jueves, 11 de octubre de 2018

Por puro vicio

Foto: Sven Dichte (Pixabay)

"La paradoja de buscar a pesar de todo la felicidad: en ello reside la desdicha del ser humano. Es un error, puesto que sólo en el sufrimiento existe algo así como vida. Y –aunque a primera vista parezca una contradicción- sólo en el sufrimiento hay también consuelo" (Imre Kertész, Diario de la galera).


Por J. Teresa Padilla

Hace unos días comenté a unos amigos un suceso sin mayor importancia pero con motivo del cual no podía parar de llorar. La debilidad, la tristeza y las lágrimas no están bien vistas, ni siquiera en la diminuta sociedad que se constituye con los más íntimos, de modo que mi confesión disparó en cierta forma las alertas: por qué esto y por qué lo otro. Y yo, que no suelo pensar en términos causales porque las explicaciones no me aclaran nada las realidades que no entiendo (más bien me parecen maniobras de distracción que me hacen mirar hacia otro lado, atrás o en torno, en lugar de a la cosa misma que me intriga), pues eso, no daba más que razones improvisadas, más o menos probables, contradictorias entre sí (la falta de práctica, supongo). La incoherencia está en general un poco mejor vista que la debilidad, la tristeza y las lágrimas sin razón suficiente, pero poco más. Al final, como personas que se quieren, encontramos la fórmula que nos satisfacía a todas: a veces está bien llorar porque sí, por puro vicio.

Como casi todo lo que me dicen, sobre todo quienes sé que miran por mí, la expresión me dio qué pensar. Otra cosa es que se me escapen la mayoría de los pensamientos antes de haberles podido dar ni media vuelta. Éste, sin embargo, conseguí mantenerlo asido.

No creo que mi vida haya sido mucho peor o mejor que la de la mayoría. Ha habido todo tipo de momentos: buenos, malos y regulares. Pero las personas de natural “melancólico”, como creo recordar que las llamó, con toda la empatía del mundo por sus congéneres (y el desprecio más íntimo por la psiquiatría y otras denominadas “ciencias del hombre”), Jean Améry, los vemos desde una perspectiva que los tiñe de un color más oscuro del que en realidad puede que tengan. Digo puede, sin mucho convencimiento, porque la vida de cada cual es la que cada cual vive y, si la ve de un color, tiene ese tono por mucho que cualquier otra persona o incluso la mayoría vivan y vean una vida similar de otra manera y con otro tinte. No sé si me explico: no me parece que los criterios de objetividad pinten, nunca mejor dicho, nada cuando se habla de la intimidad de la persona, y qué puede haber más íntimo que la forma de sentir su vida y a sí mismo en ella.

Pero sigo. No vivo, ni mucho menos, un momento de los mejores, pero tampoco de los peores. Curiosamente, al haber razones objetivas para ser una mala época, se te permiten ciertos privilegios, como estar triste o emocionarte con facilidad, aunque se sigue valorando más que te contengas y muestres risueña y feliz. No creo fingir ni cuando río ni cuando lloro, por más que en ocasiones sienta la risa o la sonrisa como un regalo que ofrecer o incluso el pago de una deuda, y la lágrima o el nudo en la garganta como el síntoma de falta de autocontrol, dominio de sí y hasta educación. Se puede llorar sola y tengo tiempo de sobra para esperar a estarlo, aunque también entiendo a los que gritan su desdicha a pleno pulmón; esa tentación está siempre ahí y a veces caigo en ella. Es egoísta, porque también sufren los que callan y sonríen y a los que en realidad ignoras cuando les lloras a la cara. También lo es hacerlo a solas (incluso cuando tienes motivos que te autorizan, pero sobrepasas la justa medida): los vicios no se vuelven virtudes por practicarse a escondidas, sólo más pudorosos. No sólo se llora por dolor y pena. Se llora, además, por multitud de razones que no tienen necesariamente que ver con la tristeza (ira, impotencia, risa…). Se llora, en suma, de emoción, y también hay emociones, muchas, que debemos a la alegría y belleza de lo que nos rodea. Llorar por estas últimas, públicamente o en privado, es virtud, digan lo que digan las convenciones sociales de cada lugar. Admito, pues, que llorar puede ser un vicio, y me reconozco culpable de haber caído y recaído en él, aunque puedo aseguraros que hay algo aún peor que llorar por el placer de hacerlo y revolcarse en la autocompasión. Lo peor que uno puede hacerse o te puede pasar es no poder llorar.

