Hace unos días acompañé a mi madre a una de sus revisiones periódicas para evaluar su tensión arterial y su diabetes. Aparte de sus múltiples achaques, se puede decir que se encontraba bien, lo cual es mucho afirmar si tenemos en cuenta que ella se empeña en informarme diariamente de que le duele todo, “desde la cabeza a los pies, todos los huesos de mi cuerpo”. No es que yo lo dude, que no lo hago; estoy segura de que no exagera. Lo único que me cuesta admitir es que hace unos años jamás se quejaba de nada; es más, si se encontraba mal, o no, era algo que tenías que adivinar, porque de ella jamás salía ni un mínimo ¡ay! Claro, que algo tendrán que ver los ochenta y seis años que está a punto de cumplir…
Después de haber superado sus controles rutinarios, la enfermera decidió realizarle una especie de test para intentar adivinar, más o menos, su estado mental. En otras palabras, quería descartar cualquier tipo de demencia. Y allá que se lanzó, en una batería de preguntas de memoria, cuentas aritméticas, expresión plástica y ortografía. Vamos, un examen en toda regla al que yo no pude por menos que apostillar en alguna ocasión algo así como “es que eso lo hubiese fallado incluso yo, que tengo cuarenta años menos…”. Porque, vamos, hacerte contar para atrás, de tres en tres, a partir de treinta, ¡no me fastidies! A ver quién es el guapo que no se equivoca. Yo, desde luego, seguro, que soy de letras.
El caso es que superó el test de forma notable, su enfermera se quedó muy contenta y yo también. Pero ella no. Ella se quedó preocupadísima porque no había sido capaz de asegurar que estábamos en el año 2015. Empezó a dudar, se puso nerviosa, me miraba a mí en busca de ayuda, miraba a la enfermera… En fin, el momento tuvo su lado cómico. Pero a mi madre no le hizo ni pizca de gracia. Y yo desde entonces estoy intentando explicarme las razones de su enfado.
Hace tiempo que mi madre vive mucho más en el pasado que en el momento actual. Sé que esta circunstancia no es en absoluto extraña, y que sus recuerdos lejanos son infinitamente más nítidos que los cercanos en el tiempo. Sabemos que el deterioro de la memoria reciente es progresivo y que está dentro de la normalidad. Pero a mí me hizo pensar y a partir de ese día le estoy dando vueltas. ¿Es porque no escucha o porque, simplemente, no quiere escuchar? Para qué, si, total, ella ya lo tiene todo aprendido. Sí, puede ser que la explicación sea así de simple.
Y sin embargo a mí me sigue haciendo falta escucharla cada día. Necesito sus consejos, no sé si más que antes, pero seguro que no menos. Y habitualmente me sorprenden sus conclusiones y sus sentencias, a las que yo no sería capaz de llegar, por mucho que me considere una persona informada y leída en determinados temas.
Mi madre sólo se queja de sus dolores de huesos, su artrosis, sus lumbalgias, su falta absoluta de sueño, sus calambres… Se queja una vez todos los días y ya está. Te lo ha contado y luego se siente mejor y sigue con sus quehaceres. Ella va a la compra, limpia, cocina, lee, se entretiene con sus sopas de letras y dos veces por semana acude sin falta a sus clases de taichí. Algunos días incluso se lía la manta a la cabeza y se marcha con sus amigas a tomar un descafeinado con churros. Y tan feliz. Bueno, en ocasiones también se queja de que no ve a sus nietos todo lo que le gustaría. No sé si se siente más abuela que madre, o viceversa, según el día.
Las madres… Una amiga está en un momento difícil con la suya, porque tiene que tomar la decisión de ingresarla en una residencia y esta circunstancia es algo que le cuesta sobremanera aceptar. Supongo que le asaltan cada día un montón de dudas y culpabilidades que no sabe cómo afrontar. Yo no estoy en su lugar, pero puedo entenderla. A menudo me enfrento a preguntas a las que no encuentro respuesta o me imagino situaciones que, en el caso de ocurrir, me costaría mucho resolver.
Siempre me ha fascinado el mundo de los mayores. A veces me intrigan sus reacciones. Me abruma su saber estar en los sucesos imprevistos. Su fortaleza ante la adversidad, su resignación ante las pérdidas que han ido sufriendo a lo largo de su vida. Por eso me indigna el abandono al que algunos les someten. Ojalá fuésemos capaces de devolverles parte de lo que nos dieron, en lugar de arrinconarlos en la historia, convertidos en fantasmas con memoria…
Mi madre no aparenta, ni de lejos, los años que tiene. El otro día le calcularon que tendría “alrededor de setenta”. Bueno, quizá exageraron un poco, pero ella se enorgullece al decir su edad porque sabe que a continuación la halagarán con una frase similar a aquella. Es que mi madre siempre fue una auténtica bruja. Por eso yo, de mayor, quiero ser como ella.
Teniendo en cuenta que, cuanto mayores nos hacemos, más rápido pasa el tiempo y que sólo estamos en febrero, considero completamente normal que tu madre no tuviera muy claro si estamos o no ya en el 2015. No sé por qué nunca he tenido dudas respecto al año que vivo, pero sí con los años que tengo. Cuando por fin me he acostumbrado a ese año más, resulta que ya he vuelto a cumplir otro. Total, que siempre tengo que hacer la cuenta. Y me queda casi la mitad de mi vida para alcanzar a tu madre. Me da a mí que no llego o no llego como ella. Felicítala de mi parte, que para mí que sacó notable alto en el examen.
ResponderEliminarPues sí, Teresa. Yo, cuantos más años cumplo, más claro veo que jamás llegaré a la edad "adulta" con la dignidad que lo ha hecho ella.
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