lunes, 11 de mayo de 2015

En un rincón de Ávila

Por Marisa Díez

Desde que regresé de mis vacaciones en Candeleda, la pasada Semana Santa, tengo a la jefa detrás de mí para que le escriba un artículo, o algo similar, acerca de mi pueblo adoptivo. No hago más que darle vueltas al asunto y me ocurre lo que al maestro, “busco mirando al cielo inspiración y me quedo colgada en las alturas”. Con la cancioncita resonando continuamente en mi cabeza, no encuentro un planteamiento que me parezca válido y pueda complacer a todo aquel que se vaya a decidir a leer estas líneas. Por mi mente se cruzan un sinfín de ideas que voy desechando, una tras otra, por el temor a que resulten inapropiadas o poco ajustadas a la realidad para el común de los mortales. Me provoca cierto respeto imaginar la interpretación que al leerlo pueda hacer, por ejemplo, mi amigo Santi, candeledano de pura cepa que se pasa los días contando las horas que le faltan para regresar, desde Madrid, a su paraíso particular. O lo que pueda pensar mi cuñado Antonio, que un día decidió emigrar a la capital y desde entonces casi podría asegurar que, en su pensamiento, un día vivido lejos de su pueblo es un día perdido.

Si me decido a escribir acerca de las bondades del paisaje o del clima del lugar, no se me ocurre nada nuevo que ofrecer diferente a lo que puede encontrarse en cualquier guía turística. Que es un cruce de caminos, entre Toledo y Cáceres, pero en la provincia de Ávila. Que su paseo de palmeras a la entrada del pueblo sorprende al viajero que llega por primera vez; o sus calles plagadas de naranjos, que le confieren ese olor inconfundible, especialmente en primavera. Que su casco antiguo, con sus calles de casas encaladas y sus balconadas de madera, es un reflejo de lo que encontraremos si seguimos de camino a los pueblos de la Vera extremeños. O que sus gargantas de aguas cristalinas, con sus piscinas naturales, hacen las delicias de los visitantes, sobre todo en los meses de verano. Nada, al final, que no se haya escrito mil veces. Pero a mí me gustaría expresar algo insólito, diferente, original. Así que entonces, de nuevo, volvemos al principio, “y no se me ocurre nada”.

Podría ponerme un poco ñoña y contar, por ejemplo, que en Candeleda descubrí de niña el aroma del pan recién horneado. Que admiraba un cielo plagado de estrellas que ni en las noches más despejadas podías disfrutar en la capital. Que allí, al abrigo de las cumbres de Gredos, en el valle del Tiétar, pasé los mejores veranos de mi infancia y adolescencia, cuando no faltaba nadie en mi lista de personas imprescindibles. Que en Candeleda, año tras año, fui añadiendo nuevos nombres a mi cosecha particular de amigos, muchos de los cuales, a fecha de hoy, todavía conservo. Que me siguen asaltando las ganas de escaparme cada cierto tiempo, cuando el día a día se te hace cada vez más cuesta arriba y necesitas huir para reponer fuerzas.

Podría contar que, desde que descubrí aquel rincón de Ávila, no he encontrado otro lugar que me cargue las pilas en los momentos difíciles. Y que, paseando por sus calles y en algún recodo del camino, me parece en ocasiones escuchar nítidamente unas voces, incluso algunas risas, que se encontraban escondidas en mi memoria y consiguen remover algo extraño en mi interior. Que a veces siento cómo los recuerdos pueden llegar a ser tangibles y se diría que, incluso, los puedo tocar, porque están allí para darme el empujón necesario y, sobre todo, evitar que desfallezca. Y al final, cuando regreso a Madriz, a mi ciudad, estoy deseando de nuevo que llegue el día de volver.

Y de repente, con cierto resquemor, me descubro sintiendo casi lo mismo que mi amigo Santi o mi cuñado Antonio. Es entonces, en ese preciso instante, cuando pienso que debería escribir algo original sobre mi pueblo de adopción, aquel que elegí desde niña. Y sin embargo me encuentro “perdida en un montón de palabras gastadas”, como el maestro. No hago otra cosa que pensar y pensar…, y no se me ocurre nada.


11 comentarios:

  1. Escribe cuando no se te ocurra nada, se te da muy bien.

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  2. Gracias por el chute de autoestima, Juana. No sé qué haríamos sin ti...

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  3. ¡Qué bonitos son los pueblos avileños! Nada tienen que envidiar a los pueblos caribeños.

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    1. Hay pueblos abulenses para todos los gustos (los buenos y los malos gustos). Los hay, incluso, con más población bovina avileña que humana abulense. Yo, como de niña no tuve la oportunidad de adoptar pueblo, me he convertido en una madrileña irredenta y no termino de adaptarme al pueblo abulense que sí han adoptado mis hijos: me estresan más las moscas que el tráfico. Dicho esto, comprendo que para un niño el pueblo significa libertad de movimientos y la ciudad un estado de alerta permanente y, encima con colegio. La competencia es desleal. ¿Nada que envidiar a los pueblos caribeños? Pues puede que no. Estos tendrán playas, los abulenses unas vacas avileñas con las que haya que andarse con mucho ojo.

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    2. El próximo finde que vaya a Candeleda te llevo conmigo, Teresa. Ya verás como tú también lo adoptas. A Anónimo le podemos dejar en el cine, que también hay, no nos privamos de nada. Y nosotras a lo nuestro.¿Te hace?

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    3. ¿Que tiene hasta cine? Candeleda no es un pueblo, es un superpueblo. Me iría sin pensar contigo, pero no sé qué van a opinar aquí de que me vaya a un pueblo abulense cuando no quiero ir a otro... Mis hijos no me vuelven a hablar, fijo.

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  5. Te acuerdas de las horas que pasábamos sentadas al lado del puente de la gasolinera? xoxox

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  6. No me parece nada indeseable este "tú pueblo".

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  7. Pues no, en absoluto. Yo más bien diría que es bastante adictivo. Si es que no lo conoces ya, date una vueltecilla, Anónimo.

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