jueves, 7 de febrero de 2019

Krakatoa


Foto: Richard Van Wijngaarden (Unsplash).

El color es un medio para influir directamente en el alma (Wassily Kandinsky).

Por Esperanza Goiri

Por recomendación médica, para el posoperatorio de una intervención quirúrgica de la nariz, he tenido que adquirir un humificador. La compra de electrodomésticos, grandes o pequeños, nunca me ha motivado especialmente. Mientras cumplan su función me da igual que sean de tal o cual marca, más o menos bonitos. Así que, cuando tuve que elegir entre las tres opciones disponibles en unos grandes almacenes, me incliné por el de gama intermedia que además de buen precio era el de menor tamaño, dato interesante a la hora de ubicarlo.

Tengo la mala costumbre de leer por encima las instrucciones del fabricante o directamente pasar de ellas. Así que, como siempre, las eché un vistazo y limpié con esmero el aparato antes de usarlo. Por la noche, procedí a llenarlo y lo conecté sin más. Se encendió una lucecilla blanca y un agradable burbujeo precedió a la columna de vapor de agua. Como todo parecía funcionar correctamente, me metí en la cama con un libro. De vez en cuando levantaba la vista de la lectura y observaba la “fumata” blanca que se diluía por el ambiente. Me hacía gracia la imagen. Era como tener un pequeño Krakatoa en mi habitación. El vaho y el gorgoteo del cacharro, unidos a varias noches de insomnio por causa de la operación, provocaron su efecto y no tardé en apagar la luz. Sumida en esa atmósfera húmeda y acuosa caí en una agradable modorra. Podía imaginarme perfectamente en el camarote de un crucero fluvial, navegando con suavidad por el cauce del río. A ese reconfortante pensamiento, sin duda, contribuían los aromas del espray balsámico favorecedor del sueño que tuvieron a bien traerme sus Majestades del mismo Oriente. Desde que está en mi poder, todas las noches, rocío la almohada con generosidad. Tenía a mi disposición el pack completo. Nada podía fallar para conseguir el objetivo de dejarme acunar en los brazos de Morfeo. ¿O, sí?

Foto: Cmart29 (Pixabay).

Con los ojos cerrados, algo percibí que me perturbó. Pero dispuesta a dormir a toda costa me resistí a abrirlos e intenté volver a relajarme. La sensación extraña se repitió varias veces. La posibilidad de que se tratara de un bicho o, lo que es peor, un ánima del más allá dispuesta a incordiar, me obligó a enfrentarme al elemento inquietante, fuera lo que fuese. Cuando me atreví a mirar, una atmósfera roja inundaba el cuarto. La impresión de que algún ser del averno me estuviese visitando se acrecentaba por momentos. A punto de entrar en pánico, el tono púrpura mutó en un azul frío y submarino, para a continuación verme inmersa en un íntimo y acogedor tono dorado que fue desapareciendo para dar paso a un suave verde. Sentada en la cama, parpadeando y sumida en un estado mezcla de estupefacción y fascinación, la cordura se fue abriendo paso. Sí, mi Krakatoa particular guardaba una sorpresa cromática que, de haberme tomado la molestia de leer detenidamente las instrucciones, no me hubiera pillado desprevenida. Superado el desconcierto inicial, he de reconocer que he cogido gustillo al asunto de los colores que abre ante mí infinitas posibilidades. Claro que la sorpresa se la va a llevar mi santo cuando regrese, tras su ausencia de una semana por motivos laborales, y se encuentre nuestro dormitorio convertido en un After-hours lleno de niebla y luces psicodélicas.


 
 

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