Lección de anatomía. Danilo Kiš.
Acantilado: Barcelona, 2013. 384 pp. 26 euros.
“Uno se ve forzado a servirse de semejantes paradigmas, a dar una lección de escuela secundaria, evidentemente con la esperanza de que el lector que tenga hoy en las manos este libro pueda entender y justificar mi proceder, y al que, quizá, lo tenga en las manos en otros tiempos mejores, le pido perdón por nuestros pecados, por nuestra ignorancia, por nuestra actuación, y que acepte esta demonstratio como un documento de una época y de un clima determinado. Y que me perdone”.
Por J. Teresa Padilla
Lección de anatomía no es un libro agradable de leer. Nace de las insinuaciones maliciosas del que, al parecer, era el pope literario en la Yugoslavia de entonces (un tal Jeremic) sobre la posible existencia en Una tumba para Boris Davidovich, la última novela en aquel momento de Kiš, de textos de otros autores a los que no se citaba como fuente. La acusación que nunca se atrevieron (todos estos individuos tienen siempre una camarilla de secuaces que los corean) a expresar con claridad era, pues, la de la existencia de plagio. Con este libro, Kiš intenta desmontar los absurdos y contradicciones de esta acusación y, de paso, del andamiaje que sustenta a sus acusadores. Disecciona sus textos, sus palabras, para sacar a la luz y hacer evidentes la ignorancia, la estupidez y la perversidad de esa acusación cobardemente velada. Pero lo hace con amargura y desesperación, casi enloquecido por la injusticia y la irracionalidad, por la sordera de la sociedad (política y literaria) en la que vive, que se alimenta de tópicos y eslóganes, cateta y, como el tiempo demostró, ridículamente nacionalista (valga el pleonasmo): totalitaria, sí, pero además kitsch, muy kitsch.
“El cogito ergo sum se vuelve coito ergo sum, como lema y forma de ver el mundo, en el sentido literal y metafórico. (…) Los cuarentones escriben obras epistolares amorosas (en verso y prosa), buscan su amor perdido y la «juventud que se fue para no volver», sin ser capaces de escurrir de sus ya resecos testículos ni la nostalgia romántica de la «juventud» de Stankovic, ni el paraíso y el infierno físico-espirituales de Dante, ni el temblor metafísico de Novalis, ni el mito (falócrata) de la sexualidad de Miller, ni la angustia (en el sentido kierkegaardiano de esa palabra) erótica y trágico-irónica à la Philip Roth.
Los cojones son, aparte de eso, una marca nacional, el marchamo racial; las otras naciones tienen la suerte, la tradición, la erudición, la historia el ratio, pero los cojones son sólo nuestros y únicos. En nuestro país se entra en la literatura según un severo rito medieval, vaticanista y papal, mediante el cual, el feliz candidato al título de Supremo Cojonudo pasa ante los críticos ya entronizados de la Gran Orden del Cojonudo, que se convencen con sus propias manos de la virilidad del futuro vasallo, y con un asentimiento de la cabeza y la palabra mágica habeat contiene no sólo su talento literario, sino también su pertenencia racial y literata. Los cojones, son, por tanto, la señal de garantía de que el artista no pecará de pensamiento, palabra, obra ni omisión contra las leyes de la comunidad, y por tanto, no usará su cabeza, ni la arriesgará”.
Este es el muro, sordo a razones, con el que se estrella sin cesar, impotente para rendirse a la estulticia y callar. Así que, sin esperanza de atravesarlo, una y otra vez reproduce las palabras exactas de sus acusadores para desmontarlas, diseccionarlas, mostrar sus contradicciones o refutarlas con los ejemplos de Borges o Thomas Mann. Da igual. Hay varios momentos en Lección de anatomía en los que el autor nos recuerda a ese padre enloquecido por la soledad y el miedo que creó para nosotros en su trilogía autobiográfica, Circo familiar.
Casi todo en esta obra parece una lección inútil de la que sólo sacará provecho el que quiera escuchar, si es que existe, “porque el escritor, escribe, en realidad, para su lector, para un lector a su medida”. Nunca la aprenderán aquellos a los que va dirigida, los que la necesitan más que nadie. Porque éstos son impermeables a la razón y a la lógica tanto como al sufrimiento que son capaces de causar.
Pero no todo es enfrentarse a la fealdad y maldad de la estupidez ideológica erigida en vox populi. La lección de anatomía nos ofrece también una hermosa, potente y clara descripción, hasta donde es posible (la magia no resiste la explicación exhaustiva), de ese “proceso alquímico”, esa “transmutación” del metal (el logos, la palabras, en este caso) en oro (vida, verdad), en que consiste escribir. Son pocas páginas, pero que llenan los pulmones del oxígeno necesario para enfrentarse a esa agónica lucha por que la verdad se imponga sobre la falsedad lapidaria de la “comunidad”.
Me temo que no vivo tiempos mucho mejores que los tuyos, Danilo, así que no, no tengo nada que perdonarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario