martes, 24 de noviembre de 2015

Tipitesa


Por Marisa Díez

 Las primeras relaciones de amistad aparecen en tu vida de manera, a menudo, involuntaria. En mi caso particular, recuerdo a mi primera amiga desde que tengo uso de razón: era mi vecina del tercero, y se mudó al mismo portal de mis padres justo en las fechas en las que yo vine a este mundo. No sé en qué momento comencé a jugar con ella ni cuándo decidí prestarle mis muñecas, pero desde entonces hasta el día de hoy hemos conseguido, con algún altibajo sin importancia, mantener intacta nuestra relación. Ya sé que no es muy frecuente, pero a mí me ha ocurrido más de una vez algo similar. En mi círculo de amistades actuales abundan las que incorporé desde la más tierna infancia. La segunda en mi lista apareció cuando sólo tenía ocho años, en el cole, y ahí sigue todavía, también con altibajos pero sin la más mínima duda de que puedo recurrir a ella en el momento más inoportuno. La tercera la incorporé bordeando la adolescencia, a los doce años, y de ella tengo grabado a fuego en la memoria el instante en el que la conocí: durante una capea en Candeleda nos presentó su hermana y ella, muy dignamente como correspondía a la educación francesa que había recibido, me dio la mano y me soltó un “mucho gusto” que me dejó petrificada. A pesar de mi sorpresa inicial, decidí que merecía la pena darle una oportunidad y la incorporé a mi vida diaria sin ningún esfuerzo. Hasta el día de hoy he conseguido que no me soltara de la mano.

En aquellos años de juventud y hormonas revolucionadas es habitual que a cada paso vayas incorporando alguna nueva adquisición. Dos de mis compañeras de correrías en aquellos veranos inolvidables siguen en mi lista particular de personas imprescindibles, a pesar de que el propio devenir de nuestras vidas nos robara algunos años que después no hemos tenido reparo en recuperar. Y más tarde, en mi época universitaria, añadí a mi cosecha particular mis dos últimas, hasta ahora, adquisiciones importantes. De esto se han cumplido hace poco treinta años y ahí seguimos, salvando a veces incluso la barrera del Atlántico.

Y en ésas estaba, con mi círculo prácticamente cerrado, porque yo soy absolutamente conservadora en cuestiones de amistad. Pero entonces apareció nuestra Teresa, compañera de generación y de pupitre en uno de esos cursos que llaman para desempleados. En principio, compartir seis horas diarias, codo derecho contra codo izquierdo, no parecía que pudiese ir más allá de una buena convivencia. Pero al final, como el roce hace el cariño, conseguimos mantener un equilibrio entre las dos que nos permitió sobrevivir a ciertos ataques externos a los que terminamos poco menos que inmunizadas. Ya escribió ella en este mismo blog, hace unos meses, que nosotras nos parecemos más bien poco, algo así como un huevo a una castaña. Y es cierto, aunque en el fondo estoy segura de que no tenemos una percepción tan diferente de la vida. Nos gusta la independencia; en nuestra escala de valores ocupa un lugar destacado el respeto a la libertad de los demás sin menoscabar la nuestra; tuvimos una idea de lo que iba a ser nuestro futuro un poco diferente de lo que al final ha resultado; nos encanta salir a la calle y sentarnos en una terraza ante nuestras cervezas para charlar durante horas de lo divino y lo humano y arreglar nuestras vidas. Y terminamos siempre ejerciendo esa terapia que tan buen resultado nos ha dado: nos reímos, prácticamente de casi todo, porque bonito está el mundo para tomárselo en serio…

En fin, ahora Teresa no está atravesando su mejor momento. Una extraña dolencia, de origen a todas luces psicosomático, le impide estar al cien por cien en nuestras reuniones, lo cual no impide que acuda sin falta a la cita cada vez que alguno de nosotros pide ayuda para liberar tensiones y malos rollos. Hemos formado un grupo muy apañado junto con Juana, nuestra inyectora de ánimo particular; el inclasificable pero irrenunciable Jose, alias “el ilustrado” y Esperanza, a la que no podemos perder por ser una fuente inagotable de buenas vibraciones. No sabemos bien hasta dónde nos llevará nuestra aventura, pero ahí seguimos desde hace más de un año, dándolo todo. Bueno, en fin, unos más que otros…

