jueves, 22 de febrero de 2018

Desgana


Sepultura de Antonio Machado y su madre en Collioure. Foto: Ramón Puig

"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar" (última estrofa de Retrato (XCVII), en Campos de Castilla (1907-1917), grabada en una placa sobre su sepultura).

Por J. Teresa Padilla

Esta semana me ha vencido la pereza. La pereza y un poco la desesperanza. O el escepticismo. A lo mejor todas estas emociones (¿podrá considerarse el escepticismo una emoción?) ya van incluidas en la pereza. Según el diccionario la pereza se vence sacudiéndola. Como una alfombra o un mantel. Más lógico sería que el objeto directo no fuera ella, sino nosotros, y que nos sacudiéramos a nosotros mismos, justamente en un violento desperezamiento más que nada íntimo. A lo mejor es que no es pereza la palabra. Está demasiado ligada al cuerpo y sus músculos, y a las obligaciones y compromisos que nos pesan y, a menudo, nos vencen en (¿o será con?) la pereza.

No, no es la pereza lo que me ha vencido exactamente hasta las 11 de la mañana del día de hoy, en que escribo estas líneas. Escribir para mí ni es una obligación ni un compromiso. Tampoco requiere un esfuerzo físico digno de mención. Lejos de ser una carga, es la forma que he encontrado para quitarme algunas de encima. ¡Desgana!, ésa es la palabra: falta de deseo, de apetito o voluntad que conduce a la inacción. Palabra mucho más expresiva o plástica que el tedio o el ennui de Pascal, por mucho que tiente la pedantería. Ganas, esa palabra, como decía Unamuno, tan castiza, es lo que hay que tener para vivir, el presupuesto de cualquier acción, incluso la de matarse, imposible si no sientes ganas de morir. Las ganas las tienes o no. Claro que también existe la paradójica expresión de no darnos la gana de hacer nada: en ella se mezcla una voluntad explícita de renuncia a cualquier otra voluntad que no sea la de noluntad.

Estoy jugando, lo sé. Soy una escribiente egoísta. Pienso más en mi propio placer, a veces sólo lúdico, otras más apolíneo (si es que se puede llamar así al placer que no se sigue de la jovialidad o la ligereza), que en un potencial lector. Pero estaréis conmigo (espero) en que era la forma menos aburrida de explicar por qué había decidido aprovechar que se cumplen hoy, 22 de febrero, 79 años de la muerte en el exilio francés de Antonio Machado para contaros brevemente una anécdota familiar y transcribir un poema del autor con un especial significado personal.

Mi padre era un poco poeta. Era también un poco pintor y hasta actor, aunque cuando yo le conocí, no escribía y apenas pintaba (mucho menos actuaba): el bricolaje, bastante artístico por lo original y minucioso, terminó siendo la ocupación que se le permitió desarrollar sin trabas, pues, al fin y al cabo, estaba justificada desde un punto de vista pragmático. No disfrutó de facilidades para desarrollar ninguno de sus posibles talentos, aunque tampoco tuvo el tesón para centrarse y apostar fuerte por una vocación. A su manera rebelde se amoldó a lo que se esperaba de él. De él y de cualquier otro, que es lo malo.

El caso es que durante un tiempo consiguió dar cierta satisfacción a su vocación poética y a la actoral, o, más exactamente, por la dirección de actores. Tal oportunidad vino propiciada por la adquisición de un magnetófono. A mis hijos tendría que explicarles lo que es. A la inmensa mayoría de vosotros, por suerte o desgracia, seguro que no. La finalidad principal de aquel aparato monoestereofónico era, sí, oír algo de música (villancicos y coplas, que yo recuerde), pero, sobre todo, grabar, para lo cual tenía un micrófono como los de los locutores de la tele (o casi). Mi padre cogió a cada uno de sus tres hijos, pero especialmente a mí, que para eso era la niña de sus ojos (con los ojos de su madre, o sea, mi abuela, como no paraba de recordarme), y nos hizo aprender de memoria a cada uno algún poema y declamarlo adecuadamente, tras lo cual nos grabó para gozo y disfrute de la posteridad. Siempre se me olvida buscar en mi casa familiar las cintas, que seguro que mi padre, tan ordenado, guardó en algún compartimento de aquellos que manufacturó para convertir un soso mueble bar en un escritorio con cajones y espacios para cualquier tipo de material de escritura imaginable. Yo saqué dos cosas de esta experiencia: descubrí que mi voz no sonaba como yo la oía, sino espantosamente peor, lo que me acomplejó un tanto, pero también me sirvió para tener presente siempre que, en general, una no es para los demás la persona que cree que es. La cosa se las trae y por eso lo dejo así, que si no me salgo del tema de este texto.

