lunes, 25 de mayo de 2015

El libro de las ilusiones

El libro de las ilusiones. Paul Auster.

Anagrama: Barcelona, 2003. 344 pp. 19,50 euros (hay ediciones de bolsillo).


Por J. Teresa Padilla

Miércoles, 6 de mayo (o algo así), 11 a.m. (la hora sí sería más exacta, aunque no del todo), librería de segunda mano (esto sí que es literalmente cierto), diez euros de presupuesto (me tengo que imponer este tipo de límites o me pierdo, la verdad). En mi mano izquierda firmemente asida una novela a la que no podía renunciar por seis euros. Quedan, pues, cuatro más. Dilema: El teatro de Sabbath, de Philip Roth. Seis euros. Me paso del presupuesto. Poco, lo sé, pero me comprometí a no volverlo a hacer nunca en la última sesión de CCL (o sea, compradores compulsivos de libros) Anónimos (los compradores, no los libros, que pueden perfectísimamente tener autor conocido). En éstas (sí, con acento) aparece una segunda opción que redondea el presupuesto con una exactitud total y tal vez premonitoria: El libro de las ilusiones, de Paul Auster. Dos norteamericanos, por aquello de irme desprendiendo de mis prejuicios respecto de la la literatura anglosajona.
“Prefería follar con Drenka, prefería follar con cualquiera, antes que ver el programa televisivo de Tom Brokaw”.

Hojeando y ojeando la opción rothiana di con esta frase. Sonreí, claro, porque, aunque apenas le he leído (Patrimonio), lo reconocí. No sé si exactamente a él (no creo), más bien reconocí a ese tipo de autores con los que suelo entenderme (o sea, a los que suelo sonreír involuntariamente a modo de saludo). En su contra, sin embargo, estaba, por un lado, el compromiso con los dichosos CCL Anónimos (no tenía ganas de confesar ante todos en la siguiente reunión la frase que me había llevado a recaer) y, por otro, lo mucho que a todo el mundo parece gustar Paul Auster.

Sí, daba la casualidad de que llevaba un tiempo encontrándome con artículos de los que parecen ser los gurús del “blogueo” literario que lo ponían por la nubes. Así que, aunque hacía mucho tiempo había leído Tombuctú (regalo que tenía predestinado como conocida -en el reducido círculo en que lo soy- amante de los perros) y no me había dejado ningún recuerdo reseñable (ni agradable ni desagradable), empezaba a sospechar que puede que me estuviera perdiendo algo importante. Algo sin lo cual nunca llegaría a ser tomada en serio como “crítica literaria”.

En fin, entre unas cosas y otras, terminó ganando Auster. Y eso a pesar de que para nada era una buena señal mi falta de entusiasmo por Tombuctú habiendo perro de por medio. Renuncié, pues, aunque sólo de momento, a conocer a la pobre Drenka en aras de mi improbable respetabilidad (en el mundo de los blogs literarios y de las reuniones de los CCL Anónimos).

En El libro de las ilusiones un profesor universitario que acaba de sufrir una tremenda pérdida (la de su mujer y sus hijos en un accidente aéreo) consigue sonreír ante la actuación de un desconocido actor de cine mudo. Este actor había desaparecido misteriosamente al final de los años 20, aunque se le daba por muerto.  David Zimmer, el profesor, también se daba por muerto hasta que se descubrió riendo ante las imágenes mudas de Hector Mann. Con el fin de explorar esta posibilidad (la de poder, a pesar de todo, seguir viviendo) o al menos de conservarla como posibilidad, Zimmer decide escribir un libro de investigación sobre el actor. La publicación del mismo devuelve a la vida, aunque sólo sea a la de Zimmer y muy brevemente, al actor, y en este proceso, no exento, de nuevo, de dolor, también el profesor volverá definitivamente a la vida.

Es una novela interesante, inteligente (demasiado, quizás), que se lee sin esfuerzo e incluso con impaciencia por conocer su desenlace. Pero... Auster sigue sin darme frío ni calor. Lo mismo me he equivocado de obra, pensé. Y para confirmarlo me puse a curiosear lo que había publicado sobre ella y la valoración que merecía en el contexto del resto de la obra austeriana. Para algunos es una de sus mejores novelas. Para otros, de las más flojas. Si he de ser sincera (aun a costa de quedar definitivamente excluida de los círculos que importan), me ha parecido una estupendamente bien escrita novela de consumo masivo. Una novela que se abstiene de profundizar en los temas que plantea para no perder la imprescindible amenidad que la haga apta para todos los públicos. Probablemente los conocedores de los pilares sobre los que se levanta el "mundo de Auster" sean capaces de reconocerle en sus obras. Yo sólo veo a un escritor envidiablemente hábil, pero que parece renunciar a un nombre y a un mundo demasiado propios.

No sé por qué me engaño a mí misma. Lo cierto es que no soy tan inteligente, ni tan educada, ni tan correcta. Que no soy digna de Auster. Demasiado americano (americano culto) para mí. No sólo no soy americana, sino que, encima, vengo de un barrio madrileño bastante vulgar. Me equivoqué. Tenía que haber elegido, sin duda, a Philip Roth. Con él, seguro que me entiendo mejor.

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