Vida y destino. Vasili Grossman.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2007. 1120 pp. 26 euros (también en tapa blanda por 18,50 euros).
Por J. Teresa Padilla
No lo mencioné, pero éste fue uno de los libros que os comenté adquirí hace unos días en una librería de segunda mano. Con ésta son tres las veces que se ha cruzado en mi vida, la última coincidiendo casi con la creación de este blog. No soy supersticiosa, ni creo en “señales”, pero he de reconocer que el azar ha tenido un bonito detalle con esta bitácora y justo es agradecérselo. Porque ésta es una novela que exhorta a la resistencia como única forma de supervivencia personal, que no meramente biológica.
Como os decía, éste ha sido el tercer encuentro. El primero tuvo lugar en los años 90, cuando la hallé entre los saldos de unos grandes almacenes. Animada por su precio (que no llegaba a las 300 pesetas, o sea, bastante menos de dos euros), la información de la contraportada y la fiabilidad que me merecía la editorial que la publicaba (Seix Barral), la adquirí y leí. Ni el autor ni el título me sonaban de nada. En esa primera lectura ya me pareció una novela excepcional, capaz de emocionar sin sentimentalismos fáciles y a la vez invitar a la reflexión. Me entristeció que un libro semejante hubiera tenido tal destino comercial, tanto como luego, en 2007, me sorprendió encontrarlo entre los más vendidos en la categoría de ficción.
Quizás existan leyes de mercado capaces de explicar por qué una novela escrita a finales de los 50, y publicada por primera vez en España en 1985, pasa completamente inadvertida para, veinte años después, terminar siendo un éxito de ventas. Es cierto que lo que se publicó en los 80 era una versión incompleta, traducida a partir de la edición francesa (secuestrado en la URSS, el original íntegro en ruso no se publicó hasta 1988), y que presentaba más erratas de las deseables; pero nada de esto hacía realmente mucho más difícil su comprensión y valoración. Puede, sí, que haya una razón puramente comercial (y si no la hay, sin duda la habrá, como decía la canción). Yo, sin embargo, prefiero ver su éxito como una prueba de la veracidad de la idea que vertebra esta novela: parece que todo está regido por leyes inexorables que no dependen de nosotros (de cada uno de nosotros) y determinan nuestras vidas, pero resulta que, en el fondo, sólo es una apariencia. En cualquier momento puede que un lector y otro y otro (hasta más de cien mil, que fueron los ejemplares vendidos) decidan que es un libro nada reciente, de un autor desconocido, sin premios que lo adornen ni polémicas que lo hayan devuelto a la actualidad lo que quieren leer en lugar de El código Da Vinci de turno.
A estas leyes que supuestamente dictan el tipo de libros que vamos a leer, de productos que vamos a adquirir o de películas que vamos a ver, y que no son sino parte de otro conjunto de leyes más generales que imponen el tipo de sociedad en que tenemos que vivir y el modo en que únicamente podemos sobrevivir en ella; a esta leyes que, al final, pretenden explicar todo lo que sucede y sucederá es a lo que se denomina “destino” en el título de la novela. Sin embargo, el destino (o la “Historia”) es una apariencia, una ilusión que la vida, la de cada uno de nosotros, puede desenmascarar en cualquier momento. Puede porque, en el fondo, lo hace más veces de las que pensamos, aunque no nos demos cuenta. Y la prueba de fuego de que así es, del carácter ilusorio de la ley del destino, es que ésta no puede imponerse sobre la vida, sobre nosotros, sino con la violencia, como tiranía, como mal.
Esta es la tesis de la novela (porque, entre otras muchas cosas, puede considerarse también una “novela de tesis”) y, por eso, resulta casi un homenaje a ella ver en su éxito de ventas una pequeña, pero significativa, victoria de los individuos sobre la tiranía de la mercadotecnia, que, aunque menos sangrienta que las que aparecen en la obra, no deja por ello de serlo.
