Sí, por fin me he decidido. Me había comprometido con algunos amigos y conmigo misma y, aunque esperaba el momento propicio, aquel en que la vida se digna darte un respiro, he empezado a sospechar que éste no va a terminar de llegar. Y no, a mis años no estoy ya para esperas. También me había propuesto no abrir esta bitácora hasta no tener una cierta cantidad de textos dispuestos para su publicación escalonada (con el tipo de programaciones con las que trabajan, al parecer, los blogueros profesionales), pero está claro que yo soy más de las que hacen el camino andando. Así que, eso, que comienzo a andar.
La historia de este blog tiene su origen en un curso de redacción y corrección para desempleados. Me resulta difícil imaginar qué tenía en la cabeza el burócrata al que se le ocurrió que semejante formación podía ayudar a la reinserción laboral de nadie, que la sociedad, en fin, estuviera pidiendo a gritos redactores y correctores. Conociendo el percal, lo más probable es que en su cabeza no hubiera nada de nada. El caso es que, en el vestíbulo desangelado donde debíamos esperar que nos asignaran el lugar que teníamos destinado en aquella academia, había unas veinte personas. Resulta curioso recordar ahora cómo se pasa de la extrañeza a la familiaridad. Algunas de ellas son hoy, y no ha pasado tanto tiempo, seres sinceramente queridos, pero, en aquel momento, eran miradas con las que evitaba cruzarme. Como si esperara un golpe inminente y de origen impredecible. O quizás se trataba más bien de que sentía vergüenza por estar allí y no quería que los demás lo notaran o, lo que todavía era peor, verla en ellos también. Porque, en realidad, temía que lo que les hubiera conducido hasta allí se pareciera al fracaso que, en diferentes formas, podía resumir mi vida. Fracaso, cuando menos, de puertas afuera (los otros no vienen ahora al caso). Ese tipo de fracaso, en suma, que impide redactar un currículum medianamente atractivo para cualquier responsable de recursos humanos. Sólo esto parecía dar sentido al hecho de que veinte personas de una edad que se podía calificar sin vacilar de adulta, y que seguramente tenían cosas más útiles y urgentes que hacer, hubieran acudido a tan extravagante convocatoria llenos de ilusión y, en apariencia, felices de al menos haber sido aceptados en aquel lugar. Supongo que, como para mí, también para ellos hacía mucho tiempo que ser aceptado donde fuera no era una experiencia habitual.
La verdad es que pocas veces el dinero público ha estado tan bien aprovechado, porque, como ha dicho en alguna ocasión Marisa, mi antigua compañera de pupitre, ahora amiga y futura (espero) coautora en este blog (aún estoy intentando convercerla), aprender vaya si aprendimos. Lo que no me queda claro es si el contenido de este aprendizaje se ajustaba al programa que el burócrata en cuestión tenía en su cabeza (perdón, habíamos concluido que ahí no había nada). ¿Qué aprendimos? Pues, por lo menos yo descubrí que los presuntos “fracasados” estaban llenos de talento. De diferentes y numerosos talentos (literarios, audiovisuales, reivindicativos y hasta culinarios) sobre los que destacaba y destaca la heroicidad de haber conseguido seguir siendo ellos mismos. Y eso que, desde la celebérrima quiebra de Lehman Brothers (que quién iba a pensar que tuviera algo que ver con nosotros), todo nos invitaba a negarnos, perdernos... Su hazaña no ha sido la supervivencia, que se puede seguir viviendo de muchas formas, hasta quemado, y no todas valen la pena. Su proeza, lo que me han enseñado, es que la resistencia es posible. Resistir a todas esas voces que, procedentes no sólo del ámbito laboral, sino también del social y hasta del familiar, no hemos parado de oír desde que perdimos nuestros respectivos, buenos o malos, empleos, y que nos decían (y dicen) algo que, en su versión corta, podemos resumir como “nene (o nena), no vales nada”.
¿Cómo se opone resistencia a esto? Pues de muchas formas que, probablemente, cada uno debe descubrir por y en sí mismo, pero para cuyo descubrimiento necesita que otro le recuerde quién es: que otro te mire y te vea, te vea y te sonría. Nosotros nos hemos mirado, visto, sonreído. Hemos compartido todo eso que nos apasiona, que mantiene viva nuestra curiosidad; sueños que lo más seguro no se cumplirán nunca, pero a los que hemos descubierto que nunca hemos dejado de aferrarnos, aún sin darnos cuenta; éstas y otras muchas cosas que ni sabíamos de nosotros mismos. Estas formas de resistencia son las que quiero compartir aquí. Útiles de resistencia que toman su eficacia, eso sí, de la capacidad de reírse de prácticamente todo y, en primerísimo lugar, de uno mismo. Así que no esperéis encontrar lamentaciones o letanías de motivos para quejarse y llorar. Estas cosas no hay que buscarlas: ellas solas nos encuentran por mucho que nos escondamos. Y, aunque me reservo el derecho a alguna que otra pataleta (que una tiene sus cambios de humor), lo que espero que halléis en este blog son reseñas literarias, ocurrencias de elaboración propia, invitaciones al cine, recetas de cocina… Todo envuelto en sonrisas y escrito a nuestras respectivas maneras. Porque no sé qué somos, salvo que somos muy nuestros, y porque no estaría nada mal que consiguiéramos aplicarnos un día la letra (la he buscado y encontrado subtitulada para todos aquellos de vosotros que, como yo, tienen un nivel medio-alto de inglés) de este pedazo de canción (y cantante).
Cabe resistir para existir, existe porque eres: se. Sé que eres. ¡Ánimo!
ResponderEliminarGracias. Un primer comentario para un primer post o, mejor, artículo (que me he propuesto evitar anglicismos). Y encima da pie a la reflexión... Reflexionando quedo, que lo mismo me da para otro post, digo artículo.
EliminarGracias otra vez, Anónimo (qué misterio). Una sonrisa, una mirada y una visión de mi parte. Resiste, existe y sé tú también.