No podría precisar el momento exacto en que ocurrió. En realidad es posible que sucediese de forma gradual. Todo comenzó cuando mi madre decidió explicarme, ante mi total incapacidad para descubrir el secreto, que los reyes no existían. Los magos, me refiero. Como todos los niños, supongo, sufrí un auténtico trauma, un shock emocional en toda regla, no sólo por la frustración que me supuso asimilar una noticia de tales dimensiones, sino porque admitir lo tonta que había sido al creer durante tantos años semejante patraña, tiene también su lado trágico. He llegado a pensar que, de no habérmelo contado mi madre aquel día que recuerdo como si fuese ayer –durante una comida, todos en la mesa, me lo soltó así, casi sin venir a cuento, como diciendo, ya está bien hija, a ver si te caes del guindo- como decía, si no se le hubiese ocurrido en ese momento sacarme de mi ignorancia, a día de hoy todavía seguiría creyendo que el próximo 5 de enero por la noche, si pusiera los zapatos en la ventana, algún regalo me dejarían Melchor, Gaspar o Baltasar.
Puede que fuera entonces, pero tampoco estoy segura. Quizá aquel año que entre mis regalos no descubrí el estuche de maquillar de la señorita Pepis, que durante tantos meses había deseado. Aquello ya me dejó descolocada. O mucho tiempo después, al escuchar uno de esos horribles villancicos, que antes me encantaban, fuera de tiempo y de lugar, porque ni siquiera había comenzado el mes de diciembre. Y es casi seguro que me rebelé definitivamente cuando descubrí las primeras lucecitas, a mediados del mes de octubre, en una tienda de cualquier centro comercial. Lo de comprar la lotería de navidad en verano ya es un clásico, aunque yo, a día de hoy, puedo asegurar que es un sacrilegio que todavía no he cometido.
Así que no puedo precisar con exactitud en qué momento comencé a odiar la Navidad, así, en general. Reconozco que me gusta exagerar un poco y en estos tiempos que corren, y en vista de que se ha puesto tan de moda renegar de las fechas navideñas, resulta que ya no me hace la misma gracia reivindicarme como una enemiga acérrima de las susodichas fiestas. Intento evadirme cuanto puedo, eso sí, pero me aburre escuchar a todo el mundo explicar lo poco que les gusta tanto follón, que si me quiero dormir el 22 de diciembre y despertarme el 7 de enero, que si es un sinvivir, que si esto, que si lo otro… Así que ya no me siento nada original y decido callarme. Tampoco es para tanto, pienso.
Entonces me resigno y me decido, por ejemplo, a no pisar el centro de Madrid mientras permanezca encendida una sola de esas mareantes bombillitas o quede en pie el último de esos indescriptibles arbolitos de navidad, que en nada se parecen a los abetos de mis recuerdos infantiles, con ramas de verdad y bolas de colores que se rompían una tras otra sin remedio cada año.
Me resigno a salir corriendo del hipermercado cuando por los altavoces me torturan con los mismos villancicos que se entonaban en mi casa a golpe de pandereta, en aquellos tiempos en los que todavía no faltaba nadie en la mesa. Me parecen tan tristes, con unas letras tan absurdas, y entonados con unas voces tan desagradables al oído, que mi humor cambia sin remedio y huyo, escopetada, en busca de la primera salida de emergencia. No los soporto. Me entran tantas ganas de llorar…
Así que, ya os lo he dicho, me resigno y me marcho. Y salgo a la calle, aunque hace frío, porque en navidad es invierno y yo también odio el frío. No lo aguanto. Me cambia hasta el carácter. Todo el día con los pies y las manos heladas. Es una auténtica confabulación. Y menos mal que en Madrid no suele nevar, porque tampoco me gusta la nieve…
Que si cenamos aquí y comemos allá, que si yo compro esto y tú te encargas de aquello. Los langostinos, las gambas, las gulas, el gambón, el pulpo, los entremeses, la sopa de marisco y los canapés. Para mí, desde luego, no compres carne; no llego seguro, ya estoy empachada sólo de pensarlo, cómo pretendes que encima me coma un chuletón… Lo único el cava, eso sí. Catalán, por supuesto, que yo soy muy clásica para estas cosas. Un par de copitas, o tres, o cuatro, no vienen mal para pasar tanto mal trago.
