miércoles, 27 de noviembre de 2019

De mano en mano

Por Marisa Díez


Se puso a escribir por simple necesidad física, o quizá mental, no sabría explicarlo. Una especie de angustia la empujó a aporrear las teclas del ordenador de manera casi compulsiva. Desde hacía unos meses le rondaban varias ideas por la cabeza, pero se sentía incapaz de darles forma. Algunas la conducían al pasado más remoto en su viejo barrio, a los años de infancia en el domicilio familiar, el mismo que últimamente había sido la causa de sus desvelos. Desarrolló una extraña capacidad de abstracción para viajar en el tiempo y aparecer, por arte de magia, en aquel mismo escenario, cuarenta años atrás. Intentaba fortalecerse envuelta en la paz que emanaba de aquellas cuatro paredes, pero le acababa invadiendo una sensación de cierto desasosiego, totalmente contrapuesta a la sonrisa que se dibujaba en su rostro cuando comenzaba a evocar tantas historias mil veces repetidas. Una casa llena de bullicio y alegría, sin demasiados huecos libres donde poder evadirse, pero repleta de vida. Ahora tan sólo la encuentra plagada de recuerdos y siente esta soledad como impregnada en su piel y su cuerpo. Se ve obligada de repente a hacer grandes esfuerzos para no llorar. Hay que seguir, se repite. Por qué seré siempre tan cobarde, tan pusilánime; por qué me sentiré así de pequeñita. En qué momento el tiempo aceleró y se quedaron tantas cosas por hacer… Se hizo miles de preguntas mientras terminaba, por fin, de ordenar los armarios después de la última limpieza general. El cansancio la venció y un sopor la fue invadiendo hasta que se quedó dormida, sin darse cuenta, recostada en la cama del que durante tanto tiempo fue su dormitorio.

Imagen: Pixabay. Gerd Altmann
La observó atentamente, reclinada en su butaca, mientras repasaba por enésima vez el dobladillo al último pantalón que había caído en sus manos. De fondo se escuchaba la misma emisora que cada tarde radiaba viejas canciones, tan lejanas en el tiempo como cercanas en la memoria. Una voz femenina retumbaba en el salón con sus estrofas desgarradoras: “Gitana que tú serás como la falsa moneda…”, y un suspiro nostálgico se le escapó sin querer. Su cutis terso y sin apenas arrugas difícilmente se correspondía con los noventa años que sus huesos a duras penas soportaban. Cómo se ha pasado la vida, se dice para sí misma en un murmullo apenas perceptible. Fue ayer mismo cuando, tras una buena temporada en casa de sus suegros, habían recalado con cuatro bártulos en aquella humilde vivienda que para ella era casi un palacio. Desde entonces hasta ahora, tanto tiempo transcurrido en un suspiro. “Toda una vida, no me importa en qué forma, ni cómo ni dónde, pero junto a ti”, cantaba ahora Machín, el preferido de su marido, que se marchó hace ya...ni se sabe, no podría precisarlo con exactitud; las fechas se me lían cada vez más en el calendario, se dice de nuevo sumida en sus pensamientos. Desde que se fue ya nada volvió a ser lo mismo, aunque al final, ya se sabe, el dolor deja paso a la añoranza, a los recuerdos felices, porque fue toda una vida junto a él.

Y las niñas, que crecieron tan deprisa. Y mis nietos, que no me han hecho bisabuela porque no han querido, pues si sólo fuera cosa de la edad, con la pila de años que tengo.... Si es que no se debería vivir tanto tiempo, total, para no dar pie con bola, que es lo que piensan a mi alrededor, que se creen que no me entero, pero sí, los veo mirarme con cierta condescendencia, sin saber muy bien dónde aparcar este trasto viejo. En ésas estaba cuando decidió dar un golpe en la mesa y poner orden en todo aquel desaguisado. Agarró, con el último resto de dignidad que le quedaba, su pequeña maleta y comenzó a guardar con inusitado frenesí sus escasas pertenencias. Con la cabeza alta y sin mirar atrás, apoyada en su bastón, cerró con fuerza tras de sí y el portazo retumbó en todo el edificio.

Despertó sobresaltada; un ligero sudor invadía su cuerpo. Se levantó de un brinco, intentando asimilar que sólo se trataba de un mal sueño. Abrió la ventana para tomar aire mientras volvía poco a poco a la realidad. El viento le trajo, a lo lejos, el eco de una voz familiar que, cansada, tarareaba el final de una vieja canción: “… Que de mano en mano va y ninguno se la queda”.

4 comentarios:

  1. Bueno, bueno, que tampoco es para tanto, lo que pasa es que tú estás muy sensible y te llega de otra manera. Pero en fin, es lo que me ha salido...

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    1. cuanta verdad que hay esto se vera muy triste pero asi es la vida y peor es cuando bien dice !!!! es como la moneda que de mano va y ninguno se la queda que tristeza de vida que poco la apreciamos para lo deprisa que pasa te asalido muy verdadero Marisa al menos es como yo lo e sentido un beso

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    2. Muchas gracias, aunque no sé quién eres, me alegro de que te haya gustado. Pero la vida no es triste, son momentos, circunstancias, en fin...la vida.

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