Por J. Teresa Padilla
Nos habíamos quedado en el apasionante mundo del diptongo y triptongo ortográfico. Hasta su creación en 1999, la ortografía hablaba, más sencilla y modestamente, de “diptongos a efectos ortográficos”. El propósito de este concepto no era otro que facilitar la aniquilación de unas tildes que insistían en aparecer allí donde no debían. Donde no debían, entiéndase bien, de acuerdo con lo que los propios gramáticos habían definido como diptongos y triptongos y sus correspondientes reglas de acentuación. Como suele suceder, la Academia no pretende con esta eliminación adecuarse a la realidad de la lengua, que se resiste a ajustarse sin excepciones a cualquier norma, sino eliminar las irregularidades que impiden que la norma tenga una validez absoluta.
Nada de malo tendría esto si se dijera así. Pero, claro, este tipo de humildad es impensable en estos contextos académicos. En consecuencia, se crea el concepto de “diptongo y triptongo ortográfico” y se habla de que no todos los hispanohablantes (aunque sí la inmensa mayoría) pronuncian como bisilábicas estas palabras que deberían (según la definición de diptongo o triptongo) ser monosilábicas (tampoco todos los hispanohablantes pronuncian igual la “ce” o la “ci”, y este hecho no sugiere reformas ortográficas).
Así pues, sólo quedan dos opciones: o bien hemos pronunciado tradicional y masivamente estas palabras mal, o bien la norma que dice qué vocales forman diptongos (o triptongos) tiene sus excepciones. Decir lo primero equivaldría a afirmar que, cuando un hecho no se ajusta a la ley científica que presuntamente debería predecirlo, es el hecho y no la ley lo que no es correcto. En un alarde de sentido común al que no nos tiene acostumbrados, la Academia se cuida muy mucho de sostener semejante cosa. Claro que admitir que no todo lo que debería ser diptongo o triptongo lo sea en realidad es académicamente inasumible. La solución: ni para ti ni para mí; hablemos de diptongos y triptongos meramente ortográficos. Es decir, uniones vocálicas que, aunque deberían (según la norma general), no hacen diptongo o triptongo, pero se van a considerar tales “a efectos de acentuación”.
La nueva norma afecta a "guión", truhán", "crió" y algunos pocos casos más. No sé si, al quitarles el acento, terminaremos pronunciando estas palabras de otra manera (porque vayamos a leerlas de otra manera). Probablemente no, y aunque suceda tampoco tenga esto mayor importancia. Está claro que a los niños que aprenden ahora a escribir correctamente y, sobre todo, a los extranjeros que estudien nuestra lengua, la norma les facilitará mucho las cosas. Y me parece bien. A lo que me niego es a que se considere una falta ortográfica seguir acentuándolas, porque esto obligaría a todos los que hasta ahora las hemos tildado “sin falta y con razón" a modificar la ley natural de la acentuación castellana, esa que nos llevaba a tildar mecánicamente una palabra que fonéticamente es polisilábica, aguda y terminada en “n” como “guión”. Porque, y eso lo sabe cualquiera, podremos más o menos fácilmente renunciar al acento de "crió" o "huí", que, si nos parábamos a pensar un poco, nos generaba dudas, pero esa terminación "-ion" en una palabra aguda es, sencillamente, irresistible.
Como norma general y suprema de toda ortografía debería aparecer que NO se puede considerar una falta de ortografía nada que en algún momento haya estado sancionado por el uso y la lógica interna de la propia lengua. Se podrá llamar arcaico, desusado..., pero no error. Los académicos y lingüistas en general deberían meterse en la cabeza que esta lógica natural de las lenguas vivas es mucho más sabia que sus gramáticas y ortografías. Deberían recordar que esta lógica (que, en el fondo, es una de ensayo y error) es la que creó el castellano a partir del latín y que la norma académica se extrae de ella y no al revés. Una falta de ortografía es, por definición, un error estrictamente individual y aleatorio que, más que contradecir la norma vigente, está fuera de la lógica natural de una lengua.
Se pongan como se pongan los académicos, si no hacemos diptongo (no ahora, sino de siempre, y no una misma o los habitantes de esta zona concreta, sino de manera general) en “acentuar”, “criar”, “riada”, “fiar”, "piar", “guiar” o en los verbos que acaban en “-uir”, tenderemos a aplicar, como hasta ahora, a estas palabras y sus derivados las reglas generales de acentuación que les afectan como palabras de más de una sílaba. Tenderemos a hacerlo y haremos bien, porque si lo hemos hecho hasta ahora por algo ha sido. En vez de decirnos que las consideremos lo que no son, deberían publicar estudios divulgativos que nos expliquen por qué han evolucionado de esta manera: por qué estas combinaciones vocálicas, que casi siempre se pronuncian juntas, en estos casos no lo hacen. Porque no es un capricho fonético. La razón existe; lo sé, porque en algunos casos la conozco. Este es el saber que queremos de nuestros especialistas, no normas que atentan directamente contra la lógica natural de nuestra lengua, contra nuestro sano instinto lingüistico. ¿Que generan una confusión y una duda innecesaria? ¿Que pueden llevarnos a acentuar incorrectamente otros auténticos diptongos? Pues que sencillamente no obliguen a acentuarlas, o incluso recomienden no hacerlo (aunque ya sabemos todos en qué terminan convertidas las recomendaciones académicas): abstenerse en la duda es siempre un buen consejo (un consejo que, de paso, haría bien la Academia en aplicarse en el caso de la "k"). Pero si no se duda... Tan buen consejo como abstenerse en la duda es seguir el propio instinto.
