Las brujas... Esos personajes entrañables y con tan mala prensa. Desde que descubrí la bruja de Blancanieves, soy una apasionada de ellas. Porque, seamos sinceras, ¿a quién no le gustaría más de una vez ofrecer una manzana, aunque fuera sólo un poquito envenenada, a quien crees que está haciendo tu vida más difícil?
Son seres geniales. Utilizan la escoba para viajar y no para limpiar; no tienen que preocuparse por su aspecto físico porque siempre van despeinadas y de cualquier manera. Se ríen a carcajadas en cualquier lugar y nadie se lo reprocha. Y, además, algunas son capaces de hechizarte sólo con la mirada. ¡Y hasta pueden adivinar el futuro! Sí, decididamente, me gustaría ser una bruja.
Hay gente que se piensa que ya lo soy. Pero no es cierto. Ya me gustaría a mí, ya... Una bruja jamás estaría en mi situación. Utilizaría su bola de cristal para encontrar el lugar exacto al que debería dirigirme para, por ejemplo, entregar mi currículum con ciertas posibilidades de que, al menos, sea leído por alguna persona. Inventaría una pócima mágica para alejar de mí las malas vibraciones y los malos augurios al enfrentarme, un suponer, a una entrevista de empleo. En fin, que la manzana se la ofrecería a todos aquellos que intentan engañarnos haciéndonos ver que todo va mejor, que estamos en el camino correcto, cuando tú no ves la salida por ningún lado. Y mucho menos la luz al final del túnel.
A mí me gustan mucho las brujas. Llevo una en mi coche casi desde que me lo compré hace cuatro años y sé que me protege. El único golpecillo que le di, que dejó el lateral destrozado a los quince días de comprármelo, ocurrió cuando todavía no estaba colgada de mi cristal trasero. Mi bruja es una meiga, que ya sé que aún hay gente que piensa que no existen, pero haberlas, haylas.
Donde estén ellas, que se quiten las hadas. Yo nunca pude con ellas. Siempre tan bondadosas, tan perfectas. Utilizan una varita mágica. Bueno, es que sólo el nombre ya da cierta grima. ¿Varita? Mmmm. Y encima mágica, que con un toquecito hace el milagro y lo arregla todo. Vamos, que no hay quién se lo crea. Tan guapas, tan estupendas... Pobres, siempre viviendo en su mundo irreal. ¡Menudo batacazo cuando les fallen sus polvos mágicos y bajen a la tierra! Al menos las brujas utilizan la escoba, utensilio que todo el mundo sabe que existe. Pero una varita mágica, ¿eso qué es?
En fin, que yo me voy con mi bruja, que está vieja, despeinada, fea y con su nariz puntiaguada, como debe ser. Y de vez en cuando me deja su escoba y lo dejo todo limpio a mi alrededor. Aunque en poco tiempo se me vuelve a llenar de pelusas... Y vuelta a empezar.
Ya me lo dijo Sabina hace muchos años. Yo iba para reina, pero un hechicero me dejó convertida en una pobre bruja del montón.
Bruja, vale. Pero, ¿del montón? Eso jamás. De las que hechizan con la mirada, vuelan con sus escobas (barran o no barran con ellas) y no necesitan disfrazarse de Marilyn para enamorar y enamorarse, besar, reír, lllorar... ¡Yo también quiero ser bruja!
ResponderEliminarSigue hechizándonos con tus reflexiones. Genial!!!!
ResponderEliminarContinúa hechizándonos con tus reflexiones. Genial!!!
ResponderEliminarMuy buenas tus reflexiones Marisa, sigue así!
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