jueves, 21 de septiembre de 2017

Trabajo sucio

Por Esperanza Goiri




Estos días ha entrado en mi vida un nuevo hombre que atiende al nombre de Ray Donovan. Me está quitando horas de sueño y me fascina y repele por igual. Es el protagonista de una serie americana que cuenta el día a día en Los Ángeles de un personaje que se dedica a eliminar la porquería de los “peces gordos” de Hollywood y aledaños. Lo que en inglés se denomina un personal fixer: un “solucionador” personal. ¿Un cadáver molesto, drogas, chantajes, una filtración inoportuna, fiestas con un desenlace fatal? No problem, ahí está el eficiente de Ray para limpiar y dar esplendor, borrar huellas, pagar a las víctimas, silenciar conciencias, utilizar a discreción puños o bate... Sin embargo, no hablamos de un vulgar matón, de un simple esbirro que acata órdenes. Donovan es un profesional, un tío respetado y temido que manipula a placer a unos y a otros. Un ser inteligente y muy perceptivo de la naturaleza humana. Casado, con dos hijos adolescentes. Responsable y protector de tres hermanos disfuncionales. Con un padre ex convicto y arrastrando un trauma infantil que no acaba de digerir, no puedes evitar identificarte con Ray. Mata, traiciona, engaña, pega, chantajea, lo peor de lo peor. Pero, al mismo tiempo, sufre graves ataques de culpabilidad, intenta ser buen marido y padre, es clemente, empatiza y ayuda a los humanoides que encuentra en ese lodazal en el que todos se revuelcan. Jamás se queja. Asume lo que es y sus consecuencias. Es víctima y verdugo. Por eso le abrazarías e invitarías a un café para darle un respiro en ese horror de vida que lleva.

A Donovan le pagan para hacer el trabajo sucio, ese con el que nadie quiere mancharse las manos. Ese que todos sabemos que existe pero que preferimos ignorar. Ese que dejamos que otros hagan por nosotros porque nos resulta incómodo, desagradable o violento. Sí, todos tenemos a nuestros particulares Rays Donovan. Digamos que en vez de basura con palabras mayores, como la que se ventila en la serie, nuestros “solucionadores” limpian “basurilla”, porquería de andar por casa, pero en esencia es lo mismo: se utiliza a alguien para quitarnos de en medio marrones molestos.

Ante la realidad de Donovan es fácil caer en la superioridad moral que, como espectadores, nos creemos con derecho a tener: "¡Vaya tipejos!", pensamos. Pero allí, al menos, las cosas están claras y todo el mundo sabe a lo que juega. A este lado de la pantalla, en más de una ocasión, la distribución de papeles no está siempre tan clara.

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