Por J. Teresa Padilla
Vale, ya sé que no es un título muy navideño, pero tengo fe en él: yo, desde luego, entraría para ver de qué va algo con un título semejante y que, encima, incluye la palabra “culo”, que siempre es un reclamo. Claro que, bien pensado, tampoco una se considera últimamente muy representativa del “sentir común”, para qué vamos a engañarnos.
Tal era el grito de guerra y de protesta del príncipe destronado en La guerra de papá (Antonio Mercero, 1977). Protesta contra el mundo de los adultos que lo ignora, cuando no lo degrada, y que empieza a dar señales de no ser capaz de ofrecer nada de lo que realmente importa o que tenga el más mínimo interés.
Así se siente una de vez en cuando cada vez con más frecuencia (en realidad, casi constantemente), pero, como adulta bien educada (o eso debe aparentar), se aguanta las ganas de espetar la frase en cuestión a más de uno. Pero todo tiene un límite y me aproximo peligrosamente a él, así que no sé exactamente lo que tardaré en explotar en Facebook y empezar a comentar, nada educadamente (para qué fingir lo que puede que no se sea), todas esas publicaciones que me hacen sentir, como al protagonista de la película, una extraterrestre y para colmo idiota.
Los niños no son tontitos raros y es ofensivo tratarlos como tales. Puede que yo no sea ya una niña, pero tampoco, aunque la insistencia del mundo adulto que me rodea en tratarme como tal me haga a veces hasta ponerlo en duda. Y una no puede refugiarse indefinidamente en la literatura. Tarde o temprano tiene que poner la tele, leer el periódico, prestar oído a los comentarios de la gente en los lugares públicos u ojear las redes sociales para enterarse de lo que pasa a su alrededor y del estado de ánimo de sus conciudadanos.
Primero fue lo de Cataluña. Eso sí parece que nos tenía tan aburridos a todos (los no catalanes por lo menos), que estábamos más que dispuestos a dejarles hacer lo que les diera la gana con tal de que nos dejaran en paz con el tema, aunque fuera al precio de renunciar a algún que otro derecho constitucional propio. Incluso yo he sentido la tentación, pero, qué queréis que os diga, no me resigno a dar la razón a los tontos para librarme de ellos, así que, a no ser que se termine imponiendo a mi pesar la forma más cómoda y fácil de hartazgo, estoy condenada a seguir presenciando atónita esta obrita de política ficción tan poco verosímil.
Luego llegó el turno de la campaña electoral, los debates televisivos en prime time promocionados como si de superproducciones se tratara, los debates sobre los debates y, en general, sobre la campaña y sus protagonistas, las lecciones de divulgación política de algunos informativos y las versiones políticas de la tertulia Sálvame. A continuación, las elecciones: resultados anticipados y seguimiento en tiempo real del recuento. Emocionante, no se puede negar, por lo menos hasta que ya queda un poco claro por dónde van a ir los tiros (o sea, enseguida). “¿Quién ha ganado?”, me pregunta mi hijo como si de un Madrid-Barça se tratara. Me mira raro cuando intento explicarle que el que ha ganado, en realidad también ha perdido y que los que han perdido consideran que han ganado (desde cierto punto de vista, unos; desde cualquier punto de vista, otros). Nosotros, no (tendría que haber contestado); pase lo que pase.
Ahora quedará elucubrar durante un mes en qué acabará esto, si es que acaba y no vuelve a empezar (¡otra vez, no!). Y eso mientras el mundo se felicita las fiestas, lo que no impide que se agolpen en los mercados pasando unos por encima de otros si hace falta, y te recuerden que aún no sabes lo que vas a poner de cenar y ya estás tardando, que para cuando lo decidas no quedará ni pollo. Pero sonríe y pon buena cara, que es lo que toca.
Mierda, cagao, culo. Eso me gustaría gritar a los cuatro vientos, pero no tengo valor. Seguro que avergüenzo a los más cercanos y, a saber por qué, eso me importa más a mí, una mujer hecha y derecha, que a un niño de cuatro años. ¡Qué envidia me da!
Los mierda cagao culo de los más pequeños están absolutamente justificados en la mayoría de los casos, lo que pasa es que hemos caído en el error de dejar a un lado al niño que todos llevamos dentro, y claro, por eso nos pasa lo que nos pasa. Feliz Navidad, Teresa. Lo bueno de llegar al fondo del pozo, es que de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando...¿Dónde habré escuchado yo esto?
ResponderEliminarLo del fondo del pozo no lo tengo claro, que a veces más bien parece un pozo sin fondo. Por si acaso, yo busco el consuelo por ahí, o sea: todo podría ser peor aún, así que demos gracias.
EliminarHe advertido que la inhibición de los niños se da también en algunos ancianos (mi suegra, sin ir más lejos), los cuales a causa (o escudándose) en la senilidad, dicen lo primero que se les viene a la cabeza. Habrá que esperar a cumplir esos años...
Felices Fiestas para ti también, rubia.
Al leer mierda, cagao, culo asociados al término navideño, estoy segura que más de uno lo leerá con expectación en busca de comprensión en un alma gemela.
ResponderEliminarSon fiestas complicadas en las que faltan unos y sobran otros en nuestras mesas; en las que satura todo. En las que el que se siente solo se siente más solo que nunca... Pero yo me he vuelto muy práctica y me las planteo como la gripe, que hay que pasarla una vez al año, y en vez de aspirinas, kleenex y anti gripales me aprovisiono de buen vino, buen mazapán (es el único dulce navideño que disfruto) y aprovecho para pedir a sus majestades libros y algún que otro caprichito y oye, para cuando te das cuenta: !ya han pasado!
Habrá que seguir tus sabios consejos, Esperanza, aunque no me fío de los Reyes Magos, que me la tienen jurada desde hace un tiempo. Menos mal que tenemos el vino y la cerveza, que no fallan nunca.
EliminarQue disfrutes de esta "gripe" a tope, guapa.