Los personajes de la novela, como todos nosotros, viven casi siempre su destino. Se dejan arrastrar por lo que les dictan sin hacerse preguntas. A veces por simple interés, por egoísmo, por el puro afán de medrar. Pero la mayoría de las veces lo hacen por cobardía. Tienen miedo. Miedo a morir, por supuesto, pero también a otras muchas cosas: al ostracismo, a la soledad, a sentirse diferentes, al fracaso… Se someten al destino y su violencia casi siempre, no siempre, porque estos personajes, como todos nosotros, pueden en cualquier momento resistirse a él, ejercer su libertad (una libertad que nada ni nadie, ni siquiera ellos mismos, pueden aniquilar). Y cuando la ejercen conquistan una auténtica vida, la suya, ajena al destino o la Historia.
Y así vemos en la novela enfrentadas constantemente vidas e historias (más o menos coherentes, más o menos heroicas) con la Historia, así, como la escribe el autor, con mayúscula, aquella que se cree regida por la necesidad más estricta y ante la que se supone que no cabe rebelión posible; la Historia, en suma, que “asume y supera toda posible contradicción” y que, por tanto, relativiza y niega todo lo demás. Sobre todo, al hombre como tal hombre y a lo que en la novela no deja de aparecer constantemente exigiendo de él una respuesta (la resistencia, pues la sumisión es justo la no respuesta): el mal o la violencia intrínseca a la Idea, la Historia, el Destino, el Poder (como prefiramos llamarlo) en su relación con el individuo. Una nueva versión de la lucha entre David (el hombre, su vida, su historia o intrahistoria, el bien –aunque sólo en su posibilidad-) y Goliat (el poder, el destino, la Historia, el mal –esta vez no posible, sino necesario-). Y aunque las victorias de David son casi siempre pírricas, también resulta evidente que las victorias de Goliat nunca podrán ser completas. Porque el hombre, el hombre concreto, es libertad.
La libertad no es algo a lo que pueda renunciar, que pueda perder o de la que pueda ser despojado sin a la vez renunciar o perderse a sí mismo, o sencillamente ser aniquilado. Por eso el totalitarismo (fascista, estalinista o, para aplicarnos el cuento, neoliberal) no podrá renunciar nunca a la violencia que ejerce sobre él y, en consecuencia, se engaña (y nos engaña) cuando la presenta como un simple medio para alcanzar un fin distinto y mejor. En la medida en que el hombre puede en cualquier momento decidirse a vivir como tal, a realizar su libertad (lo que se traduce en acciones concretas que suponen la resistencia moral contra todos esos males que le presentan como necesarios), él es, en su insignificancia, su verdadero e invencible enemigo. Insignificante porque nada puede contra las “fuerzas grandiosas e inhumanas” del destino, la Historia, el Estado. Invencible porque sencillamente no puede dejar de ser lo que es (agente moral, libre, responsable).
¿De verdad el hombre es libertad y no puede dejar de serlo? Libertad que, además, es sinónimo de bondad y amor. El intelectualista resabiado que llevamos dentro sonríe con amargura ante tamaña ingenuidad. Para Grossman, sin embargo, es un hecho. Un hecho que ha superado el más horrendo de los experimentos, el horror que ambienta la novela y que el autor conoció como pocos (es coautor de la compilación de los testimonios de los supervivientes en El libro negro): “si ni siquiera ahora lo humano ha sido aniquilado en el hombre, entonces el mal nunca vencerá”. Resulta difícil imaginar una prueba más radical.
