La última posada. Imre Kertész.
Acantilado: Barcelona, 2016, 296 pp. 24 euros.
“Leyendo a Kafka uno sólo puede sentir vergüenza de atreverse a escribir” (I. Kertész. La última posada).
“Sin embargo, las manos de uno de los señores estaban ya en su garganta, mientras el otro le clavaba el cuchillo en el corazón, haciéndolo girar allí dos veces. Con ojos que se quebraban, K. vio aún cómo, cerca de su rostro, aquellos señores, mejilla contra mejilla, observaban la decisión. “¡Como un perro!, dijo; fue como si la vergüenza debiera sobrevivirlo” (F. Kafka. El proceso).
Por J. Teresa Padilla
Venga. Allá voy. A ver si me acuerdo de cómo se hacía (o cómo lo hacía). Lo siento por La última posada, a la que no podré hacer justicia (o al menos la justicia que me gustaría y de la que en otro tiempo hasta me sentí capaz). Podía haber escogido volver con una reseña de un libro que hubiera despertado mi faceta de crítica feroz y sarcástica, que la tengo, conste. Eso es más fácil de escribir, a saber por qué (la bruja que en el fondo o en la superficie eres, que la justicia en estos casos te impota un bledo…), pero hay un problema (en realidad, dos): he decidido no obligarme a leer nada que no me guste (ventajas del amateurismo), y tengo que confesar que soy, siempre he sido, una moralista (no comento lo que no he leído).
Kertész (1944). Fuente: Bz-Berlin |
La leí, es verdad, aunque apenas me enteré de nada. Soy de las que se pierden y constantemente tienen que leer de nuevo una frase, un párrafo. Una página entera si me descuido. Una, dos veces; puede que más. Eso en estado normal (lo sé, no soy nada lista, lo que tiene sus ventajas: me exime de la obligación de entender gran parte de lo que sucede a mi alrededor). Cuando me hallo en el estado de gallinácea descabezada antes descrito, el fenómeno adquiere proporciones alarmantes. ¿Y por qué seguir leyendo lo que sabes que no estás entendiendo (o no del todo), lo que sabes que vas a tener que leer desde el principio más adelante?
Yo creía que sólo era por necesidad afectiva. Ya comenté cuando murió, la última vez que escribí aquí, que Kertész era uno de esos autores que, más que leer, siento que me hablan. Alguien que conoces, cuya charla te acompaña aunque no siempre le prestes atención. Te consuela el runrún de su voz. Y cuando no es así cierras el libro. Sin rencor ni dolor. Pero luego, en la segunda lectura, ya en mi casa, ya pasado lo peor (sólo de momento, como casi siempre en la vida), le escucho decirme: “No hay que entender los libros, basta la inspiración que despiertan en nosotros, a menudo por el mero hecho de tenerlos en las manos y leerlos. No importa el libro, sino su lector”. Los libros nos ayudan a pensar, a entendernos a nosotros mismos, incluso a vivir más allá de como también lo hace un vegetal. Eso me dice este texto, que no sé si de verdad he entendido. Y además no importa, porque me siento autorizada por el autor para quedarme con la impresión gozosa (bendita sea mi estupidez) de que me queda mucho por comprender. Casi todo. Así que volveré a leerla y a entender muchas frases por primera vez o a entenderlas de otra forma. De eso se trata. Por eso amo a Kertész. Porque escribe para tontos como yo, pero tontos deseosos de aprender; porque él mismo escribe para saber, y no cualquier cosa, sino lo esencial (“la novela es indagar en el ser con los medios de la novela”); porque, resumiendo, hace de la literatura un ejercicio socrático y conjuga mis dos pasiones: las literatura y la filosofía. No era, pues, sólo la necesidad de compañía, sino de un maestro, un guía, un poco de luz.
