miércoles, 18 de enero de 2017

Metáfora y memoria. Ensayos reunidos

Metáfora y memoria. Ensayos reunidos. Cynthia Ozick.

Mardulce: s.l., 2016. 423 pp. 22 euros.


“Hacemos lo que podemos; damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra labor. El resto es la locura del arte”, dijo [Henry James]. ¿Qué lector, al encontrarse con estas palabras reverberantes, ya sea por primera, por décima o por centésima vez, no se las tomaría a pecho?".

Por J. Teresa Padilla

Cuesta abajo me ha parecido que terminaban yendo los ensayos recogidos aquí. Quizá porque no son tantas las ideas originales de Ozick ni tan variadas las formas en que las sostiene. No son muchas, pero son claras para la autora y objeto de una defensa en ocasiones numantina. Ahora las veremos. Yo suscribiría al cien por ciento muchas de ellas y, a lo mejor por eso mismo, se me ha hecho más cuesta arriba asistir a esa cuesta abajo, al decaimiento del interés de los últimos ensayos (últimos del libro y más recientes en el tiempo).

Por si fuera poco, en la traducción de Ernesto Montequín hay errores gramaticales (un dequeísmo en la página 400 o un “concurso de cuyo premio” que espanta en la 391) y otras opciones estilísticas probablemente legítimas (me dio pereza anotarlas), pero que complican sin necesidad la lectura de unos textos escritos con una encomiable sencillez. Vaya, que había frases muy raras. Que se use “retardado” por “retrasado” o “impiadosa” por “impía”… Bueno, me incomoda, pero ése es mi problema: un pecado inconfesable que me ha alejado de mucha y seguramente muy buena literatura hispanoamericana.

El libro comienza con un ensayo a ratos deslumbrante (“Ella: retrato del ensayo como cuerpo tibio”) en el que describe el movimiento reflexivo típico del ensayo, que a veces es puramente racional y otras sentimental y casi siempre memorístico, oponiéndolo a la urgencia frívola y superficial del artículo. Oponiéndolo y defendiéndolo de ella. El ensayo se mueve en territorios íntimos y su deambular nunca es callejero. Considerémoslo femenino, llamémosle “ella” en lugar de “él” para dar la razón al estereotipo, aunque deberíamos saber que es falso. Porque ésta es otra de las ideas que, sin constituir nunca un tema principal, aparece en varias ocasiones y diferentes ensayos. Ozick defiende el feminismo ilustrado, el de la igualdad. El mismo, por ejemplo, que yo aprendí en la Universidad, a finales de los ochenta, de la mano de Celia Amorós. El que dice que hay cosas hechas por mujeres (muchas más de las que una historia escrita por ellos nos ha mostrado), pero no una forma específicamente femenina (ni masculina) de hacer las cosas. El feminismo clásico (así lo llama Ozick, ilustrado o moderno lo llamábamos nosotras) defiende la individualidad y mayoría de edad de cada una de las mujeres. Nada que ver con la hermandad (“sororidad” la denominan hoy para dejar bien claro el género de la fraternidad, aunque, puesto que el diccionario incluye el adjetivo “sororal”, debería decirse “sororalidad”) y el activismo epatante tan en boga. Me temo que nos faltaban lemas y consignas ofensivos. Nunca se nos ocurrió usar nuestros pechos desnudos como armas reivindicativas. No veíamos mal piropear a nuestros compañeros de vez en cuando para reírnos de su sonrojo tan poco “masculino”. Pero no porque quisiéramos ser como ellos. Ni como ellos ni como ellas. El enemigo era justo ése: el modelo impuesto. El que se nos imponía a nosotras era más opresor, pero tampoco el masculino era liberador, así que podíamos y debíamos ir juntos en esto. Queríamos ser nosotras mismas, descubrir lo que éramos. Y, en realidad, pedíamos lo mismo para nuestros compañeros. Ahora te asomas a las redes sociales y todo parece reducido a un partido de fútbol entre dos equipos igual de poco atractivos que sólo interesa a hooligans.