Se trata de una novela monumental que resulta inevitable y tópico comparar con Guerra y paz y que no oculta en absoluto tener en este clásico su modelo, aunque Grossman se cuida mucho de distanciarse de la religiosidad tolstoiana. En ambas, la guerra entre los Estados enmarca, en realidad, la lucha por la supervivencia moral de lo humano, del hombre como tal hombre. La épica está, en ambos casos, supeditada a la ética. Ambientada en la segunda Guerra Mundial, y centrada en el momento de la batalla de Stalingrado, recorre todos sus escenarios: la propia ciudad, la retaguardia, las zonas soviéticas ocupadas por los nazis, los campos de prisioneros, los guetos y hasta los viajes a las cámaras de gas. Como también sucedía en la novela de Tólstoi, aunque es una familia la que sirve de hilo conductor, la lista de personajes es enorme e incluye también las voces de los "otros", en este caso los alemanes. Podemos, incluso, encontrarnos con el propio Stalin. Y es que, en medio de la Historia, las personas y sus vidas son las auténticas protagonistas, incluso cuando estas personas son los verdugos. Vemos a los poderosos inseguros y empequeñecidos porque, en el fondo, saben que su grandeza no les pertenece, que depende de la de sus Estados y ejércitos; vemos a gente sencilla que, se haya o no dejado llevar hasta ese momento, de pronto y sin aspavientos desobedece, se hace preguntas o simplemente actúa con esa bondad cotidiana, impotente, absurda y sin sentido (los adjetivos no son míos, sino del autor), que no es sino el amor natural a la vida y que le lleva a hacer lo que justamente no debería ni podría según las leyes del Destino. Así que si identificamos estas leyes, como la Historia quiere, con las de la razón, no cabe más que concluir que “lo verdaderamente irracional y lo que en verdad no tiene explicación no es el mal, sino lo contrario: el bien”. La cita no es de Grossman, sino de Kertész, que me parece que está pidiendo paso para ser el siguiente “reseñado”.
Lo verdaderamente grande, el misterio, está en lo aparentemente más pequeño. Inadvertido la mayoría de las veces, pero capaz otras de refulgir con luz propia en la noche más cerrada poniendo en cuestión al más intransigente comisario político y recordando a la tiranía donde está su límite. No necesita motivos o razones. No es ninguna idea heroica la que lo mueve, es que no puede hacer otra cosa sin perderse a sí mismo, sin dejar de ser lo que es. El mismo tipo de impulso que probablemente llevó a Grossman a escribir esta novela que no llegó nunca a ver publicada. El impulso que da el descubrimiento de que nada salvo nuestra propia cobardía puede doblegarnos: "¡Yo soy libre!”, dice un personaje, “yo puedo decir: '¡no!'. ¿Qué poder puede prohibírmelo si encuentro dentro de mí la fuerza para no tener miedo a la muerte? ¡Yo diré 'no'!”.
Me encanta el análisis, el libro promete, gracias, será el próximo. ... Sinceramente creo que no existe la libertad en si misma, la libertad se crea o se cree ...
ResponderEliminar¡Gracias, Carlos, por comentar! Y creo que lo que tú crees es lo que cree también el autor, porque puede que también nosotros mismos no seamos en realidad nada sino aquello que vamos creando y en lo que vamos creyendo (por eso la libertad es algo que somos, no que tenemos). A lo mejor esa es lo que se llama vivir (no simplemente ser).
EliminarTotalmente de acuerdo
EliminarSi, una obra inmensa; llena de seres humanos.
ResponderEliminarTerrible experiencia la de verse atrapado entre el totalitarismo del propio estado y el del enemigo que te invade. Pero queda una última libertad que nadie puede arrebatarnos: la de "decidir qué actitud adoptar ante nuestro destino y crear nuestro propio camino" (Viktor Frankl).
Dostoievski, Tolstoy y Pasternak también están presentes en este gran libro de resistencia.
Muy buena elección.
Muchas gracias, Fedora. Afortunadamente, siento que es verdad eso de que los libros que necesitamos encuentran antes o después la forma de llegar a nosotros. Me alegro de que, como conocedora previa de la novela, te haya parecido acertada la reseña. Hasta pronto.
EliminarSi, una obra inmensa; llena de seres humanos.
ResponderEliminarTerrible experiencia la de verse atrapado entre el totalitarismo del propio estado y el del enemigo que te invade. Pero queda una última libertad que nadie puede arrebatarnos: la de "decidir qué actitud adoptar ante nuestro destino y crear nuestro propio camino" (Viktor Frankl).
Dostoievski, Tolstoy y Pasternak también están presentes en este gran libro de resistencia.
Muy buena elección.