Muchos escritores, especialmente poetas, han descrito ese vacío interior, ese pozo seco de sentimientos que muchas personas descubren dentro de sí en algún momento de sus vidas, casi siempre provocado por su huida de un dolor que les resulta insoportable. Se huye del sufrimiento hasta que se encuentra una incapaz de sufrir, de sentir nada. Y entonces descubres que, si hay algo más insoportable que el dolor, es esta ausencia absoluta del mismo, el sentirse vacío, el no sentirse, en realidad, apenas. Es como estar muerto en vida. Supongo que habrá quien lleve hasta el final este proceso de autodestrucción dándole el golpe de gracia, mientras otros busquen formas de desandar el camino erróneo que iniciaron o siguieron sin premeditación un día y que les llevó a este estado, de zarandearse para despertar de este sueño de muerte. A mí me pasó una vez, hace muchos años: me protegí tan eficazmente de las agresiones externas, endureciendo la piel a la vez que me replegaba en busca de un refugio interior, que, cuando quise darme cuenta, no tenía ya lágrimas; secos los ojos y, sobre todo, el corazón. El presunto refugio estaba vacío y era inhabitable. Entonces, busqué con ansia maestros del sufrimiento. No confundir con sádicos torturadores, pues nada se aprende sobre el dolor infligiéndoselo a otros o incluso a uno mismo: esto es violencia, cuestión de poder. Ni siquiera los filósofos sirven a estas alturas de maestros: Schopenhauer ofreciéndonos un mundo reducido a puro sufrimiento sin sentido, resultado del juego cruel de una Voluntad perversa, mientras acaricia a su “inteligente perro de lanas” y da rienda suelta en sus escritos menores a su misantropía en general y su misoginia en particular. Los maestros del sufrimiento están en otra parte. Son aquellos que han sobrevivido al dolor lo suficiente, al menos, para dar testimonio del mismo y compartirlo, permitiéndonos algo tan extraño en el fondo como dolernos de o por él, sentirlo en cierto modo y hacerlo propio aunque nunca pueda llegar a ser nuestro. Cuando has perdido tu dolor, te dejan el suyo. Me acerqué a los autores judíos (mi Kertész, Améry, Levi, Borowski, Odette Elina, Celan, Wiesel, Kiš…), pues quién mejor que ellos para enseñar lo que es el dolor. Y a los poetas, en general, pues, como dijo la divina Tsvetáieva, “si es éste / un mundo cristiano,/ los poetas somos judíos” (Poema del fin, 12). Busqué poetas, memorias, ensayos… Al final fue la “ficción”, porque a veces lo que necesitas oír no tiene un nombre previo, público y unívoco, la que mejor me enseñó cómo volver a sentir, sufrir, vivir y, con el tiempo, hasta a llorar. Por todo y por nada en realidad, puro vicio quizá, pero sólo “llorando vanamente ven los ojos” (L. Cernuda, Elegía).

"Razón de lágrimas

La noche por ser triste carece de fronteras.
Su sombra en rebelión como la espuma,
rompe los muros débiles
avergonzados de blancura;
noche que no puede ser otra cosa sino noche.

Acaso los amantes acuchillan estrellas,
acaso la aventura apague una tristeza.
Mas tú, noche, impulsada por deseos
hasta la palidez del agua,
aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.

Más allá se estremecen los abismos
poblados de serpientes entre pluma,
cabecera de enfermos
no mirando otra cosa que la noche
mientras cierran el aire entre los labios.

La noche, la noche deslumbrante,
que junto a las esquinas retuerce sus caderas,
aguardando, quién sabe,
como yo, como todos"
(Luis Cernuda, Un río, un amor, 1929).

5 comentarios:

  1. Y a mí se me viene a la cabeza este otro poema de Machado, después de leer lo que has escrito, Teresa, que por cierto me ha gustado mucho:

    Hoy buscarás en vano
    a tu dolor consuelo.

    Lleváronse tus hadas
    el lino de tus sueños.

    Está la fuente muda,
    y está marchito el huerto.

    Hoy sólo quedan lágrimas
    para llorar. No hay que llorar, ¡silencio!

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    1. Mucgas gracias, Rosa, por el comentario. ¡Hay que ver lo que os gusta Machado a las Díez Marín! A Marisa también le vinieron a la cabeza unos versos de Machado al hilo de la entrada ("En el corazón tenía la espina de una pasión, logré arrancármela un día, ya no siento el corazón"). La verdad es que los poetas parecen haber dicho ya casi todo. A veces creo que sólo hacemos versiones en prosa de sus versos.
      Un abrazo y un beso fuertes, Rosa.

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  2. Siento mucho que no estés más animada. No estoy seguro de que se pueda llorar sin motivo, por puro vicio. Creo que siempre hay alguno o algunos motivos detrás del llanto. A veces lo que no hay es un motivo nuevo que desencadene las lágrimas, pero creo que en esos casos operan los motivos antiguos que subsisten en nosotros, agazapados, por así decir, esperando su momento.

    Mi experiencia es que llorar sirve de desahogo. Alivia un poco y nos ayuda a seguir adelante. Llega un momento en que las lágrimas sencillamente se agotan. Los motivos de tristeza permanecen, pero las lágrimas se han acabado, tal vez sea algo fisiológico, no lo sé.

    Es verdad que no hay nada menos objetivo que la intimidad de cada uno, pero también es cierto que ante la misma situación objetiva personas diferentes reaccionan de diversas maneras, unas mejores y otras peores. Viktor Frankl (autor que, tal vez no por casualidad, no aparece entre los maestros del sufrimiento que mencionas)ilustra esta verdad en "El hombre en busca de sentido". En cualquier caso, creo que para vivir es necesaria la esperanza, que no deja de ser una virtud teologal, sin ella se hace todo muy cuesta arriba. A mí me ayudó hace años el libro "Nuestra mirada ciega ante la luz" de Gustave Thibon, publicado por Rialp. Esta agotado, pero se vende por todocolección y portales así.

