La extraña. Sándor Márai.
Salamandra: Barcelona, 2008. 160 pp. 14,50 euros.
Por J. Teresa Padilla
Quizás os suene este escritor húngaro, Sándor Márai. A principios del 2000 una novela suya, El último encuentro, tuvo un sorprendente éxito de ventas. Sorprendente, cuando menos, dado que hablamos de un autor nacido con el siglo XX y de una novela escrita en los años treinta. Este éxito propició la traducción de otras muchas de sus obras, inéditas hasta entonces en castellano, incluidas sus interesantísimas memorias (Confesiones de un burgués y ¡Tierra, tierra!) y parte de sus diarios. También dio lugar a alguna crítica negativa y puede que no del todo justa.
Sándor Márai fue un autor prolífico y popular en su época. De prosa elegante y fácil lectura. Un escritor profesional que no siempre se enorgullecía de lo que publicaba. Quizás por esto estaba destinado a caer, tarde o temprano, en el olvido. Incluso Stefan Zweig, un contemporáneo con un éxito incomparablemente mayor, pero tan cercano en muchos aspectos, sufrió su particular travesía en este desierto, corregida entre nosotros, de nuevo y como en tantos otros casos, por la editorial Acantilado.
La extraña es una novela pequeña, pero ejemplar tanto del estilo de este escritor húngaro como de su “tema”. Porque, en el fondo, todas las novelas de Márai hablan de lo mismo: de la decadencia y progresiva desaparición de su “clase”, de su “cultura”, de su civilización, de su Europa. Como de momento no se ha alumbrado una nueva cultura, civilización ni Europa, sino que seguimos asistiendo al velatorio de lo que Márai vio morir, “su tema” no nos es ajeno. A diferencia de Zweig, mucho más luminoso, Márai es un escritor crepuscular, a medio camino entre el brillante y ordenado escritor alemán y el caótico y genial Joseph Roth, esa cara y cruz de la literatura centroeuropea de entreguerras cuya correspondencia, recientemente publicada, nos muestra en su enorme distancia y en su íntima comunidad de destino.
Como Zweig, Márai es un escritor burgués, sereno. Como Roth, a veces se asoma al abismo. El protagonista de La extraña es Viktor Askenasi, el huésped solitario de "El Argentina", un modesto hotel en la costa del Adriático. Profesor de lenguas clásicas, de mediana edad, miope y víctima de una dolencia misteriosa que agrava el encuentro vertiginoso, pero aparentemente insignificante y fallido, con “la desconocida”, otra huésped del hotel.
A partir de este encuentro, sin embargo, vamos conociendo al personaje y los motivos por los que se encuentra solo en este hotel. La trama es convencional (un matrimonio, una hija, un adulterio, una amante), pero Askenasi, aunque enseguida reconoce que sólo puede fracasar, se rebela contra la convención que regula incluso la violación de la misma. Reivindica su adulterio como consecuencia de una búsqueda: la de una respuesta. Una respuesta a un vacío, a una falta; algo que no puede concretar, pero que tiene la sensación angustiosa de haber olvidado. La respuesta a una pregunta que ni siquiera sabe formular con precisión. Ni el estudio, ni la vida ordenada según las reglas establecidas, ni el matrimonio. Nada en su vida de buen burgués le ha dado la respuesta ni le ha ayudado a precisar la pregunta. Tal vez en la transgresión… Una transgresión que, sin embargo, no es decidida, sino que sobreviene como una posibilidad de respuesta. Una posibilidad que propone el cuerpo (sus deseos, su sensibilidad) como posible órgano de conocimiento.
Y, aunque pronto se da cuenta de que tampoco encontrará con su amante esa respuesta, no puede dejar de sentir que con esta primera transgresión ha iniciado por fin un viaje sin retorno en la dirección correcta. Un viaje hacia aquello capaz de llenar su vacío, hacia la satisfacción del deseo de ese algo cuyo nombre busca, cuya palabra persigue. Un viaje sin destino conocido.
Pero la aventura es dolorosa. El dolor se confunde con el deseo. El vacío duele y hace incomprensible lo hasta entonces conocido y familiar permitiendo sólo un vislumbre de sentido en lo desconocido, lo extraño. Y en busca de ese indicio de una posible respuesta, Askenasi llama finalmente a la puerta de la desconocida del hotel. Quizás, piensa, a pesar de todos los fracasos anteriores, el cuerpo esté en posesión del secreto, el cuerpo sepa.
