista de admitidos al centro escolar que queríamos para nuestro hijo. Tras pagar tres años una escuela infantil privada (no había plaza en ningún centro público ni concertado) y muchos nervios y gestiones, por fin conseguimos la ansiada plaza en un colegio subvencionado.

¿Hay algo más desesperante que engrosar la lista de espera para una intervención médica importante? ¿Y los listados de víctimas y supervivientes de un accidente o un atentado? Salvando las distancias, todavía me acuerdo de la tensión que recorría mi clase cuando la señorita Lola iba leyendo con lenta cadencia nuestros nombres hasta que se paraba en uno al que preguntar la lección o sacar a la pizarra. Los soldados, presos y alumnos son controlados por el sencillo método de “pasar lista”. Pero las más misteriosas son las denominadas “listas negras” en las que se inscriben los nombres de personas o entidades que se consideran peligrosas. Según quién las elabore, a veces es un orgullo formar parte de ellas.

Hay las de admitidos y excluidos de una oposición, una beca, una vivienda social… Las frívolas, como las de las más guapas o elegantes entre las famosas, o esas que proliferan tanto en redes: los diez restaurantes o ciudades que no puedes dejar de visitar, listas de éxitos literarios o discográficos, los cinco complementos que debes llevar esta primavera para no estar out. Así podríamos llegar hasta el infinito y el más allá, donde, aunque nadie lo ha podido confirmar, no me sorprendería que San Pedro nos preguntara cómo nos llamamos y, tras consultar una lista interminable, nos dejara franquear las puertas del cielo o, con cara de circunstancias, nos remitiera a los dominios de Pedro Botero.

En fin, que me voy pitando a tachar de mi relación de tareas una: escribir entrada para Diarios.

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