Había decidido, pues, debido a mi desgana, limitarme a compartir aquel poema de Machado que, dirigida por mi padre, declamé ante aquel maravilloso micrófono cuya imagen, si no se me ha borrado ya, nunca lo hará. No es el único poema que grabé, pero sí el único que aún recuerdo. A pesar de todo, lo he buscado en mi ejemplar de Poesías completas para no equivocarme al transcribirlo:

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada" (Soledades (1899-1907). XI).

Así hubiera acabado esta entrada, si no fuera porque dentro de este libro he encontrado una cuartilla blanca arrancada de un cuaderno de espiral en la que aparece escrito, con una letra que reconozco como la que fue mía y perdí hace muchísimo tiempo, lo que parece un poema. Sin autor expreso. Tras "guglearlo" (perdón por el palabro) por si era una copia manuscrita de la obra de otro, todo parece indicar que lo escribí yo. Estas cosas, algo aterradoras, pasan cuando hojeas tus libros de 1980.

He decidido compartirlo. No creo que valga nada. A mi edad se pierde bastante la vergüenza y yo, particularmente, no tengo reputación que salvaguardar. Así pues, que quede grabado aquí (como aquella voz mía que soñaba caminos machadianos lo está) que un 22 de febrero, en el aniversario de la muerte de un poeta, me encontré con parte de la que en un tiempo debí ser y no me reconocí. Como no reconocía ni reconozco mi voz grabada. Con la esperanza, vana probablemente, de que otro sí pueda y me confirme que sí, que ésa soy yo.

Las cosas se derrumban,
los muros se derrumban,
las gentes se derrumban.
Piedra a piedra hasta hacerse arena
se derrumban.
Y cuando son arena
se moldean.
Y se pisan.
Suaves cojines de cuerpos más fuertes.

Todo se derrumba.
Todo se hace arena.
Todo se moldea.
En la playa
la ola abofetea.
En la montaña
el aire ahoga
(ahoga o raja),
ahoga y raja .

No eres viento,
Ni eres ola,
Ni muro que se derrumba.
Pero que se derrumba
todo, recuérdalo.

(Dedico esta entrada a Carmen, que esta mañana recordaba en Facebook que tal día como hoy nació su padre en un capicúa insuperable. Por poco inteligible que sea, me ha inspirado un texto que no sabía las ganas que tenía de escribir).

2 comentarios:

  1. Yo crecí con Machado. En casa de mi madre hay diversos ejemplares de sus Poesías Completas, pero sobre todo un libro encuadernado en rojo, que leí y releí, aunque mi padre se encargaba a menudo de recordarme que, por el año de edición, aquellas Poesías Completas no eran tales, sino que estaban censuradas. Muchos años después me regaló la edición completa, que abarcaba cuatro tomos. Un tesoro. Lo mío por Machado es devoción.
    P.D: Por cierto, que yo también recuerdo haber escrito algo parecido a poesía alguna vez. No tan buena como la tuya, claro, jejeje.

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    1. Qué suerte. Tendremos q comparar edicio es para asegurarme de si mi edición es realmente completa. Todos hemos escrito poesías a una edad, poesías no evaluables en mi opinión. Por qué, ésta si q es una buena pregunta. La q encuentre antes una rspuesta, la escribe. ¿Trato hecho?

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