Una novela rusa. Emmanuel Carrère.
Anagrama: Barcelona, 2008. 296 pp. 17 euros.
Por J. Teresa Padilla
Aunque me sonaba su nombre, nada sabía de Carrère ni, por supuesto, lo había leído nunca. Pero acaba de publicarse en España su última obra, El reino, y me llegaron noticias de lectores y críticos entusiasmados. Lo cierto es que me quedé sólo con la idea del entusiasmo, que no busqué ni leí en aquel momento las críticas como tales. Ignoro si esta positiva acogida es general, porque estoy hablando de un par o tres de ellos que, además, se mueven en el mismo círculo, de modo que es presumible que compartan inclinaciones y gustos. Pero, bueno, me lo anoté mentalmente como un autor potencialmente interesante que valdría la pena leer cuando se presentara la ocasión.
Como, a diferencia de otras muchas personas más cabales y organizadas que yo, carezco de lista de libros pendientes y, en general, de cualquier tipo de lista (incluida la tan recomendada por la OCU lista de la compra), y deambulo por la biblioteca como por el supermercado (a saber, intentando recordar lo que necesito o quiero unas veces y, otras, la mayoría, buscando inspiración para decidir lo que necesito o quiero), las ocasiones se terminan por presentar. Así que cuando llegué a la C de Carrère y lo vi, pues me dije: ¡anda!, el de El reino, ¿por qué no? Y entre los dos o tres títulos disponibles, que obviamente no incluían ni incluirán hasta dentro, me temo, de bastante tiempo El reino en cuestión, estaba éste: Una novela rusa. Con ese título no podía hacer otra cosa que elegirlo, que me inicié como lectora con las novelas rusas y siento debilidad por ellas. Teniendo en cuenta mi caótica forma de seleccionar lecturas, tengo que reconocer que, pese a lo que me parece a veces, soy una chica con suerte.
Una novela rusa tiene muy poco, en realidad, de novela rusa. Desde luego mucho más de rusa que de novela, y no sólo porque aparezca vertebrada por una serie de viajes a Rusia, a uno de esos tristes puebluchos que parecen odiar más que nadie sus propios habitantes, sino también por la relación íntima entre el autor y la lengua del país. Pero a duras penas se la puede llamar novela a no ser que se tenga un concepto de ella más amplio que el de obra narrativa de ficción. De hecho, tras leerla encontré una entrevista en la que su autor declara tajantemente que ni ésta ni sus últimas obras deben considerarse novelas. Que teniendo tan clara la no pertenencia de la obra a este género literario la titule, no obstante, como lo hace, debería significar algo; algo que, de momento, se me escapa, aunque, si tuviera que hacer una hipótesis elegiría la que me gustaría fuera la verdadera: que la obra de un escritor suele ser más lúcida y de fiar que el propio escritor. Lo que en este caso significa que en realidad las categorías bajo las que clasificar una obra literaria importan más bien poco.
Una novela rusa es un relato autobiográfico circunscrito a un periodo muy concreto de la vida de Carrère. Aquel en que, por un lado, vivió una intensa y biográficamente atípica historia de amor y, por otro, intentó un nuevo comienzo enfrentándose a su demonio familiar: su abuelo materno, desaparecido inmediatamente finalizada la Guerra Mundial y origen de un dolor y una vergüenza con una fuerza destructiva directamente proporcional al ahínco con que ambos sentimientos han sido ocultados y negados por su propia madre (¡ay, los estragos del psicoanálisis). Un abuelo que reaparece en la forma de un prisionero de guerra húngaro que, tras más de cincuenta años desaparecido también, es rescatado del olvido en un hospital psquiátrico ruso y devuelto, si a esas alturas semejante cosa es en realidad posible, a su tierra. El viaje a Rusia para reconstruir la historia de este pobre hombre se convierte en una serie de sucesivas visitas que buscan, más bien, reconstruir la propia historia de Carrère rescatando de los escombros de la memoria familiar la figura del abuelo y la propia lengua rusa, la lengua original de su familia materna y, en cierta medida, la de su propia infancia.
