miércoles, 28 de enero de 2015

De pérdidas y elegías

Por Marisa Díez

Un amigo perdió hace unos días a su padre y ahora se encuentra en esa etapa a la que los estudiosos del duelo denominan “de la aceptación”. Siempre me ha resultado curioso esto de clasificar tu dolor. Dan por hecho que, ante un acontecimiento de esta envergadura, todas las personas van a llorar en un momento puntual; van a rebelarse después contra una situación que les desborda y consideran injusta y, por último, van a aceptarlo, en mayor o menor medida, y convivir con ello sin más.

Y sí, puedo entender que los sentimientos y actitudes a la hora de eso que llaman “elaborar el duelo” sean similares en la mayoría de los casos. Pero lo que tengo claro es que cada persona se enfrenta a ello como buenamente puede, porque nadie te ha enseñado nunca cómo debes hacer para continuar sin esa persona a la que consideras fundamental y única en tu vida.

Jamás me atrevo a dar consejos en estas situaciones. Sólo se me ocurre escucharles y dejarles llorar, que intenten expulsar ese dolor que en un primer momento te atenaza y no te deja continuar. Esa desolación que nunca sentiste, que es física pero también un poco irracional. Y a veces hasta jurarías que los males del alma existen y los puedes palpar. Ese momento de faltarte un poco el aire para respirar. La angustia de la pérdida la manifiestas de forma tangible y te asusta. Y sólo puedes llorar.

Mi amigo está triste y no sabe bien cómo luchar contra su pena. Hace unos años decidió dar un golpe de timón a su vida y se enfrentó a esos viejos fantasmas que le habían acompañado desde siempre. Alejó de su lado todo aquello que le resultaba tóxico y le impedía avanzar. Se apoyó en su familia y en sus amigos, ésos que siempre habían estado ahí aunque en ocasiones los hubiera dado por perdidos. Recuperó toda su vitalidad, su empuje, su alegría, ayudado por su entorno más cercano y por la estabilidad que le produjo el haberse liberado del lastre que había arrastrado durante demasiados años.

Hace un tiempo que mi amigo ha recuperado su vida y su dignidad. Pero el otro día me preguntaba cuánto tardaría en aceptar su pérdida. Cuándo podría alejar de su cabeza esas imágenes que le vienen cada mañana, cada tarde y cada noche. Los últimos gestos, las últimas palabras… Esa película que repites en tu mente una y otra vez, que te martillea como una pesadilla, y contra la que no tienes fuerzas para luchar. Sólo resignarte a sufrirla sabiendo que pasará.

Me preguntaba todo eso y no supe contestar porque cada persona se enfrenta a sus miedos sin que exista un guion escrito para seguir. Sólo pude escucharle y esperar que este tiempo pase pronto.



Mi amigo ahora, como siempre, se aferra a su música, y se lanza a escuchar aquellas canciones que le explican lo que él no acierta a expresar. Y siente como suyos los versos de Miguel Hernández en la voz de Serrat: “… que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.

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