miércoles, 10 de febrero de 2016

Una tumba para Boris Davidovich

Una tumba para Boris Davidovich. Danilo Kiš.

Acantilado: Barcelona, 2010 (2006). 192 pp. 15 euros.


“Les dije que no los rompieran, pues muchos libros no eran peligrosos, que solamente escondía peligro uno de ellos; y que la lectura de muchos libros llevaba a la sabiduría y la lectura de uno solo llevaba a la ignorancia, armada de la demencia y del odio” ("Los perros y los libros" en Una tumba para Boris Davidovich).

Por J. Teresa Padilla

La Historia (con mayúscula porque se identifica con el devenir de la Idea, la Razón, el Sentido y, por ello, puede considerarse el esqueleto de cualquier ideología) aspira a la intemporalidad, que no debe entenderse como un estar fuera del tiempo, sino como un abarcarlo por entero. La Historia es pasado pero proyectado siempre utópicamente hacia un futuro siempre diferido. Por su parte, “el hombre no es más que una partícula de polvo” temporal, perecedera y prescindible “dentro de un océano de intemporalidad”. Esta es la gran mentira, en muchos aspectos todavía vigente, en nombre de la cual la Historia se siembra de dolor, locura y cadáveres.

Una tumba para Boris Davidovich (1976) se subtitula “Siete capítulos de una misma historia”. Una historia, pero siete vidas y siete relatos diferentes sobre lo que es siempre uno y lo mismo y sobre lo que nunca lo es. Ésta es la rebelión literaria contra la gran mentira: negarse a contarla a ella misma, y dirigir la mirada a las “partículas de polvo” que flotan en ella porque, ésta es la apuesta, sólo ellas pueden poner al alcance de nuestra comprensión la magnitud de la perversidad encerrada en esa gran mentira que se llama Historia.

Poco importa si los protagonistas de estos siete relatos existeron o no. Se alude a una documentación existente aunque obviada (una “pesadilla de documentación que no hace más que enterrar la historia”), pero también se nos recuerda en uno de los relatos (“Los leones mecánicos”) que un personaje ficción no es lo contrario a un personaje real, sino al personaje histórico (el mero peón, más o menos relevante, de la Historia). Al fin y al cabo Kiš no escribe un ensayo ni tan siquiera una serie de semblanzas periodísticas, sino una narración (o siete) en la que se aspira a una verdad que la constatación de los hechos no alcanza nunca. Una verdad en nombre de la cual la literatura esgrime su derecho a existir (puede que hasta su deber de hacerlo) frente al estudio estrictamente histórico.

Prácticamente ninguno de los siete protagonistas de estos relatos puede considerarse víctima inocente de la Historia. Casi todos fueron también, en una u otra medida y por razones muy diversas, verdugos a su servicio. Y así el relato de sus vidas, a la vez que desvela el mecanismo atroz y mendaz con el que aquélla avanza, también muestra las actitudes, personalidades, sentimientos y valores personales que los convirtieron un día en cómplices de la misma. Muy diferentes entre sí, lo que comparten ni tan siquiera es la muerte (los hay que sobreviven), sino que todos sin excepción mueren o sobreviven en la mentira y por ella. Aunque, de nuevo, no todos igual.

Éste es el “pensamiento peligroso y herético” que Boris Davidovich fue “capaz de encontrar en su corazón”: Sí, puede que el hombre no sea nada, pero “nada por nada”. La intemporalidad en la que sólo es una mota de polvo y a la que debería servir es una gran mentira, una nada aún más opaca que él mismo y que, por ello, se oculta tras múltiples disfraces (antisemitismo, nacionalismo, komitern…). Así que sólo le queda un último dilema: “aceptar la temporalidad de la existencia en nombre de esa valiosa revelación que tan cara le había costado (que excluía toda moralidad y que, por tanto, era libertad absoluta) o bien, en nombre de esa misma revelación, entregarse al abrazo de la nada”.

Algunos, como Miksa, el aprendiz prodigio de sastre que oculta un no menos hábil matarife, se entregan a ese abrazo bajo la paternal mirada del retrato del tirano. Otros, como el propio Boris, buscan la forma de salvarse a sí mismos, aunque sea en la muerte. Porque su tumba es un cenotafio, una tumba vacía que, precisamente por serlo, pretende acoger y honrar lo único que de verdad merece serlo: “el alma es el alfa y el omega, a ella es a quien hay que construir el santuario”.

2 comentarios:

  1. Escritor muy sabio Danilo Kiš.Lo invisible de la realidad; ya lo dice en 'Consejos a un joven escritor',“no te fíes de las estadísticas, de las cifras, de las declaraciones públicas: la realidad es aquello que no se ve a simple vista.” Me gustó mucho 'Laúd y cicatrices', relatos que giran en torno a la muerte y que son en el fondo una excusa para hablar de la represión y los totalitarismos. Me gustan los disidentes. Otro autor en el que coincidimos, tocaya.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra esta nueva coincidencia. Está claro que las juanas tenemos buen gusto.
      No he leído aún Laúd y cicatrices,pero si conozco una cita de esta obra que es verdad (y bondad) puras: "Es deber del hombre, sobre todo del escritor, y dirá usted que hablo como un viejo, abandonar este mundo dejando tras de sí no una obra, obra es todo, sino un poco de bondad, algo de conocimiento. Cada palabra escrita es como la Creación".
      Besos.

      Eliminar