miércoles, 1 de junio de 2016

El noble arte de insultar

Por Esperanza Goiri

Al poco de aprobar el carnet de conducir, transitando por una céntrica calle madrileña, debí de cometer alguna infracción y un taxista me recriminó mi torpeza con un comentario despectivo relativo al género femenino en general y a mi persona en particular. Rojo de ira me increpaba sin parar, de coche a coche, hasta que me harté y le espeté con claridad y contundencia: ¡Cállate ya “caraculo”! En mala hora. Fue como si le hubieran metido un rejón en salva sea la parte. Gracias a un semáforo que cambió oportunamente de color, propiciando mi huida, la sangre no llegó al río. Lo que para mí era un insulto inocente, casi infantil, produjo un efecto devastador. Claro que si lo piensas bien, que te digan que tu cara es como un culo puede ser muy ofensivo. Sí, ya sé que hay traseros esculturales, pero imaginaos uno peludo, flácido o caído…

Esta anécdota me vino a la cabeza porque para nuestra desgracia el insulto gratuito, soez y vulgar nos invade por doquier. Entre “viceversos”, realitys, tertulianos que sólo saben argumentar descalificando al contrario y políticos que emplean, cada vez con más frecuencia, un lenguaje atrabiliario, se puede afirmar que se ha degradado el noble arte de insultar. Por si fuera poco, las redes sociales se encargan de esparcir la porquería y la zafiedad hasta el último rincón del planeta.

El insulto es un desahogo, es la verbalización del hartazgo ante una situación o una persona por las que nos sentimos agredidos. Cumple por tanto una función social de extraordinario valor, ya que si no existiera, me temo que El Caso volvería a sus tiempos de esplendor y su edición sería diaria en vez de semanal. Pero no todo vale. Llamar a alguien como si fuera el marido grande de la cabra, o la mujer del zorro, o uniendo en una sola palabra las dos primeras sílabas del nombre del tío Gilito y de las esposas del pollo, no tiene ningún mérito e interés. Son insultos groseros, tópicos y manidos, que de tanto usarlos han perdido su función ofensiva. Hay gente que hasta los utiliza en tono cariñoso y cómplice: ¡Qué gili… eres, cuánto te quiero!

Injuriar a alguien por sus defectos físicos o su apariencia es vil, cruel y sobre todo muy fácil. Hay insultos machistas, misóginos, clasistas, xenófobos… que son muestra del odio y los prejuicios de quienes los emiten. Los verdaderos insultos son los que dejan a su destinatario descolocado, preguntándose si realmente lo que se le ha dicho es un agravio o no, porque su sutileza e ingenio confunden y necesitan de una segunda lectura para comprender su verdadero significado. Un buen insulto es como una bomba de efecto retardado: se lanza al objetivo y aparentemente no pasa nada, pero un poco más tarde explota y aniquila.

Hay muchos ejemplos de magníficos insultos. Aquí cito algunos. Groucho Marx tenía claro cómo llamar sutilmente fea a una señorita: “Ha sacado toda la belleza de su padre, que es cirujano plástico”. El político liberal y radical inglés del siglo XIX, John Bright, fue uno de los más grandes oradores de su época y sabía calificar de narcisista a un opositor sin que resultara evidente: “Es un hombre hecho a sí mismo y que adora a su creador”. El historiador inglés Thomas Babington “justificó” racionalmente el asesinato de Sócrates: “Cuanto más lo leo menos me sorprende que lo envenenaran”.

El político americano Barney Frank, del partido demócrata, llamó tonto al presidente republicano de los Estados Unidos, George Bush, sin que se notara mucho: “La gente podría citar a George Bush como prueba de que se puede ser totalmente inmune a los efectos de haber estudiado en Harvard y Yale”.

Especialmente ingeniosas son las palabras dedicadas por el escritor inglés Alfred Tennyson al crítico literario Churton Collins: “Es un piojo en los rizos de la literatura”.

El ensayista y poeta argentino Leopoldo Lugones tenía mala relación con su único hijo. Estando juntos una tarde, el escritor le dijo a su vástago que había dos cosas de las que se arrepentía en su vida: haber escrito Lunario sentimental y haber tenido un hijo. Éste, sin alterarse, le respondió: “Puede quedarse tranquilo. La gente sabe que usted no es autor de ninguno de los dos”.

Un día Winston Churchill se encontraba en el baño y fue requerido con impaciencia y apremio por el Lord del Sello Privado (oficial responsable del sello personal del monarca inglés). Ante su insistencia, Churchill le pidió a su asistente que le transmitiera este mensaje: “Dígale al Lord del Sello Privado que estoy sellado en el privado y que sólo puedo tratar con una mierda a la vez”.

Cuado Gandhi estudiaba Derecho en Londres, un profesor apellidado Peters la tenía tomada con él y no perdía ocasión de humillarlo. Un día coincidieron en el comedor de la universidad y Gandhi, al ver un hueco libre en la mesa del docente, se sentó a su lado con intención de almorzar; pero Peters en tono altanero le dijo: “Señor Gandhi, usted no entiende… un puerco y un pájaro no se sientan nunca juntos a comer”. El alumno le contestó: “Quédese tranquilo profesor… yo me voy volando”, mientras cogía su bandeja y se cambiaba de mesa.

Si os queréis adentrar en el fascinante mundo del insulto os recomiendo que os perdáis entre las páginas de dos obras de Pancracio Celdrán: Inventario general de insultos y El gran libro de los insultos. Os encontraréis con insultos ocurrentes, raros, divertidos, y la próxima vez que tengáis que insultar lo haréis con propiedad.

Para terminar no puedo dejar de transcribir un pequeño diálogo de la película Casablanca, entre su protagonista Rick Blaine y Ugarte (un buscavidas de poca monta), que no pierdo la esperanza de poder utilizar alguna vez si surge la ocasión:

- Ugarte: Tú me desprecias, ¿verdad?
- Rick: Si pensara en ti alguna vez, te despreciaría.








 

 

 

4 comentarios:

  1. De todas formas, también es verdad que no ofende quien quiere sino quien puede. Aunque si te insultan con ese arte, yo creo que no tienes derecho a ofenderte ni un poquito...

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  2. Cuando te pillan en caliente, no hay ocasión para muchas florituras y te desahogas con el primer exabrupto que te viene a la cabeza.

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  3. Tengo yo que aprender a insultar con "ese arte", voy a echar un vistazo a ese libro que recomiendas...

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    1. Te aseguro que es una lectura muy entretenida y no te va a defraudar.

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