Marc Chagall. Artista sobre Vitebsk (1977) |
“La nostalgia a la inversa, el anhelo de una nueva tierra extraña, se hace especialmente fuerte en primavera" (Vladimir Nabokov, Mary).
Por J. Teresa Padilla
Nostalgia a la inversa. Una expresión que usaba también Márai en el segundo volumen de sus memorias (¡Tierra, tierra!) para referirse a esa nuevo mundo en el que quizá todo sea aún posible, el “que vio el joven marinero desde el puesto de vigía de la carabela de Colón cuando, al alba, se puso a gritar, con voz ronca y excitada: ¡Tierra!, ¡tierra!”. Tierra de comienzos, de esperanza y de nueva vida que nos llena de una íntima y a veces secreta e inconfesada alegría en primavera, cuando el mundo parece renacer y renovarse por completo, y que se parece mucho al sentimiento que nos invade también al comienzo de un año nuevo.
Y, sin embargo, ambos, Nabokov y Márai, hablan de nostalgia y, al hacerlo, ese aparente paraíso lleno de futuro se nubla con la sombra de una melancolía por lo que, como lo pasado, no va a poder ser, aún no habiendo llegado a ser nunca. La expresión me parece fascinante: “nostalgia a la inversa”. A la inversa porque es una nostalgia por algo que no ha sido, pero nostalgia al fin y al cabo, pues lo que añoramos, aunque proyectado en el futuro, no está en él tampoco, y por eso no podrá nunca ser. Todo lo que pudimos haber sido y dejamos de ser, las posibilidades que perdimos, los “exfuturos”, como los llamaba Unamuno. Éste es el objeto de esa nostalgia a la inversa que tan fácilmente puede convertirse en desolación, pero que, misteriosamente, no lo es.
Tengo que reconocer que cuando amanece ese día que arbitrariamente decidimos marca el comienzo de un año nuevo, me despierto con una sensación muy parecida a la de esa nostalgia a la inversa. Sé muy bien que nada nuevo comienza realmente y, sin embargo, no puedo evitar albergar una contradictoria esperanza de que algo haya cambiado tan radical e insensatamente que, como al pintor en el cuadro de Chagall, el pasado no nos aparezca ya como una carga con todo el peso opresivo de lo inmutable, sino como el posible campo de una cierta libertad creadora o, puede que más estrictamente, recreadora. No sé, quizá todas esas posibilidades abortadas tengan, pese a todo, algún peculiar tipo de “realidad” a su alcance. Quizá podamos ser todos esos que, siendo un día posibles, no llegamos a ser. Sin engañarnos, sin olvidarnos de que no se trata de una posibilidad efectiva, sino de una forma de nostalgia. Pero una que mira adelante y, así, quizá nos pueda permitir decir que no sólo somos quienes hemos llegado a ser, sino también todos esos “yoes” que perdimos por el camino. Que, en realidad, no perdimos, porque nunca llegaron a ser más que esperanzas o sueños no realizados, sino más bien olvidamos. Recuperar y dar cierta vida a estas posibilidades truncadas termina siendo recordarlas, recrearlas. Recuerdos de esperanzas de los que seguramente depende, incluso, que podamos seguir viviendo, que no nos perdamos del todo a nosotros mismos.
El año nuevo despierta en mí este sentimiento confuso y contradictorio en las que se mezclan la esperanza y la decepción, la alegría y la tristeza. Y, a pesar de todo, creo que hay algo de verdadero en él, algo por lo que merece ser sentido. Algo verdadero en el sentimiento, claro, no en el hecho de que aparezca ligado a la inminencia del primero de enero, a la primavera o a cualquier otra ocasión. Todas ellas pasan y se desmienten: la primavera termina siendo una ilusión entre los rigores invernales y los estivales y el día de año nuevo en seguida termina mostrándose igual a todos los anteriores y a los que le seguirán. Pero ese momento mágico en que recordamos lo que no llegamos a ser, lejos de ser una fuente de amargura, nos llena de vida y de esperanzas nuevas, porque nos muestra que, fallidas o no, no somos mucho más que eso: esperanza, pasada y presente.
Feliz año a todos.
Pero qué sería nuestra vida sin esas esperanzas o sueños. Y te aseguro que a veces, cuando menos te lo esperas, los sueños se cumplen, incluso alguon de esos sueños que habías dado ya por imposibles. Hace poco nos ha ocurrido a mi familia y a mí, concretamente el día de Nochebuena. Y fue total. "De vez en cuando la vida se nos brinda en cueros y nos regala un sueño tan escurridizo que hay que andarlo de puntillas, por no romper el hechizo". Ya te lo contaré. O mejor, lo escribiré en tus Diarios.
ResponderEliminarEstoy deseando leerlo. Y me alegro mucho por ti. Es muy cierto que hay que estar atentos para que no nos pasen inadvertidos esos escurridizos regalos de la vida y apreciarlos como se merecen en su fragilidad. Un beso muy fuerte, Marisa.
Eliminar"La esperanza es el sueño del hombre despierto", decía Aristóteles. Mientras estemos realmente vivos no dejará de existir la esperanza.Y no es poca cosa, es una fuerza que forma parte de la voluntad de vivir.
ResponderEliminarCuando tienes razón, Juana, tienes razón. Feliz año nuevo, guapa, y que esa fuerza te siga acompañando...
EliminarMis mejores deseos para 2016, Teresa. Porque tú lo vales. Un abrazo largo.
ResponderEliminarComparto muchas (por no decir todas) de tus sensaciones ante un año nuevo. Es ilusorio en el fondo, si lo piensas, como si las manecillas del reloj fueran a provocar algún cambio. Pero supongo que necesitamos de esa esperanza, de creernos un futuro donde sí, esa nostalgia a la inversa, esa utopía... pueda ser ¿por qué no?. Tiene que ser. Algún día.
ResponderEliminarQue la esperanza te siga acompañando siempre, Teresa.
Un abrazo
Sí, hay que hacer lo posible por mantener vivas las virtudes cardinales (por algo las llamarán así): fe, esperanza y caridad (amor). Feliz año, Ana, y que no te falte ninguna.
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