Porque sigo intentando dilucidar el momento exacto en que empecé a odiar las fechas entrañables y no tengo una idea clara. Mi amiga Sonsoles le decía a su hijo, cuando todavía era un niño: "No hagas caso a Marisa, Carlos, hijo; ella siempre fue el espíritu malo de la Navidad".
Y desde entonces deambulo por estas fechas como un alma en pena, con ciertas ganas de fastidiar al prójimo y reventarle sus ganas de fiesta. No encuentro ningún motivo extraordinario para celebrar. Si no fuera porque el mismo día 24 mi sobrina Raquel regresa por unos días de su exilio forzoso/voluntario en el recién conquistado territorio Trump, me montaría en mi escoba y me largaría a territorios lejanos, dirección Caribe, por poner un ejemplo. Pero bueno, me quedaré por aquí un año más, qué remedio. A ver si esta vez los reyes me consiguen por fin el estuche de maquillar de la señorita Pepis. Que desde entonces no he podido levantar cabeza.
Me encantaría que el espíritu malo de la Navidad se montara en su escoba, dirección Caribe, para celebrar las no feslices fiestas
ResponderEliminarEso, eso. Pero que no se le olvide el jamón y todo eso q luego no hay manera de encontrar en el "paraíso".
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarVale,Son, para el próximo año me cojo a Teresa y nos plantamos allí las dos. Ah, no, que te fuiste por dos años y ya los cumples el verano que viene. Vaya hombre... Bueno, Teresita, tendremos que buscarnos otro destino.
ResponderEliminarMarisa, si todo se reduce al set de maquillaje de la señorita Pepis, desde ya se organiza colecta. Eso sí, para que lo uses para realzar tu belleza natural.
ResponderEliminarVaya par de brujas, la Tere y la rubia, si creéis que os vais a ir a alguna parte sin mí lo lleváis claro. Con los dientes me agarro a la escoba.
Vaaaaale, Espe, nos apretujaremos en la escoba las tres. Te llevaremos, qué remedio...
EliminarYo en la escoba no voy, q soy de culo delicado. Y ademãs, si la Sonsoles no está para entonces lost in Bogotá, habrá q invitarla a ella y a su olla express donde sea q decidamos perdernos. Si a ello sumamos q Juana no se ha pronunciado pero el plan es lo bastante descabellado para entusiasmarla.. Vaya, que vamos a tener q fletar un charter. Lo digo para ir ahorrando, q nos conocemos...
ResponderEliminarLa Navidad trae a Raquel y también trae "La Lotería". ¿Y si te toca? Ya sé que parece imposible, que es increíble, pero a veces pasa...
ResponderEliminarSí, es verdad, ya sé que te encanta la frase. A veces les pasa... a los demás, jejeje.
EliminarLa Navidad trae a Raquel y también trae "La Lotería". ¿Y si te toca? Ya sé que parece imposible, que es increíble, pero a veces pasa...
ResponderEliminarPues a mi me trajeron un año el tocador de esa señorita y no le hice ni caso; yo era una obsesa, solo quería gatos. En el Caribe también se celebra la navidad, pero con vosotras al fin del mundo, queridas.
ResponderEliminarBusca Juana el dichoso tocador. Se lo regalamos a la rubia y quedamos como Dios. Mientras haya cerveza y solecito moderado, donde sea, ya me conocéis.
EliminarY encima a mí jamás me ha gustado maquillarme. Será por el trauma.
Eliminar