Hay otras palabras en el diccionario que admiten diferentes acentuaciones (periodo o período, por ejemplo) y no se ha acabado el mundo. Quizás llegue un día en que estos acentos desaparezcan de forma natural, pero ese día no ha llegado para muchísimos hispanohablantes y no se puede imponer por decreto. No se le puede permitir a la Academia, por muy Academia que sea, que dé a entender que la persona que a partir de ahora acentúe “guión” o “truhán” sea un ignorante que no sepa que esta combinación de vocales forma un diptongo y que, por tanto, estas palabras son monosílabos. Por la sencilla razón de que ni lo son ni lo han sido realmente nunca, sólo “a efectos de acentuación”, es decir, por pura y simple convención.
Por último, aunque no menos importante, llegamos a la más mediática de las novedades (y, en mi opinión, con justicia): la eliminación de la tilde diacrítica del adverbio “sólo” y de los pronombres demostrativos.
Aquí ya no se trata de evitar dudas, porque la norma en sí (antes de que los académicos se pusieran a cuestionarla) era muy clara. La razón esgrimida en este caso es que las tildes diacríticas están para distinguir palabras tónicas de palabras átonas, y no es esto lo que pasa con los “solos” y los demostrativos. El argumento no deja de ser curioso, porque algún académico defendió precisamente la supresión de la tilde en los diptongos y triptongos “a efectos ortográficos” amparándose en que la ortografía “no debe establecer en la escritura contrastes que no se correspondan con oposiciones de significado" y, en estos casos, la pronunciación en una o dos sílabas no cambiaba el significado. Ahora nos encontramos con el ejemplo contrario: un contraste significativo al que, al parecer, no corresponde uno fonético. Ahora sí habría que establecer el contraste ortográfico, ¿no? Pues tampoco. ¿Por qué? Porque no se ajusta a la definición.
Como no se ajusta a la definición de tilde diacrítica y no cabe en ninguna cabeza que la definición pueda estar mal hecha, la acentuación del adverbio “sólo” y de los pronombres demostrativos constituye una excepción intolerable dentro de la excepción a la acentuación ortográfica normal que ya es de por sí la tilde diacrítica. Realmente inaudito. Hay que ajustarse a la definición de tilde diacrítica que para eso hay sabios que le han dedicado toda una vida de estudio. Para qué sirve definir lo que es una tilde diacrítica si luego va la lengua y pone tildes diacríticas que no se ajustan a la definición. Pues nada, en lugar de ajustar la definición a la lengua, ajustemos la lengua a la definición. ¡Con un par!
Eso sí, que no se diga que no nos lo habían avisado y dado tiempo para que nos adaptáramos. Otra cosa es que seamos unos rebeldes que no los leemos nunca (lo cual es rigurosamente cierto, por algo será). Ya en la ortografía de 1959 nos advirtieron que sólo debíamos acentuarlas, en todo caso, si había ambigüedad (creando, entonces sí, la duda). Si nos lo advirtieron sería porque hubo un tiempo en que, por norma, se acentuarían siempre. Y, desde luego, sólo hay dos opciones razonables: o se acentúan siempre o no se acentúan nunca (en esto estoy de acuerdo con la ortografía del 2010), no se va a estar uno preguntando a cada paso si cabe o no cabe confusión cuando las escribe. Por esta razón, y otras que a continuación enumero, yo tengo intención de conservar esta tilde SIEMPRE (y en esto, claro está, no estoy de acuerdo con la ortografía del 2010):
Porque, como Luis Alberto de Cuenca, yo también me tomo ad pedem litterae lo que los académicos dicen: no acentuarlas es sólo una recomendación. Así que aquellos que se permitan el lujo de imponer a otros su no acentuación (editoriales, periódicos...) que sepan que pueden presumir de estar a la última en ortografía y de autoritarismo, pero no de una mejor ortografía.
Porque no me causa ninguna perturbación que esta tilde diacrítica no sea realmente lo que los gramáticos han definido como tilde diacrítica. Es su problema, no el mío. Que cambien la definición, se tomen un ansiolítico o se inventen un concepto nuevo, que, después de lo del diptongo ortográfico, ya sabemos que nos les falta ingenio.