Hasta aquí debo llegar. Porque si bien la novela puede leerse como una reflexión sobre el deseo y el sexo, la búsqueda que ocultan, el poder liberador e iluminador de la transgresión, los lazos entre el erotismo y la muerte (imposible resulta no recordar a Sade y no anticipar a Bataille), también es una novela burguesa de un escritor burgués. Una novela con intriga, que puede leerse “convencionalmente”.
En sus memorias, en ¡Tierra, tierra!, Márai se atrevió a nombrar qué es lo que falta, esa ausencia dolorosa, esa enfermedad misteriosa que padece Askenasi y, como él, el resto de los integrantes de esa sociedad, esa cultura y esa civilización a cuya muerte asiste el autor: falta lo humano, ese ideal sin el cual Europa, su mundo (¿y el nuestro?) no son más que un cadáver. Askenasi cree haberlo encontrado, aunque, a lo mejor, sólo por un instante, por "un momento bellísimo, inolvidable… Como cualquier momento en el que uno miente con un alivio total y con absoluta sinceridad, a sí mismo o a otra persona". Leedla si podéis. No será una obra maestra, ni tan siquiera una gran novela, pero sí una pequeña joya.
Sandor Marai…
ResponderEliminarMe gustan los narradores centroeuropeos, son grandes observadores de los sentimientos y las emociones, muy elegantes expresando el interior de una persona como reflejo de lo que es y en relación a la sociedad que le rodea. Todo eso, lo bordan y Marai no es una excepción, es de los más exquisitos.
Descubrí su obra “El último encuentro” durante aquel boom Marai; me dejé envolver por su prosa sencilla y precisa (¿cómo lo harán?) y sin apenas darme cuenta llegué al final de la narración. Aunque la leí con avidez, me dejó fría y con cierto derrumbe anímico. Leí dos novelas más (el boom seguía y quedaba muy bien regalar a Marai), “Los rebeldes”, que no me atrapó tanto, entre otras cosas porque me importaba un bledo lo que les ocurría a los tres niñatos que dan título al libro, y “La gaviota”; con esta novela descubrí que Marai, además de tener tendencia a crear personajes desencantados, pasivos, que no creen en la voluntad y se entregan al azar y a la fatalidad (“cada ser humano es un planeta perdido”), suelta unas peroratas que te desploman.
Qué diferencia con su contemporáneo Zweig, ambos escritores cosmopolitas, refinados, irónicos, desencantados; pero donde solo se ve (veo) en Marai a un burgués honesto y comedido (nunca se me hubiera ocurrido asociarlo a Bataille o a Sade), en Zweig vibra un progresista vital, combativo y LUMINOSO, como bien dices. Ambos se suicidaron, en el caso de Marai por incredulidad y hastío, muy en su línea. Zweig, aunque confiaba en el progreso moral y político, le desesperó la idea de tener que contemplar algún día el triunfo del nazismo. Además de un magnífico escritor y un ser humano inmenso, Zweig es el mejor biógrafo que conozco (¡qué envida!).
Reseña detallada y bien diseccionada, pero el contenido se anuncia triste y crepuscular, para variar en este autor, no me atrae su lectura. Sin embargo, tengo pendiente ¡Tierra, Tierra! Puede que sucumba a los cantos de sirena de la prosa de Marai, una vez más.
¡Fedora, qué alegría leerte de nuevo! Zweig, Márai, Roth… Si tuviera que elegir, yo me quedaría con el último, pero, afortunadamente, nada me obliga. Tengo que reconocer que disfruto de las peroratas. Me gusta seguir el hilo de los pensamientos de los personajes, ver cómo van corrigiéndose a sí mismos, aclarando sus ideas, llegando a conclusiones a las que, luego, a lo mejor, tienen que renunciar… Al contrario que a ti, Zweig me resulta algo frío. Demasiado perfecto e inteligente. Es indudable que su humanidad, unida a su inteligencia, compensa esa frialdad y le permite crear personajes vivos y, por tanto, novelas y biografías (tienes toda la razón) maravillosas. Pero no comparto esa imagen tuya de Márai como un burgués comedido. Fue algo vividor y un auténtico vagabundo. No me resigno a que renuncies a la lectura de La extraña. Es muy cortita: anímate, que no tienes mucho tiempo que perder y lo mismo te sorprende. Y cuidado con ¡Tierra, tierra!: es una larga, muy larga, perorata (un segundo tomo de memorias maravilloso).
EliminarNovela francamente inquietante y con un final, cuando está en la isla, demoledor.
ResponderEliminarEfectivamente.Y en su sencillez muy rica. Gracias por el comentario, Luis.
EliminarMuy buena novelita. Gran escritor. De los que se lee sin parar. Como Sweig.
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