Austerlitz. W. G. Sebald.
Anagrama: Barcelona, 2004. 298 pp. 9,90 euros.
Por J. Teresa Padilla
Winfried George Sebald (1944-2001) es un escritor alemán considerado por muchos uno de los grandes y convertido incluso, quizá por su prematura muerte y la brevedad de su bibliografía, en algo así como un escritor de culto. Su obra mezcla realidad (ensayo) y ficción, así como ilustra a menudo sus palabras con fotos, planos y otros documentos no necesariamente fidedignos (o sea, en los que lo auténtico y lo ficticio de nuevo se confunden). Su estilo es fluido y denso a la vez, amante de las frases interminables, de las enumeraciones minuciosas y muy reacio al uso de los puntos y aparte. Al leerle resulta difícil no recordar el de otro autor alemán: Thomas Bernhard.
Austerlitz fue su última obra y la más novelística de todas, aunque sólo fuera porque renuncia en ella al papel expreso de narrador, como había sido el caso en sus novelas anteriores Vértigo, Los emigrantes y Los anillos de Saturno. No conocemos, pues, el nombre del narrador que en esta novela nos transmite, usando el estilo directo pero integrándolo siempre en su propio relato, sin hacer uso nunca de la raya, las palabras con las que Jacques Austerlitz reconstruye, para sí y para su interlocutor, su vida. La reconstruye en la medida en que, corrigiendo la que ha sido hasta ese momento su involuntaria forma de vida (o de sustraerse a ella), se decide a recuperar su memoria perdida rastreándola por los lugares en los que transcurrió toda esa vida pasada con la esperanza de recuperar la historia muda unida a ellos.
Austerlitz y nuestro anónimo narrador se conocen por causalidad en la estación de Amberes, cuando ambos son jóvenes, y sigue siendo sobre todo el azar el que vuelve a cruzar sus caminos en otras ocasiones a lo largo de decenios facilitando, entonces sí, la locuacidad de Austerlitz, que, al principio, no aparece sino como un hermético investigador de planos arquitectónicos, enfrascado por completo en el objeto de sus estudios. Sólo cuando éstos se le revelan imposibles de proseguir, cuando el sentido de sus notas, fotografías y lecturas le resulta incomprensible y, con él, su vida entera (¡qué fiel y certera es la descripción de este proceso!), Austerlitz empieza a hacer de su errancia por Europa, un vagar que compartía con el narrador, una búsqueda de sí mismo: del que fue y decidió inconscientemente olvidar privándolo así de una auténtica vida.
Como en la obra de Modiano asistimos entonces a la búsqueda del tiempo perdido en los espacios, lugares y objetos para constatar, una vez más, su mudez y espantarnos de “cómo el mundo, por decirlo así, se vacía a sí mismo” cuando se pierden las vidas que podrían transmitir su historia, cuando se olvida. Y, también como en Modiano, Austerlitz empieza a sospechar que recordar no es sino una forma invocar a los ausentes, a los muertos, buscando en los lugares y objetos compartidos con ellos el acceso desde el nuestro a ese “espacio” paralelo que ellos habitan; animándolos, ayudándonos de ellos para viajar en el tiempo, que no es otra cosa en el fondo sino recuperar el contacto con los que perdimos. Con los que perdimos (vivos y muertos) y, al perderlos, nos perdimos, porque lo que Austerlitz descubre cuando se hace consciente de que toda su vida hasta ese momento no ha sido sino un esfuerzo por no recordar es, precisamente, que estaba perdido. Perdido, solo e incapaz de vivir. Una tendencia a la amnesia, la suya, que en absoluto es sólo propia o privativa (y en ello quizás resida la razón de la comunidad temática mencionada entre, por ejemplo, Modiano y Sebald): todo nuestro mundo nos empuja a olvidar, e intenta “terminar con todo aquello que tenía aún vida en el pasado”, inundándonos de datos, información, fotos fijas e “imágenes prefabricadas, grabadas ya en el interior de nuestras mentes, a las que no hacemos más que mirar mientras la verdad se encuentra en otra parte”. De nuevo, la Historia intentando acallar nuestra historia, la vida.
No puedo decir que este año haya empezado del todo bien, pero no será, desde luego, por esta lectura. Queda elegir el siguiente título por leer: ¿Sobre la historia natural de la destrucción, Vértigo...?
Me ha gustado la reseña. No he leído a Sebald, pero lo tendré en cuenta si lleva a recordar al genial aguafiestas de Thomas Bernhard.
ResponderEliminar¡Salud, Netucha!, queda mucho por leer...
Bueno, me temo que la semejanza entre ambos se limita a la aversión por los puntos y aparte y a la maestría a la hora de redactar frases interminables. Sebald es menos ácido, ahí Bernhard no tiene competencia.
EliminarCon más o menos salud, seguiré leyendo. ¡Qué iba a ser de mí si no lo hiciera!
Besos, Juana.