lunes, 5 de octubre de 2015

El proceso

El proceso. Franz Kafka

En: Obras completas I: Novelas. Galaxia Gutenberg: Barcelona, 1999, pp. 461-687.


Por J. Teresa Padilla

No pensaba hacer una reseña de El proceso. Los clásicos intimidan, por sí mismos y porque ya hay sobre ellos infinidad de sesudos estudios y máximamente autorizadas opiniones que parecen haberlo dicho todo: o todo lo que merece ser dicho o lo más esencial de lo que cabe decir. Lo que pueda añadir yo, una mindundi, o no interesará absolutamente a nadie o, lo más probable, ya haya sido dicho mil veces. Pero hoy me he levantado rebelde y todo esto (en realidad, todo a secas) me da igual. No ser nadie no me priva, digo yo, del derecho, ejercido con tanta frecuencia como falta de brillantez por tantos sesudos estudiosos y autorizados críticos, a expresar las conclusiones de una lectura propia como si fuera la primera en llegar a ellas. De manera que sí, que me lanzo cual descubridora de una rareza literaria ignota a mostrársela al mundo.

Mi lectura de El proceso tuvo lugar el verano recién pasado, aprovechando el encierro obligado por el fuego que despedía el cielo y que, tras ser absorbido por el asfalto madrileño, amenazaba con hornearte de forma exquisitamente uniforme al menor conato de escapada. Ahí quedó, en reposo y maduración, mientras acompañaba a Carrère en sus melopeas de vodka por la Rusia profunda y me sumergía (y sumerjo) con Pessoa (o Soares) en la desasosegante condición de espectador irónico de uno mismo y del mundo. De ambos hechos ha quedado constancia en este blog. De lo que no he dado cuenta es de que por el camino también encontré una entrevista a Lobo Antunes en la que, entre otras cosas (básicamente boutades), afirmaba que le aburría mortalmente El libro del desasosiego y se preguntaba, generalizando a partir, suponemos, del caso Pessoa, si era posible que un buen escritor no hubiera follado nunca (sic). Sus palabras a punto estuvieron de lanzarme a una réplica destinada a aparecer, obviamente, en la sección “Diario de una bruja”, pero luego me acordé de su Tratado de las pasiones y tuve que reconocer que era (y supongo que sigue siendo) un buen escritor. De forma que, de la indignación por la intromisión en la intimidad sexual de Pessoa (con el que ahora mismo vivo un idilio en el que no admito de momento injerencias externas), pasé a la depresión por los estragos que pueden causar en los varones, hasta en los más brillantes, los años y las disfunciones prostáticas. Eso suponiendo que su cretinismo no fuera innato, hipótesis esta última que me llevaba a la reflexión igualmente deprimente de que, follador o no, se podía ser un buen escritor y un perfecto imbécil. En fin, que descarté la entrada en cuestión: ando últimamente bastante saturada de estupidez propia como para enfangarme en la ajena.

Franz Kafka (1910)
Afortunadamente, Kafka no es Lobo Antunes. Es él mismo tan interesante o más que su obra (sus cartas y diarios son fascinantes). Así que reseñarle supone un alivio ahora, al igual que este verano, por motivos completamente distintos, lo supuso leer esa prosa suya tan desnuda de cualquier ornamento, tan escueta y, en ocasiones, hasta aparentemente descuidada (por las repeticiones, por ejemplo). Curiosamente esta misma prosa, tan esquemática a veces, me había alejado en muchas ocasiones anteriores de Kafka y hecho muy difícil su lectura, lo cual demuestra dos cosas: que no hay mal que por bien no venga, y que cada obra tiene su momento de ser leída.

El proceso tiene muchas lecturas diferentes. Hay quienes lo resumirán como la historia de un hombre atrapado, sin responsabilidad alguna, por una maquinaria judicial absurda de la que resulta imposible escapar y que se adueña de toda su vida; como una metáfora de la situación de indefensión y abandono que sufre el individuo ante el funcionamiento, tan enigmático como impredecible, irracional e incontrolable, de la sociedad. Otros, quizás, vayan un paso más allá y lean en esta novela una anticipación de la dinámica de los totalitarismos que se cernían sobre Europa en aquel momento. Sí, podría leerse así, supongo, pero yo, que no puedo ocultar mi formación filosófica ni evitar mezclar las lecturas de unos autores con otros, la he entendido, más bien, en clave ontológica: lo que se narra es una situación siempre posible y, en en cierto sentido, inevitable, por feliz y justa que podamos imaginar un día nuestras sociedades o nuestra organización política.

Al igual que Pessoa, también Kafka era, como escribió Milena Jesenská a su muerte, “demasiado sabio para vivir”: un espectador de la vida y del hombre (incluido él mismo) que, como tal, se sentía tanto más ajeno a este espectáculo cuanto más se esforzaba por verlo con la mayor lucidez posible y relatarlo. De ahí la antinomia que ambos percibían ente la literatura y la vida. Y me parece que El proceso relata precisamente esta experiencia de extrañeza, destierro y vulnerabilidad que acompaña y exige la posibilidad misma de alcanzar cierta clarividencia sobre lo que nuestra vida y nosotros mismos somos.

Josef K. es un ciudadano plenamente integrado en la sociedad en la que vive y razonablemente satisfecho con el trabajo que desempeña en una entidad bancaria. Hasta que un día su bienestar aparece amenazado por la súbita aparición en su vivienda de unos funcionarios que le comunican su detención o, más bien, su imputación en un proceso judicial. Ni entonces, ni en ningún otro momento posterior, se le facilita el más mínimo detalle sobre el delito del que se le acusa. A pesar de ello, Joseph K. está seguro de su inocencia y más que dispuesto a declararla expresamente ante el tribunal, desemascarando así su arbitrariedad y ridiculez última.

