jueves, 15 de agosto de 2019

"Ferragosto"


Por Esperanza Goiri


Foto: Pezibear (Pixabay)

Ferragosto es el término con el que se denominan en Italia los días festivos que se celebran a partir del 15 de agosto. En esas fechas las ciudades italianas son abandonadas. Sus habitantes se dirigen en masa a la costa, a la busca de relajación y descanso. Si lo encuentran, ya es otra cuestión.

Una emotiva y preciosa película, Vacaciones de Ferragosto (Gianni di Gregori, 2008), aprovecha esas circunstancias de soledad y vacío que anegan la ciudad de Roma para contarnos la historia de un maduro hombre en paro que vive con su madre viuda en un piso del Trastevere. Su pequeño e íntimo mundo se ve alterado cuando el administrador de la finca le propone un trato. Le perdona los numerosos recibos impagados de la comunidad a cambio de que cuide de su madre para irse él de vacaciones. Accede, pero además de la mamma le encaja también a una vieja tía. Por si fuera poco, el médico de confianza de la familia le pide que atienda a su madre ese Ferragosto. Se siente obligado a aceptar por los desvelos del galeno con su propia progenitora. El piso pasa a ser ocupado, literal y metafóricamente, por cuatro ancianas. Sus necesidades, preocupaciones y la interrelación entre ellas plagada de complicidades y controversias, generan un peculiar microcosmos en el que el único varón deberá esforzarse por no morir en el intento.

Foto: Tama66 (Pixabay)
Los veraneos de los “españolitos” ya no son lo que eran y muy poca gente puede permitirse ahora unas vacaciones estivales de casi tres meses, como las que yo disfruté de niña. En esa época las grandes urbes quedaban adormecidas a la espera, en septiembre, de un beso que las sacase de su letargo para volver a la vida. Sin embargo, estos días me ha venido a la cabeza el filme del que hablaba porque, sin llegar a los extremos de antaño, en que era complicado comprar el pan o el periódico en pleno centro de Madrid, lo cierto es que agosto sigue siendo el mes de ocio por excelencia, y se nota. Especialmente, en el puente del 15 de agosto que es nuestro particular Ferragosto. La ciudad cambia de apariencia, desaparece la gente y surgen, como champiñones, obreros en miles de obras, públicas y privadas. La vida funciona como a cámara lenta. Pasan a ser protagonistas los que no pueden o a los que no les dejan salir de descanso. Ancianos, enfermos, malos estudiantes, trabajadores temporales, parados que no pueden evadirse de su desempleo, mascotas que se convierten en una molestia, todos son dejados atrás. Los que tienen suerte quedan al cuidado de alguien. Los que no, a su albur. Atrás quedaron esos tiempos en que la familia al completo, incluidos abuelos, bichos y plantas se metían, como podían, en el utilitario de rigor y viajaban incómodos, pero juntos, a la búsqueda de un respiro. Los informativos escupen continuamente imágenes de humanos acalorados y amontonados en playas atestadas en las que se ve cualquier cosa menos la arena. En las redes, anónimos y “famosetes” nos ofrecen un variado muestrario de muslos, pechugas, torsos y glúteos con la excusa del verano. A mí esas instantáneas solo me provocan una pereza tremenda. Es cierto, quedarse en agosto en Madrid tiene sus inconvenientes, pero también muchas ventajas. Hoy me espera un paseo con mi perro, Vito, por el Retiro que, en estos días, pasa de ser un parque público a nuestro jardín particular. Luego, cena en buena compañía sin necesidad de reservar mesa y aparcando, gratis, en la puerta. Si se tercia, remataremos con un gin tonic al amor de alguna terraza refrescada por la brisa nocturna de las noches agosteñas. ¿Se puede pedir más? Feliz Ferragosto a todos.