Cynthia Ozick (1986). Foto: Ricki Rosen
Un excurso un poco largo que simplemente da testimonio de lo que me ha alegrado reencontrarme con este feminismo de mi juventud en varios momentos de esta obra. Aunque sus temas principales sean otros, literarios, claro está. Con ironía se desentrañan, por ejemplo, las diferencias entre los escritores-chamanes y los escritores-ciudadanos (“Sobre el permiso para escribir”). Con dureza se crítica el arte y la literatura narcisistas, autorreferenciales y amorales: la vida y la literatura, la realidad y la ficción, guardan una relación muy compleja, pero no son nada realmente fuera de la misma. En “Metáfora y memoria” se nos describe de un modo pedagógicamente impecable el contraste entre el modelo griego y el judío de metáfora, así como la superioridad del segundo, que se apoya en la memoria y es, en el fondo, el que más y mejor se ha practicado.

En la segunda parte, en la que los ensayos giran en torno a diversos autores, los textos se vuelven más irregulares y reiterativos. Es dura la crítica a Susan Sontang como la ensayista que favoreció el todo vale postmoderno que tanto repele a la autora (con razón, añadiría si mi opinión importara). Lo que dice en este texto (“De la discordia y el deseo”) sobre Patti Smith y la nivelación entre “baja” y “alta” cultura ha sido refrendado este mismo año que acaba de concluir por los académicos suecos, así que la victoria sobre Sontag que Ozick
reclama (según ella, El amante del volcán constituye una rectificación en toda regla) resulta algo pírrica.

Mucho más cruel es el artículo dedicado a Truman Capote (narcisismo de principio a fin), que le sirve también para distinguir, de paso, el periodismo de la literatura sin separar la literatura de la vida. A Emmanuel Carrère (y a la legión de escritores que lo intentan emular en España) lo pondría fino.

Desmitificadora y reivindicativa a la vez es Ozick cuando habla de Sylvia Plath: el misterio estaría en su vida (sus diarios), no en su muerte (en la leyenda popular que su suicidio creó), pero el verdadero fuego que convierte todo lo demás en insignificante humo reside sólo en su poesía, la que la leyenda amenaza con ocultar.

Me niego a resumir la relación, hilarante en ocasiones, de amor-odio entre Ozick y Henry James. Porque es muy personal y está muy alejada de la mía con el señor James, que para resumir podríamos calificar de sencillamente inexistente. Por su parte, el texto dedicado a Virginia Woolf es decepcionante, seguramente por ser casi una crítica de la biografía de su sobrino, Quentin Bell. Sólo al final brilla algo ella y su contribución literaria.

Algo parecido sucede en el primero de los ensayos dedicados a Kafka, que constituye en realidad una presentación de los primeros tomos de la monumental biografía de Reiner Stach que, casualmente, hace nada ha publicado íntegra entre nosotros Acantilado. La crítica es buena, por si hay alguien interesado en enfrentarse a ella. El segundo artículo (“La imposibilidad de ser Kafka”) aborda una de las muchas posibles acepciones de esta expresión. En este caso la dificultad de traducir bien y la imposibilidad de no traducir (a Kafka y a cualquier otro).

Qué más… Ah, también encontramos a Tolstói y Dostoyevski. De lo más flojito en mi opinión. O a lo mejor no. Puede que sea yo, que les tengo especial querencia y todo lo que se diga me parece poco o muy superficial.

En resumen: ensayos muy amenos sobre la pasión por la literatura y su íntima conexión con la vida. Guerra al esteticismo, al arte por el arte, al narcisismo, a la metaliteratura, a la filosofía débil del "gusto"… Esta simpática mujer es más antigua que yo, ya os lo advierto. Tengo que hacerme con alguna de sus novelas. Tengo que verla en acción.

4 comentarios:

  1. Buena reseña esta visión general de los ensayos, Teresa. Al igual que tú creo que los ensayos de Ozick son desiguales, pero da gusto leer a esta cascarrabias con ese desparpajo y lucidez. Mis favoritos son los que tratan el significado de la escritura y el lugar de la memoria en la narrativa; sobre los escritores, el de su adorado H. James. Sí, tienes que verla “en acción”, yo la he visto en 'Cuerpos extraños' y no me ha decepcionado. Un beso, hermosa.

    ResponderEliminar
  2. A ver si termino con la pila de los recién adquiridos y tú no me dejas más, como éste sin ir más lejos, que me entretienes y así no hay manera. Me anoto "Cuerpos extraños" para empezar sobre seguro. Aunque, mejores o peores, cuando hay inteligencia y buen humor (y a esta mujer le sobran), casi cualquier título valdrá la pena.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues, si quieres, puedo "entretenerte" con "Cuerpos extraños", que también lo tengo.

      Eliminar
    2. Aléjate de mí... Lo tengo en cuenta. Para cuando acabe con los míos.

      Eliminar