“Considero [este libro] la culminación de mi obra”, el “opus magnum ultimum”. Como a otros tampoco me lo pareció a mí la primera vez que lo leí, ni mucho menos. En realidad me sorprendió la afirmación, me chirriaba: un hombre que baraja como título alternativo de esta obra Fin de partida en el club nocturno “El seguro perdedor” no puede cantar este tipo de victorias. A la segunda creo que empecé a encontrarle sentido. Es (o pretende ser) el libro-diario de la muerte y ¿no es ella la culminación de la vida? Aunque ésa es la cuestión: ¿lo es?, ¿qué es la muerte, más allá del camino de decadencia y enfermedad que conduce a ella?
La novela hace metafísica (sic), pregunta por el ser (sic) con sus medios, decía Kertész y citaba yo arriba. Unos medios a la vez precarios (“el escritor, si es honesto, está siempre al margen de la propiedad. Sabe que no tiene nada y que no sabe nada”) y ambiciosos hasta la más vergonzante locura, pues trata de llenar el hueco dejado nada menos que por el dios ausente y recrear su creación, que es la creación del sentido moral que falta. O que a algunos les falta (el científico se ríe de las zozobras del escritor y “ataca el filete”) haciendo de la vida un absurdo, “un error que la muerte tampoco arregla”, un fracaso, una chapuza. Tal indagación puede muy bien ser superflua a día de hoy, seguro que lo es, pero “resulta secundario que la metafísica tenga o no razón de ser (en nuestro pensamiento). El hecho es que “el hombre” ha sido metafísicamente abandonado” (Dios ha muerto); que “tal es ahora su estado de ánimo, y éste es un estado de ánimo peligroso”. ¿Necesitas pruebas? Echa un vistazo a la prensa o a los informativos. Así que habrá que retomar esa creación imperfecta, considerarla sólo un experimento, un camino hacia “la verdadera imagen y semejanza” todavía por recorrer, un proceso en el que el escritor se pregunta si no es su deber participar. Porque en el fondo de esto se trata: o se aferra a esta esperanza ingenua y probablemente falsa o hace por fin acopio del valor para tirarse por la ventana: “Quitarse la vida o seguir viviendo es solamente cuestión de carácter, de temperamento o de oportunidad”.
Fuente: Tumblr |
Fuente: El español |
No es necesario que te explique lo que he echado de menos tus reseñas. Porque Diarios se ha mantenido a duras penas este tiempo, ya lo sabes. Sin ti no somos nada de nada. Bienvenida a tu casa.
ResponderEliminarDiarios se ha mantenido tan estupendamente sin mí que si he vuelto sólo ha sido por lo que yo añoraba escribir en él. Sin mí sois aún mejores porque os obligáis a sacar lo mejor de vosotras. Yo vuelvo, vale, pero, porfa, que eso no cambie.
EliminarPues sí, te acuerdas de cómo lo hacías, y me gusta que haya sido sobre ´La última posada’, un libro imprescindible para los que amamos a Kertész. Las palabras de este hombre estremecen por su lucidez y sinceridad aplastante. A veces tampoco yo le entendía, y sí, también volveré a leer el libro, pero dentro de algunos años. Creo que tengo que llegar a vieja para experimentar sus palabras en carne propia.
ResponderEliminarBienvenida a tus dominios. Un beso, hermosa.
Madre mía. Tú llegar a vieja... Me parece que hay personas a las que la vejez no llega nunca y que tú eres una. No esperes a ella para volver a leerla por si acaso. Y gracias por la bienvenida, guapetona.
EliminarComo dice Juana....poosss no se te ha olvidado. Lo haces tan bien como siempre. Pondré La última posada en mi lista de lecturas pendientes, aunque tenga que leerlo dos o tres veces. Ub beso torera.
ResponderEliminarQué alegrón me has dado, Susana, animándote a comentar. Pues ya sabes: cuando quieras te lo presto.
EliminarJolín, qué buen domingo. Un besazo.