«Yo, la verdad, soy bastante disciplinado y sigo ad pedem litterae las directrices de la Academia. Me gusta que haya sabios que dicten normas. Creo en la auctoritas».
Por J. Teresa Padilla
Ésta (aunque supongo que debería escribir “esta”) es la respuesta que al parecer dio Luis Alberto de Cuenca cuando ABC le pidió su opinión sobre la decisión de la Academia de recomendar (ella recomienda y los profesores de colegio y correctores editoriales imponen) la no acentuación del “solo” adverbial ni de los pronombres demostrativos.
Cada uno es muy dueño de gustar de contextos claramente reglamentados y de creer en lo que considere oportuno, aunque eso que considera oportuno sea nada más y nada menos que el principio de autoridad. La tentación, lo reconozco, es grande, porque desde niños nos han enseñado que acatar las normas tiene una recompensa moral (uno es un buen chico o chica) y material (a lo mejor hasta te ponen un sobresaliente o te eligen para el papel protagonista en la función de fin de curso). Será porque nunca recibí la recompensa que mi obediencia merecía, pero el caso es que perdí el gusto por las reglas y la fe en la superior sabiduría de mis mayores. Para más inri terminé estudiando filosofía y descubriendo que no sólo debía, sino que quería convertirme en sujeto de razón práctica, es decir, lo más autónomo posible. Autónomo, a saber, el que se da a sí mismo sus normas (que para algo sirve el estudio de las lenguas clásicas aunque nadie se lo crea). Preilustrado y prekantiano nos ha salido Luis Alberto de Cuenca. O quizás sólo perezoso. Él sabrá.
El caso es que, al igual que para conservar la poca fe religiosa que me quedaba tuve que renunciar hace muchísimo tiempo a creer en la infalibilidad papal, para conservar la poca confianza que me asiste cuando escribo y hablo también debo renunciar a la fe ciega en la autoridad académica. No, definitivamente, ni creo en los doctores de la Iglesia ni en los académicos de la Lengua (así, en mayúscula). Ante ninguno podría defender mi postura en un debate serio porque me acorralarían con complejos argumentos teológicos y filológicos, respectivamente, de los que más o menos sé lo mismo (nada de nada). Afortunadamente, sus razonamientos son tan enrevesados, que suelen zancadillearse ellos solos. La culpa no es suya, claro, sino de la lengua, empeñada en no dejarse convertir en un producto de laboratorio filológico, sino seguir siendo un campo agreste y vivaz al que resulta imposible ponerle unas puertas decentes.
La ortografía es un tormento y una cosa muy seria, porque una buena ortografía ha sido, es y será lo que distingue a las personas cultas de las incultas, a los que son algo de los que no son nadie (ya lo dijo Unamuno con su inteligente ironía: "Si la instrucción no nos sirviera a los ricos para diferenciarnos de los pobres, ¿de qué nos iba a servir?"). La ortografía distingue y no sólo individualmente, sino como clase. A saber cuál es la razón, pero la correcta ortografía se hereda. Personalmente he comprobado que los universitarios de primera generación (una misma sin ir más lejos) vivimos en la duda ortográfica constante, mientras que los hijos y nietos de universitarios (los patricios) parecen estar libres de este tipo de errores de forma natural, en gran medida porque no dudan. Como advenedizos que somos parece que sintamos que al escribir estamos usurpando algo que no nos pertenece por derecho (que pertenece a los “ilustrados”) y su uso nos genera inseguridad. Las modificaciones por decreto de la ortografía que aprendimos (también por decreto y de los mismos que ahora la cambian) no nos ayudan nada. A lo mejor ha llegado el momento de denunciar lo que en el fondo es una apropiación indebida de la lengua por parte de academias, teóricos de la lengua o clases tradicionalmente cultas en general.
El Quijote está lleno de faltas de ortografía. No lo serían entonces, entre otras cosas porque hasta el siglo XVIII no existó ortografía alguna (y no parece que a la literatura en lengua castellana le fuera del todo mal), pero lo son hoy. Sin embargo, no creo que ningún editor se atreva a corregir el Quijote adaptándolo a la actualmente en vigor. Podemos y debemos leerlo tal como fue escrito. Cervantes escribía “escuro” y “escuridad”, por ejemplo. Porque lo diría así, claro. El diccionario de la RAE no sólo (debería decir “solo”) nos dice que este tipo de vocablos están hoy en desuso, sino que considera su uso actual nada más y nada menos que “vulgar”. Si habéis tratado con personas mayores de pueblos castellanos pequeños y tradicionalmente aislados del contacto con urbanitas, habréis comprobado que a menudo usan este tipo de arcaísmos. Muchas veces se avergüenzan, porque temen que lo que realmente estén haciendo sea pronunciando mal una palabra distinta, la correcta, la que usan los de ciudad. ¿Se equivocan? Yo creo que sí (la palabra que pronuncian existió, se usó y hasta se escribió), la Academia, sin embargo, se lo confirma permitiéndose el lujo y la falta de educación de insultar a personas que usan palabras correctísimas (aunque fuera en otro tiempo) y declararlas "vulgares": se dice "oscuro", no "escuro" ni "obscuro" (aunque, por supuesto, esto no es un vulgarismo, sino en todo caso un cultismo, faltaría más). Eso sí, hay que escribir obsceno (se ve que esa b sí que la seguimos pronunciando) e inscribir, aunque puedas usar “sicológico”, lo que nunca harás si estudiaste griego y no pretendes hablar de higos.