A Teresa le gustaría que su vida fuera diferente. Poseedora de un carácter peculiar, bastante menos complicado de lo que ella imagina, lleva a su espalda una mochila cargada de responsabilidades y por eso a veces necesita parar y oxigenarse, aunque a ella últimamente le ha dado por culpar a sus piernas, a las que acusa de no sujetarla con la debida firmeza. Teresa adora a sus hijos, la verdadera razón que le impulsa cada día a seguir adelante. Es nuestra mejor correctora de textos, la más tiquismiquis y perfeccionista, características ambas que emplea en su vida personal con mejor o peor resultado, según el día. A Teresa no le gustan las sensiblerías, aunque en el fondo, cada vez que te ve, está deseando que le pegues un achuchón. Por eso no sé bien cómo va a tomarse este escrito dedicado a ella, porque yo sé que odia ser la protagonista. Y como alguna vez me ha acusado, desde el cariño, de ser un pelín moña con mis entradas para Diarios, he procurado que no se me fuera la mano en halagos innecesarios. Sentimentalismos, los justos. Así que hoy, cuando por fin ha conseguido alcanzar la edad madura, le deseo desde aquí un más que feliz cumpleaños. Estás en la mejor edad, Teresa, tipití, tipitesa… Me debes una cerveza.

P.D: Ya sé que la penúltima frase es de una vulgaridad aplastante. Pero es que no he podido aguantarme, Teresa, ¡guapa!


8 comentarios:

  1. ¿Vulgar? Ninguna frase en la que aparezca la palabra "cerveza" (según el DRAE del celtolatino -o sea, de lo mejor del norte y de sur- "cerevisia") puede ser vulgar, hasta ahí podíamos llegar. Ya discutiremos, en todo caso, quién la paga, lo importante es tomársela, y cuanto antes, mejor, aunque me parece que, como homenajeada, me toca a mí. Un besazo.
    P.D.: Mola Leño, ¿te he contado que...? Supongo que con todo lo que largo con una jarra en la mano supongo que sí (y que por eso me lo has puesto). ¿No? Pues que no se me pase contártelo. Gracias, guapa.

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  2. Pues claro que por eso te he puesto a Leño, aunque como a estas edades las cabezas están regular, la verdad que no me acuerdo muy bien. Ya me lo recordarás el jueves.

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  3. Gracias Marisa por recordarnos el cumple de Tere!!!!
    Felicidades Tere!!

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    1. Gracias, guapo. Como tú no tienes a una Marisa en tu blog nadie me avisó del tuyo, que sé que fue el mes pasado (aunque nunca recuerdo el día). Así que felicidades con retraso a ti también, que por mucho que te esfuerces no me alcanzas (en algo tenía que ganarte). Muchos besos.

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  4. De nada. Lo que más ilusión me hace es que lo hayas recordado a través de sus Diarios de resitencia, una buena señal de que la sigues habitualmente. Se agradece eso de tener lectores, aparte de los incondicionales, léase hermanos, sobrinos, cuñados... jejeje.

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    1. Me temo que le obligué a suscribirse por e-mail y que no puedes contarle entre los desinteresados, que siempre me ha querido bien. Como no puedo contar a mi familia entre mis incondicionales (pasan de mí), tengo que aferrarme a los compañeros de fatigas (y alegrías) universitarias.

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  5. Marisa, me ha gustado. Me imagino que la francesa de Candeleda es mi prima Angelica, te acuerdas de cuando jugabamos a la botella en el puente??? Un besazo.

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  6. Claro que es Angélica. Bueno, bueno, y lo de la botellita tenía su miga, menudas risas. Gracias por tus comentarios, Yolanda. Al menos así seguimos en contacto, incluso con el océano de por medio.Un beso.

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