jueves, 31 de marzo de 2016

Imre Kertész ha muerto

Por J. Teresa Padilla

 Hace tiempo que decidí no escribir aquí por obligación, por mantener una sana regularidad. Desde que la salud, eso que damos por supuesto como nuestro estado natural, se me reveló como un regalo que hasta ese momento se me había concedido de forma gratuita e inmerecida, como un milagro, decidí que escribiría lo que pudiera y cuando pudiera, olvidándome de hábitos saludables.

Esta semana iba a “pasar”. Y eso que ayer oí en las noticias un dato sorprendente y sobrecogedor, un dato que se mencionó con ese automatismo aséptico de las locutoras profesionales que me convence de que no piensan en realidad lo que están diciendo cuando leen en sus “teleprompters”: la primera causa de muerte “no natural” en España, por encima de los accidentes de tráfico, era el suicidio. Se mencionó el número de suicidios diarios durante el 2014 (de ese año creo que era la estadística), un número que me resultó incomprensible e inimaginable. No sé, pensé que debía escribir algo sobre algo tan díficil (o quizás no) de entender, pero no me vi con fuerzas. Ni con palabras, en realidad. El hecho me dejó muda y no he logrado aún superar la estupefacción inicial y encontrar un camino hacia una relativa comprensión.

Imre Kertész (Foto: Csaba Segesvári)

Así que, en lugar de escribir, de intentar pensar, decidí dedicar la mañana a la narcotizante tarea de ojear redes sociales y periódicos digitales para encontrarme con la noticia de que hoy ha muerto uno de mi escritores favoritos, Imre Kertész. Un día después de conocer que en abril Acantilado publicará un volumen con sus diarios de los últimos años: La última posada. Y la noticia, nada sorprendente, me ha despertado de mi letargo.

“Los hombres nacen por azar, viven por azar y mueren por una ley natural”, escribió él mismo en sus Diarios de la galera. Y no hay nada tan natural y comprensible como la muerte, porque lo que de verdad no se entiende es la vida, ese misterio en equilibrio inestable que con tanta facilidad dejamos pasar, despreciamos y, en el fondo, no llegamos a vivir.

He aprendido esto y muchas otras cosas de Imre Kertész, cuya obra no es sino el intento de llegar a vivir esa vida que contra todo pronóstico y lógica le tocó conservar y tuvo la oportunidad de protagonizar (o que, más bien, se sintió en la obligación ética de vivir precisamente por el error racional que suponía su existencia, por su absurdo). Y como no puedo evitar imaginarme al autor que hay tras las obras que leo y convencerme de que lo conozco personalmente, siento su muerte con dolor, aunque haya sido la de un anciano enfermo que decidió hace tiempo que ya había escrito (lo que en su caso significaba también vivido) todo lo necesario.

Es ridículo, lo sé, pero me creo con derecho a hablar de él como si lo hubiera conocido, como si hubiéramos compartido conversaciones y sonrisas mirándonos a los ojos. Como si él supiera mi nombre. Era un hombre sabio y bueno, despiadado consigo mismo y con los demás, pero nunca cruel. Esa dureza estaba siempre revestida de humor y de compasión por esos seres absurdos que somos todos, él y nosotros. Llena de amor (que, como dijo en su discurso de aceptación del Nobel, es lo que a la postre nos salva) y de afán de conocimiento de todo eso que no tiene explicación: la bondad, la vida, el yo que anida en cada uno de nosotros, la humanidad, la salvación.

En este blog he reseñado alguna de sus obras (Sin destino, Fiasco y Kaddish), pero hay muchas más disponibles en castellano y que puedo dar fe de que merecen tanto o más ser leídas: Diario de la galera, La bandera inglesa, Liquidación, Yo, otro, y los ensayos Un instante de silencio en el paredón o La lengua exiliada. Y otras muchas que aún me quedan por leer.

Viviste una vida humana, señor Kertész, porque, como me enseñaste, te atreviste y afanaste en fracasar una y otra vez a sabiendas de que no había victoria posible y la muerte es nuestro destino. Así que supongo que puedes sumergirte en ella como imaginaste en Kaddish, con la esperanza insensata de que algo, a pesar de todo y contra toda lógica, se salve. Porque hay que defenderse de la lógica con la pasión insensata de la fe. Descansa en paz.



“Es fácil morir

La vida es un gran campo de conentración

Instalado por Dios en la Tierra para los hombres

Y éstos lo desarrollaron para convertirlo

En su campo de exterminio para los hombres.


Suicidarse es tanto como

Engañar a los vigilantes

Huir desertar dejar con un palmo de narices

A quienes se quedan

En este gran Lager de la vida

En este mundo miserable

De la vida suspendida hasta nuevo aviso

Del ni dentrio ni fuera

Ni adelante ni atrás

Donde envejecemos

Sin que el tiempo avance…


Aquí aprendí que la rebelión es

QUEDAR CON VIDA

La gran desobediencia

Es vivir nuestra vida hasta el final

Y es también la gran modestia

Que nos debemos

El único instrumento digno del suicidio

Es la vida

Ser un suicida es tanto

Como seguir con vida

Volver a empezar todos los días

Volver a vivir todos los días

Volver a morir todos los días” (Liquidación).

4 comentarios:

  1. Ummmmm, no sé Teresa, yo la verdad es que no conocía a Imre Kertész, pero no creo que hubiese sido capaz de leer a alguien que piensa algo tan triste como que "la vida es un gran campo de concentración instalado por Dios en la tierra para los hombres". Una sentencia deprimente a más no poder. Para pensar así, mejor no tener fe, ¿no te parece? Qué manera de sufrir...
    Se nota que no estás en tu mejor momento. Pero, lo que yo digo siempre en estos casos es que lo mejor de estar en el fondo del pozo es que de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando. Bueeeeeeno, vaaaaaale, la frase no es mía, pero podía habérseme ocurrido a mí perfectamente, ¿o no? Un abrazo fuerte, chica guapa.

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    1. Pues te sorprendería leerle, porque para nada su obra y sus ideas son tristes o deprimentes. Son lúcidas, y eso implica que no se permite engañarse ni endulzar nada, pero hay mucho humor y mucho, aunque más disimulado, amor a lo que en el hombre es capaz de imponerse a la lógica concentracionaria de la realidad. Y es esta fe, frágil y puede que hasta absurda, en el hombre la que le llevó a escribir y a vivir hasta el final. No sé si me creerás que leer a Kertész me sube la moral, me ayuda a vivir. Nunca se toca fondo, al menos mientras se vive, pero se trata de seguir viviendo, que es la única rebelión posible.
      Besos para ti, reguapa.

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  2. Sí Kertész es espeluznante, pero también conmovedor, e hizo una obra de arte del horror que le tocó vivir.
    Lo siento, Teresa, sé que era uno de tus autores favoritos. Un abrazo.

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    1. Hizo una obra de arte pero que pretendía abrir un nuevo camino de conocimiento y de creación de valores éticos nuevos. Nada de arte por el arte. Era uno de los grandes.
      Un beso muy fuerte, Juana.

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