jueves, 27 de febrero de 2020

Desconocidos

 Por Marisa Díez


“Este año desconocí a gente que creía conocer”. Una frase de este tipo recuerdo haber visto publicada en el muro de alguno de mis amigos de Facebook, en la forma en que suelen aparecer esta especie de pensamientos escritos, envuelta en un fondo de paisaje idílico y adornada con un estilo de letra más o menos artístico. Normalmente todas estas sentencias lapidarias me suelen resultar de lo más banales e intrascendentes y ésta, en particular, no corrió mejor suerte. Pero sucede que, de un tiempo a esta parte, me ha ocurrido algo parecido a lo que sugiere la frase en cuestión con más de una persona. Así que, aunque ignoro quién está detrás de tan contundente afirmación, he de admitir que, por una vez y sin que sirva de precedente, no estoy del todo en desacuerdo. 

Ser consciente de que alguien a quien tuviste siempre un poco idealizado existe como tal únicamente en tu imaginación, supone un desencanto que cuesta asumir. Pero es peor darte de bruces con la realidad en el caso de que el individuo en cuestión, aquel cuya verdadera cara se te acaba de mostrar, forme parte de tu vida desde… Ni se sabe, para ti ha estado siempre ahí y jamás hubieras dudado. Tal revelación te deja perdida y un poco desequilibrada, aunque es posible que desde hace tiempo intuyeras el engaño. No hiciste caso a las señales que lo iban advirtiendo y así estás ahora, aguantando la vocecita interior que te lo recrimina constantemente: “Peor para ti, ha sido tu culpa por no estar alerta; ya eres mayorcita para dejarte engañar. Si es que siempre fuiste un poco ilusa. Ya te advertí que debías mantener los ojos más abiertos”. Y te lo repites una y otra vez, en una suerte de autoflagelación que no sirve para nada. Porque sí, te sientes estúpida y un montón de calificativos más. “Tantos años y me la siguen pegando, a ver cuándo llega el día en que por fin me hago mayor…”.

El país de Nunca Jamás. Giuseppe Sticchi.

En alguna ocasión me han reprochado que mi comportamiento no se corresponde al que se le supone a una mujer de mi edad, que ya está bien de tanta tontería y es preciso aterrizar, por fin, en el mundo real, en el que me rodea, no en el que me invento a cada paso que voy dando. Pero entonces es cuando lo entiendo todo. Y me siento estupenda, relajada, feliz, contenta conmigo misma y encantada de haberme conocido. Intuyo la razón por la que me he llevado tantos chascos con las personas en las que confié a lo largo de mi vida. Se supone que nunca crecí, que vivo en un mundo paralelo, que soy una niña disfrazada de adulta. Y me parece genial, aunque a mi lado eche en falta a algunos de los que siempre me protegieron. De quienes se fueron voluntariamente, a veces ya ni me acuerdo. Algunos desaparecieron sin dejar rastro y aunque es posible que durante un tiempo los extrañase, al final quedaron situados ahí, en una especie de limbo donde almaceno a los olvidados. Pero hay otros a quienes, simplemente, desconocí.

Hace unos días, un amigo que a su manera me aprecia, me invitó a conocer su país de Nunca Jamás. Me aseguró que es el lugar donde siempre ha vivido y que no piensa mudarse a ningún otro sitio. Cada enero celebra su cumpleaños encantado de no crecer y no encuentra ninguna razón que justifique su marcha a cualquier otra parte, por muy exótica o maravillosa que pueda resultar. Allí está instalado desde que tiene conciencia y allí se quedará, lo tiene claro.

Mi amigo es uno de esos niños perdidos y está seguro de que en ese país la gente es real, no tiene doblez, y es difícil que no los percibas en su verdadera identidad. Por eso está tratando de convencerme de que es un lugar idílico para vivir. Dice que como yo también me he negado a crecer soy la persona indicada para ocupar un lugar destacado en semejante paraíso. El caso es que me lo estoy planteando, aunque no termino de fiarme de que esos supuestos polvos mágicos que esparce Campanilla consigan hacerme volar. Quien me conoce sabe bien que nunca he creído en las hadas y que mi fuente de inspiración, de siempre, fueron las brujas, mucho más creíbles, sinceras y reales. Las mismas que, a fuerza de escobazos, terminan por hacerme desconocer a quien menos me esperaba.

2 comentarios:

  1. Si no confías en los "polvos mágicos" de Campanilla, no vas a poder entrar en el país de Nunca Jamás. A ver si va a resultar que no eres tan niña...

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  2. Que no, que no creo en las hadas. Prefiero montarme en la escoba y salir volando. Es mucho más efectivo.

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