Por Marisa Díez
A mi mesa de la Nochebuena, este año habían venido a sentarse quince personas. Salvando los huecos permanentes, esos que añoras cada Navidad, esta vez tuvimos que sumar uno más a la lista, porque mi sobrina Raquel había decidido quedarse al otro lado del charco en estos días de nostalgias varias y sensibilidades a flor de piel. Mal que bien, conseguimos aceptar que la niña ya era mayorcita para elegir dónde y con quién pasaba sus vacaciones, aunque llegado el momento, su silla vacía nos provocaba una mezcla de sentimientos difíciles de explicar sin resultar melodramáticos. En mi familia siempre hemos sido un poco moñas para estas cuestiones, y nos gusta estar juntos en las fechas especiales del año, así que esta vez no sabíamos bien a quién podíamos culpar de nuestra desgracia, aunque el gobierno en funciones de turno, y más después de haber transcurrido cuatro días escasos desde las elecciones, llevaba todas las papeletas.
Así que, entre discusiones sobre quién llega siempre el último, un siéntate tú aquí que yo me pongo allí o las consabidas voces para hacerse escuchar en semejante guirigay, apareció el móvil de mi hermana Isa con la imagen de Raquel en la pantalla, quien había suplicado a su madre estar presente en la mesa aunque fuese en modo virtual. La abuela miraba la pantalla asegurando que la niña estaba emocionada al sentirse tan lejos y por eso apenas podía hablar; la madre de la criatura mantenía el tipo con mucha dignidad y el padre intentaba no aparecer por el salón para que nadie fuera testigo de su carita de pena. Sospechosamente, a su hermano Diego se le veía tan tranquilo, pero nadie dio importancia a un hecho que consideramos propio de su carácter, siempre afable y relajado.
Así que, cuando nuestro particular anuncio del café Marcilla se hizo realidad, las caras de incredulidad fueron antológicas y quedaron inmortalizadas para la posteridad en el vídeo que Diego nos grabó a traición. El grito materno traspasó paredes y se convirtió en un alarido de júbilo que fue escuchado en todo el pueblo. La abuela, aún convaleciente de su última caída, saltó de su silla como un resorte y apartó a manotazos a cualquiera que se le pusiera por delante en su camino para abrazar a la nieta pródiga. El padre de la criatura ocultó a duras penas las lágrimas que asomaron a sus ojos y despachó con un rápido abrazo a su primogénita antes de ocultarse en la cocina para superar su emoción. Y el resto de comensales no dábamos crédito ante la cámara de Diego, que, compinchado desde hacía meses con su hermana y su primo Pablo, grababa el momento histórico que acababa de vivir mi familia, inmortalizando abrazos, besos, lágrimas, gritos y en fin, un mosaico de emociones que no olvidaremos en mucho tiempo.
Ni qué decir tiene que a la niña la encontramos guapísima y le perdonamos de forma instantánea el habernos hecho sufrir lo que no está escrito hasta que aceptamos su inevitable ausencia. El subidón de adrenalina que nos proporcionó el momento Marcilla compensó todas las lágrimas que su madre llevaba derramando por las esquinas en los últimos días. Su forma de abofetearse la cara cuando la niña apareció por la puerta, móvil en mano y reclamando su plato de jamón, fue indescriptible, y pasará a ocupar un lugar destacado en la historia anecdótica familiar. Mi hermana siempre ha sido muy chillona, pero lo que aquella noche salió de su boca fue absolutamente antológico.
Y así fue como, aparte de gambas, jamón y cochinillo a tutiplén, comimos también perdices en nuestra mesa de Nochebuena de este año que se ha ido. Ya sé que para los que no tuvieron la fortuna de estar presentes, este acontecimiento no pasa de ser un reencuentro más de los que se acumulan en estas fechas, pero para nosotros aquel momento se ha convertido ya en una parte destacada de nuestra historia familiar. Muchas gracias, Raquel. Ya te estamos echando de menos otra vez. ¿Y si nos vemos en Manhattan?
¡Ay, como me alegro por todos! Ahora me hace gracia recordar cómo andabas refunfuñando por que tu sobrina no fuera a venir. ¡Menuda pieza parece Raquel! Besos a todos.
ResponderEliminarGraciss, compi, pero yo no recuerdo para nada haber refunfuñado. Si yo jamás me quejo...
ResponderEliminarMomentos Marcilla o Almendro...qué bonitos!! En el fondo somos unas sentimentales. Enhorabuena!!
ResponderEliminarMi momento Marcilla fue con Raquel y el Almendro con la familia Gómez Casete. Lo que pasa es que a ti no te he escrito nada, claro, tampoco vas a ser siempre la protagonista...
ResponderEliminar