    Al ir viviendo vamos recibiendo heridas, algunas de las cuales puede que no lleguen a cerrarse nunca del todo y que de vez en cuando sangren otra vez, pero hay otras que sí podemos superar. A veces tomamos decisiones que no fueron acertadas. Algunas ya no tienen vuelta atrás, pero otras sí. Por lo que he visto, te dedicaste a la filosofía y luego, no sé por qué (quizás algún día puedas contarlo en un texto) la abandonaste y ahora pareces refugiada en la literatura. ¿Fue una decisión acertada? A lo mejor la llama filosófica que alentaba en ti sigue todavía viva, esperando la oportunidad para resurgir. Hará más de un año leí un libro publicado por Trotta sobre Husserl escrito por Agustín S de H, titulado "Paseo filosófico en Madrid". En una nota a pie de la página 242 de esta obra, su autor, al parecer un gran especialista en Husserl, citaba un artículo tuyo sobre reducción y angustia y lo calificaba de "extraordinario". ¿Por qué no retomas tus investigaciones filosóficas? A lo mejor se te habrían puertas ahora cerradas.

    En fin, perdona por haberme extendido más de la cuenta y por haberme metido en cosas que no son de mi incumbencia. Recibe un abrazo de mi parte.

    Innominado.

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    1. Me encantaría contestarte con más calma, pero los sábados marcho a la carrera. Agustín fue compañero, tuvimos un mismo maestro extraordinario de verdad, y muy buena persona. Es generoso.
      Cuando cumpla con mis obligaciones sabatinas, te contesto mejor. Pero ahora me urge pedirte un favor: no te disculpes por nada aquí. Ni por extenderte ni por meterte en ningún lado. Todo aquí es incumbencia del que quiera hacerlo cosa suya, si no, qué sentido tendría escribir y hacerlo público.
      Pd. Lo de Frankl no es, efectivamente, casual. Y te contaré. Un abrazo fuerte. Innominado.

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    2. Aquí estoy de nuevo, ahora con el tiempo que merece tu comentario. Antes que nada me gustaría corregir un malentendido. No debes creer que estoy desanimada, triste o deprimida. En realidad, sólo lo estoy a veces, quizás más frecuentemente, pero casi como todo el mundo, aunque puede que, a diferencia de la mayoría, en lugar de ver en esa situación anímica algo que hay que superar para progresar hacia un estado mejor, lo que veo es algo que forma parte de la persona que soy. Algo que acepto y no veo como una tara. Es una oportunidad, como diría un psicólogo o psiquiatra, como creo que diría Frankl, pero, y eso es lo que me sitúa a años luz de estas disciplinas y de estos terapeutas, no para mejorar, crecer o cambiar, sino para tener otra perspectiva sobre misma y lo que me rodea. No creo que, a este respecto, haya nada que curar en mí, ni en nadie parecido. Otra cosa son las consecuencias de tus actos y decisiones, o de las de otros sobre ti. Ahí sí tienen sentido los cambios, la cura o redención, el perdón, la culpa… No la recuerdo bien, pero leí a Unamuno una anécdota sobre un niño que iba a hacer la Primera Comunión y lloraba con amargura antes de confesarse porque no recordaba sus pecados. Decía Unamuno, creo, y, si no, pues lo digo yo, que esos son los peores pecados, los que no se recuerdan. En cierto modo, aunque no sepamos de qué, siempre somos culpables de algo y no caben autocomplacencias, ni reconciliaciones, ni todas esas cosas que se nos vende como bienestar y hasta felicidad. Renunciar a mi tristeza “natural”, por ejemplo, supondría para mí creerme con derecho a una paz interior (por no hablar de un concepto tan volátil como el de “felicidad”) que seguramente no merezco. Me quedo con ella, como también me quedo, sin sentirme por ello culpable, con la alegría, igual de natural.
      Todo esto para decirte que estoy bien, que no te preocupes por mí.
      Tomo nota de la bibliografía: de lo de Agustín, que ya he visto tiene otras obras con una pinta estupenda, y de la de Thibon, que no conocía y seguro está también en alguna biblioteca.
      Sobre la filosofía… Eso da para un texto largo, tienes razón. Lo haré, aunque me cuesta hablar del tema (o justo por eso). Por decirte algo ahora: no es que la dejara por la lectura literaria u otra cosa. No la sustituí por nada, simplemente la dejé, sin más. Tardé mucho en volver a acercarme, y un poco a través de la literatura, pero siempre a cierta distancia.
      Esperanza, puertas, proyectos… Son cosas del futuro y el futuro ya es de otros, y prefiero verlo ya así.
      En fin, me encanta contestarte. Y que comentes. Un abrazo fuerte y la mejor de mis sonrisas, que las tengo, tantas y tan verdaderas como las lágrimas. Que no nos falte ninguna de las dos.

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