jueves, 16 de mayo de 2019

Expectativas y realidad

Por Esperanza Goiri

Foto: Quimono (Pixabay)

Siempre me ha encantado el personaje de Mafalda. Me gustaba tanto que en primero de BUP forré mis libros de estudio con las características tiras en blanco y negro de Quino. Me supuso mucho esfuerzo y tiempo recortar las viñetas para que encajaran en los diferentes tamaños de los volúmenes. Después, las protegí con papel Aironfix transparente. Pero mi trabajo tuvo doble recompensa: la admiración en el cole por el original forro y el “chute” de ánimo para enfrentarme a las materias “envueltas” en las historias del precoz e ingenioso personaje.

Todo el que lee a Mafalda es consciente de que las aparentemente inocuas e inocentes historietas tienen mucha, pero que mucha “miga”. Estos días me ha venido a la cabeza una de las tiras en particular. La madre de Mafalda, ama de casa, está de limpieza general y encuentra dentro de una caja una foto suya de jovencita tocando el piano junto a una profesora que le pasa la partitura. Sonríe nostálgica y piensa: “Pobre maestra, creía que yo podría llegar a ser una gran pianista”. En la siguiente viñeta se ve cómo reflexiona y su sonrisa se transforma en una triste mueca. Mientras observa los útiles de limpieza que la rodean, se cuestiona internamente si es digna de lástima la maestra por las expectativas que depositó en su posible carrera, o ella misma ante su mediocre realidad. Sí, la mujer se ve sorprendida, a traición, una mañana cualquiera, por el duro y demoledor “lo que pudo haber sido y ya nunca será”.

Estos días observo a mi adolescente inmerso en la preparación de sus exámenes finales, haciendo múltiples cálculos de medias, sopesando qué asignaturas ponderan o no para determinadas carreras, elaborando cronogramas, leyendo folletos y artículos sobre posibles universidades, analizando las mejores salidas profesionales…, con todo el peso sobre sus hombros sobre qué camino tomar para afrontar los próximos años y su futuro. Me produce una ternura y una preocupación infinitas.

Ilustración: Cdd20 (Pixabay)
Cómo explicarle que nadie puede tener todo atado. Que lo que hoy ve blanco igual mañana lo percibe negro. Que no siempre dos y dos son cuatro. Que no es cierto que el esfuerzo sea la panacea universal. Que a veces el “tú puedes” se cumple y otras no. Que en ocasiones si las cosas previstas van mal, a la larga, es lo mejor que te puede pasar, aunque parezca una paradoja. Que muchos hemos tenido que ir de “rebajas” a la búsqueda de unas expectativas y objetivos de ocasión que luego nos han dado unos resultados más que aceptables. Que el “porque tú te lo mereces” con que nos bombardean es una entelequia. Que tendrá que asumir como un éxito lo que, para otros, en cambio, es un rotundo fracaso. Que no es tan raro e infrecuente enfrentarse como la madre de Mafalda a un presente que nunca se había planeado, pero al que no hay más cáscaras que adaptarse. En fin, que la vida está repleta de imprevistos y sorpresas.

Habrá tiempo. Ya lo irá descubriendo por sí mismo. De momento, para superar la campaña de fin de curso, me voy a limitar a surtirle, a discreción, de sus platos favoritos, de algún oportuno avituallamiento de chocolate y a escuchar, de nuevo, los pros y contras de todas las opciones. También he rescatado el cojín terapéutico de semillas para las molestias del hombro. Últimamente, esta parte de mi anatomía la tengo muy solicitada.