Porque diacrítico significa distintivo y a mí me parecen muy distintos el adverbio “sólo” y el adjetivo “solo”, así como el pronombre (el equivalente a un nombre) “éste” y el determinante (el equivalente a un adjetivo) “este”.
Porque me salen naturalmente (tuve la suerte de tener acceso a la educación) y no veo razones suficientes para hacerme violencia a mí misma (como no voy a hacérmela con “guión” o “truhán”).
Porque a mis hijos en el colegio les enseñan que es una falta de ortografía acentuarlas (¡mentira!) y, por tanto, con razón o sin ella, terminarán por desaparecer. La Academia, que sólo recomienda, se saldrá con la suya, porque el profesorado no tiene tiempo ni fuerzas para semejantes matices, y, además, ¡cómo voy a animar a mis hijos a la insumisión cuando la amenaza es un suspenso! Así que, para compensar esta cobardía que me impedirá perpetuar mi insumisión en mis descendientes, me siento obligada a dar, en mi modesta escritura, testimonio de semejante injusticia y preservar, mientras pueda, esta especie en peligro de extinción.
Porque los correctores ortográficos de los procesadores de texto debidamente actualizados intentarán impedírmelo a toda costa, y vencer a la máquina será todo un desafío que me recordará que hay esperanza para el hombre.
Y, sobre todas estas razones, y como la que las resume a modo de "regla de oro", porque la lengua pertenece al que la habla y la escribe, no a los que la estudian y norman. Para limpiar, fijar y dar esplendor lo mejor que pueden hacer los académicos es divulgar sus profundos conocimientos lingüísticos (si realmente los tienen) para que los usuarios y legítimos propietarios de la misma, que somos todos, sepamos mejor por qué hacemos lo que hacemos. O cómo podemos hacer cosas nuevas. Esto nos haría aún más dueños de nuestro propio idioma y nos liberaría de complejos a la hora de enriquecerlo, lo que, de paso, evitaría la proliferación de extranjerismos innecesarios. Menos ortografía y más historia de la ortografía, por ejemplo. Aunque, claro, lo mismo no interesa, lo mismo no nos someteríamos tan fácilmente a sus decisiones.
Aunque parezcan creerlo, no somos idiotas. Ni niños de parvulario a los que hay que poner unas normas claras (razonables o no) para que no conviertan su lengua en una leonera. No necesitamos una ortografía como la de Bello. Nadie, ni el más ignorante de los hispanohablantes, escribiría así. Para eso, mejor el esperanto. El medio más directo y natural de tener una buena ortografía no es estudiar y acatar acríticamente la ortografía de turno, sino leer, leer y leer. No sólo garantiza una buena ortografía, sino que te vacuna de pedantería ortográfica, que es igual o más importante.
Se ha hablado y escrito en español desde hace más siglos de los que tiene cualquier ortografía. Nosotros, plebe ignorante, nos hemos ido dando nuestra propia ortografía práctica y fue suficiente para dar lugar al Quijote. El problema de las ortografías teóricas es que no quieren limpiar ni dar esplendor, sino sólo fijar: establecer una norma que uniformice todo lo que sea posible el idioma, empobreciéndolo, y muchas veces a costa incluso de la buena ortografía (véase "búnker"). Pero resulta que en idiomas tan antiguos y tan vivos como el nuestro suele haber más de una opción válida. Ésta es la verdad. Y no sé qué tiene de malo esta verdad. Esta verdad se llama riqueza, no entiendo por qué se ha de renunciar a ella. Así que, si oyes a un anciano decir lo escura que está la noche o qué alto se ha puesto el mochacho, mírale como mirarías a Cervantes, porque, diga lo que diga el diccionario, esto no tiene nada de vulgar.
Me acabo de enterar de que la Academia Mexicana de la Lengua se opuso y opone a la eliminación de la tilde en el sólo adverbial y los demostrativos, entre otras razones porque la considera "didáctica". Cito a Jaime Labastida, uno de sus académicos:
ResponderEliminar«Quiero resaltar que fuimos la única Academia, de las 22 existentes, que nos opusimos a la eliminación de las tildes diacríticas de los acentos en los demostrativos y en el sólo adverbial. Dimos razones técnicas para ello. Entregamos el argumento no a la RAE sino a la Asociación de Academias, donde está incluida la RAE. Pero en la reunión previa al encuentro de Guadalajara 2010, la mayoría de las academias votó a favor de que fueran suprimidos. Ahí ganó la mayoría. Ya estando en Guadalajara y ante la polémica suscitada, la RAE dio marcha atrás a su propuesta. Ahora no hay una norma ortográfica en ese sentido, se puede usar como sea. Lo cual es un contrasentido porque la ortografía es la única parte de la gramática que tiene carácter de normatividad» (En: Carmen García Bermejo, «La Academia Mexicana de la Lengua». Revista Mexicana de Comunicación, 14 de marzo de 2011).
Gracias, México. Si no hubiera sido por vosotros, en lugar de carecer de norma, tendríamos la peor norma.