Fotograma de El proceso (Orson Welles, 1962)
Sin embargo, “así suelen hablar los culpables”. Sólo los culpables (y ciegos) pueden considerarse absolutamente inocentes: de todo, de cualquier cargo. Y aunque K. se resiste con todas sus fuerzas a ver y entender nada, y menos que nada a sí mismo, su confianza inicial en una rápida y obvia resolución del proceso y en su absolución definitiva se debilita hasta llegar a renunciar, no sólo a vencer y humillar al tribunal que lo acusa, sino a conseguir siquiera influir en él de cualquier manera. Sólo quiere “salir de él, vivir fuera de él”: poder ignorarlo como había hecho hasta el momento en que le comunicaron su detención, que no el inicio del proceso. Pero es tarde. Su propia resistencia inicial a dejar que el proceso siguiera su curso “natural” en manos de otros ha puesto ante sus ojos la inevitabilidad del mismo, y no se puede olvidar lo que se ha llegado a vislumbrar siquiera fugazmente. No se puede vivir fuera del proceso, sólo se puede morir de la, quizá, mejor manera posible: demostrando que se ha llegado a saber algo (del proceso, de la vida), aunque ese algo sea su carácter ilusorio y su necesario fracaso. Porque el precio de la lucidez, por mínima y tardía que sea, es el de vivir (y morir) conscientes de la exposición a la que la acusación nos ha condenado y aceptando que esta vergüenza sea lo único que vaya a sobrevivirnos.

3 comentarios:

  1. Personalmente no siempre me interesan los análisis sesudos de los libros, clásicos o no, y en cualquier caso cualquier sensación lectora que sea compartida es válida, los libros admiten muchas miradas.

    Me hace gracia lo que comentas de Lobo Antunes, no porque haya leído algo de él, que no (todavía), sino por lo que a veces nos rechina lo estúpido que puede ser un gran escritor... :)

    No puedo estar más de acuerdo contigo: Kafka es fascinante por sí mismo (en este sentido es el reverso de la moneda, en comparación a Antunes), aunque a mí primero me llegó su obra, y luego, tiempo después, profundizar en el autor (sus cartas y diarios). Un autor tan inteligente como torturado, posiblemente por esa inteligencia que le aportaba una mirada tan lúcida que no podía llevarle a otro lugar que al desencanto.

    ¿Ves? Habrá muchas reseñas sesudas, pero a mí la tuya me ha generado un "comecome" interesante ;)

    Un abrazo

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    1. Gracias Ana, de verdad, por tu comentario. No sé exactamente dónde lo he leído (o quién lo dijo) pero nunca se lee el mismo libro. Ni dos personas distintas ni la misma persona cuando lo relee. Y precisamente por eso el lector tiene también una misión activa, la de completar y enriquecer la obra literaria. Creo que tanto tú como yo hacemos reseñas por esta misma razón, para compartir nuestra experiencia lectora concreta e intentar añadir así algo propio a esa obra. Y, claro, suena presuntuoso "añadir algo propio" en el caso de los clásicos o de autores tan grandes, aunque, en realidad, precisamente eso les hace grandes y clásicos: que son inagotables, que nunca se habrá dicho todo (admiten tantas lecturas como lectores) y que, por eso, merecen tanto o más que cualquier otra obra una reseña. Aunque sólo sea para contrastar esta primera lectura con otra posterior (porque a los buenos, se les relee).
      Así que en realidad me dejé llevar por la retórica y el mal humor en el primer párrafo (desahogos que me tomo con más frecuencia de la que debería, pero la literatura se está convirtiendo en mi refugio).
      Con respecto a Lobo Antunes... Necesitaba vengarme de alguna manera, que leí la entrevista justo cuando acababa de empezar y enamorarme de El libro del desasosiego (aparte de que estos estallidos de tetosterona me sacan de quicio). De todas formas habría que pensar más despacio la relación entre la calidad personal y la de escritor. Estoy segura de que se puede ser estúpido y escribir bien, incluso muy bien. Lo que no tengo tan claro es si realmente estos escritores son grandes. Los grandes lo son porque nunca están satisfechos, porque buscan una perfección que nunca alcanzan, y la estupidez (siempre, pero en especial la de los escritores) es producto de la arrogancia y la autocomplacencia. Obviamente, Kafka era de los grandes y por eso nunca consideró ninguna de sus novelas digna de ser publicada y llegó a pedir su destrucción. Los grandes, en mi opinión, son casi siempre mejores incluso que su obra. Y Pessoa el mayor crítico de sí mismo. Mal que le pese (y con Nobel o sin él), no creo que Lobo Antunes logre ocupar su lugar en la literatura portuguesa.
      Muchas gracias otra vez y un abrazo fuerte.

      Pd.Que sepas que leí tu última reseña sobre Bruckner y que no realicé comentario, no porque no tuviera nada que comentar, sino porque no lograba poner en claro lo que pensaba (más bien sentía) después de leerla. Y es que temo estos ajustes familiares de cuentas. Como decía un amigo mío "la familia es una institución diabólica" (rollos míos, no me hagas mucho caso). No volverá a pasar, lo prometo (y te lo debo).

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    2. No me "debes" nada, faltaría más :) Y te hago caso, porque entiendo perfectamente lo que dice tu amigo... Hay mucho de diabólico en casi todas las relaciones, pero en las familiares todo es... más complejo. En cualquier caso el libro de Bruckner no es un ajuste familiar, en todo caso es un ajuste consigo mismo...

      Abrazo!

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