jueves, 31 de mayo de 2018

Mejor que nunca

Por Marisa Díez


Aún falta casi un mes para que comience de manera oficial el verano y, sin embargo, yo tengo más calor que nunca. En plena noche o a la luz del día, sin aviso previo, me ataca el sofoco. Entonces me pongo a buscar como una loca cualquier chisme que sirva para abanicarme. Bueno, confieso que esto sólo lo hago cuando estoy en casa o en un lugar en el que no me observe nadie que no sea de mi absoluta confianza. Pero si me ocurre, por ejemplo, mientras disfruto de una cervecita en una terraza o en un bareto del barrio, disimulo como puedo, miro hacia otro lado y salgo disparada hacia la calle o el cuarto de baño. Cualquier cosa menos manifestar en público que estoy en esa edad en la que mi temperatura corporal va por libre y el calor que yo siento es independiente de los grados centígrados que marque el termómetro. A mí me ha dado la sofoquina en plena noche helada del mes de enero. Es lo que hay. Ya me he acostumbrado. Con todo, esto no es lo peor.

También lloro a todas horas, y también, por supuesto, cuando nadie me ve. Puede ocurrir un instante después de un ataque de risa. Tampoco es raro que la lágrima se me escape sin control ante cualquier estupidez que contemple en la tele o si alguien me lleva la contraria sin demasiados argumentos. Soy capaz de alterarme o gritar como una posesa ante un suceso imprevisto al que no encuentro explicación. Luego se me pasa y me arrepiento de no haber contado hasta diez, pero ni se me ocurre pedir perdón. Bastante tengo con lo mío.

Además, me duelen los huesos. Me levanto del sofá como mi madre, casi a rastras, y si he pasado demasiado tiempo sentada necesito engrasar mis articulaciones. Entonces echo en falta esa especie de tres en uno que se aplica a la puerta que chirría o la persiana que se atasca. La presbicia me está respetando más que a la media de mi generación, supongo que gracias a la miopía que he sufrido durante años. Pero tampoco veo bien, eso es evidente. De la boca no hablamos; he decidido posponer indefinidamente mi visita al dentista. Hasta la dentadura postiza, nada de nada.

Por lo demás estoy bien. Es una edad, digamos, diferente. Te pasan cosas que no te han ocurrido nunca. Disfrutas de alergias que antes jamás habías sufrido. Si sales una noche de juerga, necesitas aproximadamente una semana para la recuperación total. Te encuentras con gente a la que hace años que no ves y no los reconoces, porque hay que ver lo mal que se conservan los demás, no como tú, que estás como una rosa. Con achaques, pero como siempre. Bueno, ahora también te tiñes y hasta te tienes que depilar esos pelillos que te salen en la barbilla porque, si te descuidas, ahora, aparte de bigote, también tienes barba.

Pero ya digo, sin contar esas pequeñas cosas, me encuentro bien. Las manchas de la cara parecen expandirse sin control y la piel necesita una dosis extra de crema hidratante para no parecer algo similar a la lija. Son sólo eso, pequeñas cosas. Nada importante.

Así que es cierto, estoy en la menopausia, pero no pienso esconderlo ni silenciarlo como si fuera un tabú. Más bien me parece la edad perfecta para realizar los sueños que desde siempre se nos quedaron en el limbo. Para llamar a las cosas por su nombre y dejar de callarse ante las injusticias. Llegados a este punto nos da lo mismo ocho que ochenta, lo cual es una ventaja, lo mires por donde lo mires. Estás en ese momento de tu vida en el que no aguantas más allá de lo imprescindible a todas aquellas personas que no te aportan nada y desarrollas una capacidad especial para mandar a paseo a quien perturba tu tranquilidad y equilibrio. De acuerdo, convivimos con achaques, pero son únicamente físicos. Nuestra mente está despejada, y abierta a experiencias nuevas que cubran nuestra cuota imprescindible de emoción y sorpresa. Soy mayor depende de para qué, según se mire. Me siento querida, a más de una le gustaría estar en mi lugar y hasta es posible que alguno me haya convertido en su objeto de deseo. Ya sé que esto último puede sonar fatal e incluso algo pretencioso; seguro que sólo es una fantasía, pero, qué más da. Ya os he dicho que estoy en la menopausia y me da igual lo que piensen y lo que hablen, porque yo me quiero más que nunca. Qué le voy a hacer, si estoy estupenda…


2 comentarios:

  1. Pero ten cuidado con lo de llamar a las cosas por su nombre. A veces no gusta. Especialmente no gusta a aquellos que te han podido conocer más diplomática y ahora pueden no entender el cambio.

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  2. Lo que no les gusta es escuchar razonamientos que no pueden rebatir porque saben que tienes razón. Pero es verdad, no están acostumbrados y les escuece. Peor para ellos.

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