Si la Academia se permite faltarles al respeto a esos agricultores y pastores que conservan vivas hoy trazas de la lengua que don Quijote usaba en su peregrinaje aventurero, bien se merecería que, en su nombre, en el mío y en el de todos aquellos que no hemos frecuentado, ni lo vamos a hacer nunca, sus salones, lo hiciera yo también. Sin embargo, y como demostración práctica de que la buena educación tiene poco que ver con los exhaustivos conocimientos filológicos y mucho con la buena crianza (que no, necesariamente, ilustración), no lo voy a hacer. A no ser, claro, que consideren que levantar mi plebeyo dedo y preguntar sea una impertinencia intolerable.
Con este fin repasado he las novedades de la Ortografía del 2010. La primera de ellas afecta al a todas luces vital asunto de la denominación de las letras. Esto de llamar a una misma cosa con diferentes nombres, aunque nos entendamos sin dificultad, es un caos innecesario. Ninguna lengua seria que se precie debería aceptar semejante anarquía designativa. Así que nos proponen una, aunque no condenan a la hoguera de ser “falta” algunas de las actuales denominaciones (que no todas). Célebre es la de la “y”, que pasa a denominarse “ye”: que la tomáramos prestada de los griegos no significa que debamos reconocerles eternamente derechos de autor. Pues es verdad, todo tiene sus límites. A mí, sin embargo, la que me ha llamado más la atención es la de la “z”. Su nombre será “zeta”, nunca jamás, repito, nunca jamás “ceta”. Que en castellano el fonema en cuestión se escriba siempre con "c" no importa en este caso.
No importa en este caso, pero sí en otros (¡ya empezamos!): los extranjerismos adaptados al castellano tendrán que asumir la ortografía que fonéticamente les correspondería en nuestra lengua, y así “quorum” se escribirá “cuórum”, nunca "quórum". Si se insiste en escribirlo con “q", habrá que entrecomillar la palabra o ponerla en cursiva y nunca ponerle el acento.
Quorum se puede adaptar como cuórum, pero kilo, koala o búnker se consideran extranjerismos no adaptables, doctores tiene la Academia que sabrán por qué (por falta de uso seguro que no), por lo que seguirán escribiéndose con k. Nada de "quilos", "coalas" y búnqueres", no seáis catetos. Bueno, entonces deberían ponerse en cursiva, digo yo. Pues no. No sólo no hay necesidad de ponerlos en cursiva, sino que debemos (no sólo podemos) acentuar la palabra alemana bunker. Si alguien me lo puede explicar, se lo agradecería muy sinceramente. Más cuando es objetivo declarado de esta ortografía, y cito, la "equiparación en el tratamiento ortográfico de extranjerismos y latinismos".
Los nombres propios extranjeros conservarán su propia ortografía salvo los de países, que adoptarán la grafía castellana. En consecuencia, hay que escribir Catar (no Qatar) e Irak (no Iraq). Curioso sobremanera este último caso, pues la castellanidad de la k es más que dudosa. Puesto que escribimos sin problemas "cómic" o "coñac" en la adaptación de otros extranjerismos, lo suyo sería escribir, en todo caso, "Irac". Y, de cualquier manera, por coherencia lingüística, no debería estar prohibido hacerlo. Por lógico que os parezca, si no queréis quedar como unos zotes iletrados, no lo hagáis: seguro que existe una razón, sólo conocida por los iniciados, que explica que un mismo fonema se castellanice unas veces con una letra y otras con otra, y, aunque no la haya, mejor nos callamos, no sea que en la próxima ortografía (Dios no lo quiera) se decida que hay que escribir "coñak" y "cómik"...
Y así llegamos a la eliminación de la tilde en los diptongos y triptongos ortográficos, lo sean fonéticamente o no. Teniendo en cuenta que un diptongo (o un triptongo) consiste en la pronunciación en una sola sílaba de dos o tres vocales (o de la letra “ye” –que no se diga que no acato ni lo razonable-), y que la sílaba es cada una de las unidades fonológicas que constituyen una palabra, hablar de diptongos o triptongos sólo ortográficos es… No sé exactamente cómo calificar este engrendro: ¿un color invisible?, ¿la cuadratura del círculo? Una contradictio in adiecto (perdonad el latinajo, pero a estas alturas no sé cómo castellanizarlo correctamente) que bien merece nuestra atención. Así que, sí, continuará…
Pues nada, que al final la insumisión no nos va a servir de nada y tendremos que acatar las normas, como todo hijo de vecino. Lo que pasa es que una, que es rebelde por naturaleza, sigue confiando en que al final se impondrá la cordura y se le permitirá seguir poniendo la tilde donde desde niña le indicaron que tenía que hacerlo. Como siempre tuve tan buena memoria para las cosas de la infancia, pues no hay manera de que se me olvide lo que mis profesores me enseñaron en el cole, qué le vamos a hacer...
ResponderEliminarMientras escribamos aquí, yo pienso hacer lo que me parezca mejor y te animo a lo mismo. De hecho, a ver si se me ocurre una entrada sobre fruta y puedo escribir quigüi, que me muero de ganas y, la verdad, me parece infinitamente más correcto ortográficamente que "zeta".
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