Efectivamente son unas memorias en sentido estricto, y no una historia de ficción elaborada a partir de un material de origen biográfico que podamos llamar, sin discusión, novela. Aún así podría considerarse una novela, al fin y al cabo es una recreación de la realidad, una visión necesariamente subjetiva y unilateral de la misma, que reconstruye, quien sabe si de forma definitiva o no, una historia real, pero que no es esa historia misma. Lo que sí es cierto, y quizá frena el entusiasmo que también yo podría sentir por esta novela (llamémosla así, pues así se titula a pesar de todo), es que su autor realiza en ella un ejercicio de deliberada renuncia al desarrollo ficcional de los hechos y sentimientos. Y sin ese componente lírico o ficcional que tanto contribuye a mostrar la auténtica realidad de los hechos (que, por no ser ellos mismos “objetivos” no pueden expresarse con justicia en un lenguaje “objetivo”) el relato me parece en algunos momentos plano y simplemente bosquejado. Carrère escribe con una aparentemente total sinceridad de sí mismo y de otros que forman parte también en ese momento de su vida, de su intimidad. Y quizás por ello, por esa voluntad deliberada de quedar desnudo, una desnudez tan radical y egoísta que no repara, siquiera, en la desnudez en la que deja a otros, estoy segura de que sin su consentimiento, hay momentos de la obra en que me resulta francamente odioso.
E. Carrère (2007). Foto: Jean-Marie David |
Yo he leído un par de novelas de Carrère (El bigote y Una semana en la nieve) y la verdad es que me cautivó. Aún no he abordado sus libros de no ficción, así que no sé bien qué me encontraré. No es muy lírico Carrére (quizás algo más en Una semana en la nieve), pero sí un buen "manipulador" de las historias que cuenta.
ResponderEliminarUn abrazo
He buscado en tu blog tus reseñas de El bigote y Una semana en la nieve (que ya sé que lo que lees lo cuentas) y creo que no podré resistirme a leerlas, porque, como dices en ellas, el talento narrativo de este hombre es incuestionable, no sé si será por su condición, además, de guionista. Y tengo que confesar que, con todos los reparos que me ha despertado, he leído Una novela rusa de un tirón y sin esfuerzo. Por algo será.
EliminarGracias, Ana, por comentar. Hasta pronto.
Si lees "de vidas ajenas" o " el adversario", te dejará muy satisfecha...(siguiendo con el simil). Buen blog. Gracias
ResponderEliminarNo eres la primera persona que me li dice , así que tendré que haceros caso. Y gracias a ti por pasarte y comentar.
EliminarEl entusiasmo del adversario se ha quedado en agria decepción tras esta novela. Me ha parecido bastante insufrible. De hecho si algo me queda claro es que estoy a favor de Sophie, y claramente en contra de Emmanuel que se nos muestra caprichoso, infantil, egocéntrico, mal compañero, mal hijo, mal padre y pésimo en las relaciones de parejas, insultando en el libro sin parar a la persona que a la vez presume que ama. Pero lo peor son los muertos que va dejando por el camino, como va traicionando a todos las personas que van apareciendo en la novela. Lo único importante para Carrere es esa fama de escritor importante, ese clasicismo cultural del que se siente tan orgulloso y por encima de los demás.
ResponderEliminarLo peor de todo es esa mal digestión de la fama del adversario, esa fatal compresion de su propia obra. En el adversario el protagonista es Jean claude Roman, Carrere es un narrador en primera persona. Pero en Una novela Rusa, emmanuel cree que tiene una vida tan interesante que puede ser protagonista de una novela. Se equivoca. Pones diversas excusas, su abuelo, su madre, el último preso de la guerra..., pero pronto se erige como el protagonista de una novela que va decayendo a medida que te das cuenta que no hay un argumento final, una justificación después de tantas ventanas abiertas. Al final no hay nada.
Y ahora tengo su siguiente libro: Vidas ajenas, mirándome desde la mesilla de noche, con cara de pena...
Sí, es insufrible, pero... Yo le echo la culpa más a su devoción por el psicoanálisis que a él. Tiende a mirarse demasiado el ombligo (cosa difícil de evitar en la autoficción), pero no lo veo tan condescendiente consigo mismo como tú. Se muestra, creo que deliberadamente, como lo describes (o casi, porque eres implacable con él).
EliminarLa relación con su madre y el clasismo cultural que ella representa también está muy mediada, de nuevo, por esa adicción al psicoanálisis y sus respuestas: se mezcla el rechazo con el orgullo de clase y no sale de ese callejón.
En resumen: Te entiendo. No me entusiasma tampoco a mí, pero en parte porque esta literatura documental o periodística tampoco me entusiasma. La imagen que da de sí mismo el autor no es buena, pero creo que es deliberada. La falta de respeto a la intimidad de las personas que le rodean, sí me ha resultado sonrojante e innexcusable.
Empecé, pero no llegué a terminar (por motivos completamente personales sin relación con la propia novela) Vidas ajenas. Lo que leí no pintaba mal. Yo le daría una oportunidad.
Muchas gracias por pasarte y comentar. Espero que no sea la última vez. Saludos.