A veces las circunstancias más adversas son las que te hacen dar un giro definitivo a tu vida. El encontrarte, sin esperarlo, en el filo de la navaja, es lo que te obliga a reflexionar y ser consciente de todo lo que no funciona a tu alrededor. En ocasiones, es posible que seas culpable del desastre en un tanto por ciento bastante elevado, pero no siempre es así. Puede que te hayas dejado llevar y, sin darte apenas cuenta, te descubras en el centro de una espiral en la que no haces más que dar vueltas y vueltas sin encontrar la salida. Entonces notas esa especie de chasquido que te indica la necesidad del cambio. Y te pones a ello. Es posible que todo ocurra de manera espontánea, pero también puede ser que un suceso puntual te haga recapacitar en pocos minutos y te sientas con fuerzas para enfrentarte a todos tus miedos.
Algo de esto me contaba una amiga para explicarme lo que le había ocurrido hace unos días ante un diagnóstico médico, en principio, poco favorable al optimismo. No es que empezara a dar saltos de alegría cuando los doctores le explicaron, por fin, de dónde provenía realmente su extraña dolencia, pero tras el susto inicial, decidió ponerse el mundo por montera y arreglar todo el desaguisado que bullía en su entorno. Y en ésas anda, sin saber bien por dónde van a empezar los cambios, pero decidida a luchar y resurgir con más fuerza que nunca. Los que la conocemos bien tenemos claro que no es persona de rendirse, así que la única duda que nos queda es conocer el tiempo que tardará en hacer efectiva su metamorfosis.
Pensaba en todo esto mientras terminaba el último libro de Marta Rivera de la Cruz, Nosotros, los de entonces publicado por la editorial Planeta, una de esas lecturas que con un lenguaje sencillo, te hacen sentir a menudo protagonista de la propia historia, por lo cercano de su trama. El planteamiento es simple: un grupo de amigos, inseparables en su juventud, deciden reencontrarse para disfrutar de un fin de semana en una casa rural, después de diez años sin verse. A partir de ahí, un cúmulo de anécdotas y recuerdos del pasado; secretos inconfesables que salen a la luz y ese inevitable sentimiento de lo que pudo haber sido y no fue. La supuesta crisis de los cuarenta y tantos con el lastre de mucho sueño incumplido. Y la clara percepción de que la vida no resultó en absoluto como ellos la habían imaginado en sus sueños de mocedad. Nada, en fin, diferente de lo que hemos sentido el común de los mortales en algún momento determinado de nuestra existencia.
Por eso, cuando mi amiga me confesó que había reflexionado sobre la necesidad de un cambio drástico en su vida, descubrí cuántas veces es imprescindible una auténtica sacudida para ser conscientes de nuestra propia realidad. Entonces, sólo entonces, decidimos ponernos en marcha para intentar sacar lo mejor de nosotros mismos, todo aquello que tenemos tan escondido por nuestras propios complejos y frustraciones que nos impide tirar para adelante. Es esa fuerza desconocida hasta ese momento la que te hace descubrir lo mejor de ti y te muestra lo que realmente eres capaz de conseguir. La misma fuerza que, sin duda, te ayuda a salir triunfante de esa circunstancia que, a día de hoy, te resulta tan adversa.
La historia de Marta Rivera de la Cruz tiene un final feliz, una vez que todos sus protagonistas se han visto enfrentados a sus propios fracasos. Lo mismo que sin duda ocurrirá con la de mi amiga, aunque descubra, en unos años, que a partir de aquel chasquido brutal, ella, la de entonces, tampoco volverá nunca a ser la misma.
Bonito, como siempre
ResponderEliminarBonito, como siempre
ResponderEliminarGracias, Sonsoles, pero qué me vas a decir tú...
ResponderEliminarComo comentábamos el otro día, es preferible aprender por discernimiento que por sufrimiento. En cualquier caso, lo importante es vivir conscientemente. Nuestra amiga está en camino y, conociéndola, tiene el éxito asegurado. Un abrazo enorme.
ResponderEliminarPues eso, Juana, tú lo has dicho. El caso es que en esta vida nunca dejas de aprender, aunque en ocasiones nos da por pensar que ya nos lo sabemos todo. Y ya ves...
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