Foto: Robert F. Sargent (6.6.1944) |
Por José María Ruiz del Álamo
Dos horas para tomar el tren camino de Normandía, y tu cuerpo respira en mi pecho. Una hora para decirte adiós. Treinta minutos para vestirme. Una vida para amarte.
A este Hitler (que no merece adjetivación) cualquiera le lleva la contraria, más siendo tú la hija de su primo. No cabe desertar, el petate está hecho. Claro que, si tú supieras lo que va a ocurrir en aquella playa, le morderías las narices a ese Adolf.
Me faltan epítetos para agradecerte esta dicha que me ofreces, me faltan manos para abrazarte toda, me falta amor para amarte…, me falta meter una camisa en el petate.
No hay calificativo para describir tus labios, no digamos ya tus ojos, o tu nariz, o tu barbilla, o tu… No digamos.
Secundario y circunstancial resultaría describir la habitación y la secuencia temporal cuando no hay más mundo que Tú. Que “para vivir no quiero islas, palacios, torres”, sí, ¡que no hay nada más que vivir en los pronombres!
La hora ya está aquí, he de vestirme. Tú sigue tumbada, que ya me hago yo un revuelto de coliflor con morcilla. Allá en Normandía el rancho es de lata; allá en Normandía cualquiera sabe qué contienen esas latas.
Huevos para el revuelto, sal para condimentar y aceite, por supuesto. Cinco minutos y medio para comerlo y un beso tuyo para hacer la digestión. Voy a meter la camisa en el petate, no se me vaya a olvidar.
No queda más que la despedida. El petate al hombro, tus brazos a mi cuello, tu llanto, ¡oh, tu llanto!, a mis labios.
--No te vayas todavía, no te vayas por favor –me dices soltando una tos.
--Queda con Dios, Facunda. Parto; mi sino es Normandía.
Berlín (1945) |
--Parto; mi sino es Normandía.
Robustiano dejó a Facunda sin adjetivos y sin coliflor. Así que no cabía esperar la llegada del alba, ya que, si él partía, los epítetos demudarían su ser.
Era su pronombre, y por su hombre rompería todas las cadenas con el arrebato de la pasión. El tiempo no se paraba; no cabía llamar a su padre para detener el sino (desatino) de Robustiano. Y sobre nada se puso un sobretodo para bajar las escaleras de tres en tres con unas alpargatas.
Corrió y corrió por las calles. Berlín era una ruina tras los bombardeos, un jardín con ramos de piedras. Una de estas rosas cogió su mano tras divisar en el horizonte a su Robus. A su Robus y un atajo para sorprenderle con la rosa en la cabeza.
Inconsciente devino mientras brotaba la sangre. Le arrastró por los pies hasta el soportal que conducía al refugio. Esperó su despertar.
--Estas cosas solo las haces tú –dijo al abrir los ojos.
--Sí, soy yo. Tu pronombre.
--“No quiero islas, palacios…”, quiero vivir en ti, pero tengo que partir a Normandía.
--Ya es tarde, el tren marchó.
--¡Soy un desertor!
--No, eres mi amor.
--¿Qué dirá tu padre? ¿Qué dirá el primo de tu padre?
--Lo que digan los demás está de más. Lo que importa es el camino –lloraba-. Un camino para amar y no para morir. Hoy quiero amar, mañana quiero amar y pasado solo cabe amar.
--Ese será nuestro paseo, un paseo por el amor.
--Robus, por favor, dime un adjetivo.
--No puede ser.
--Sí, ahora ya sí, porque estamos dialogando.
--Primavera de mis entretelas eres dulce con tu cálida mirada y tus mágicas manos.
--Son tres adjetivos –rió.
--Es lo menos que te mereces.
Un beso descarnado y florido alumbró la gélida mañana berlinesa.
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