Fiasco. Imre Kertész.
El acantilado. Barcelona, 2003. 376 pp. 21 euros (hay edición de bolsillo por 10 euros).
Por J. Teresa Padilla
Los sagaces críticos que echaron de menos en la primera parte de la trilogía (Sin destino) algo más de emoción y tensión narrativa siguen, los pobres, sin estar de suerte. Desgraciadamente para ellos y afortunadamente para mí (y muchos otros, espero), Kertész no se parece en nada a Spielberg: nada más lejos de sus intenciones que provocarnos emociones fáciles que nos reconcilien con nosotros mismos y, por extensión, con el resto del mundo. Eso sí, recuerdo que también se quejaban de la linealidad y monotonía impuestas al relato por su antipático narrador adolescente, y estas oraciones sí que han sido escuchadas esta vez. Mucho me temo que lo van a terminar lamentando.
Bienvenidos a un juego de espejos en que los tiempos y los personajes se multiplican, mezclan y confunden. Fiasco, la segunda parte de la trilogía dedicada a la ausencia de destino, comienza. En la página 1, como cualquier novela y, de nuevo, pero otra (o quizás no) en la 121.
Pasamos del narrador en primera persona de Sin destino a la tercera persona. O eso parece (no os fiéis de las apariencias). En la primera parte, hasta la página 120, este narrador nos presenta a un “viejo”, que ni siquiera propiamente es viejo (al menos en términos de edad), encerrado en su diminuto apartamento, sentado ante su secreter y en su “hora de pensar” (o de hacer que piensa). El “viejo” es escritor (a falta de una profesión mejor). Nuestro narrador revela cierto cansancio ante la pobreza del personaje que le ha tocado en suerte, con el que parece tener una familiaridad que viene de lejos y que le conduce a amargas reflexiones sobre su carácter y su (in)capacidad que no se reprime en compartir con nosotros. El “viejo” es escritor (por decir algo, insiste nuestro impertinente narrador) y, como tal, busca ideas para escribir una novela (que es lo que hacen los escritores). Mientras lo hace relee viejos papeles en busca de inspiración, entre ellos los que escribió hace tiempo sobre el proceso de escritura de su primera novela, Sin destino, y lo que su conclusión le supuso (por ejemplo, convertirle en algo que no está seguro de ser o haber querido nunca ser: escritor). O sea, que resulta que el “viejo” es nuestro György.
Esta lectura en principio no parece llevarle a ninguna parte, pero en otra carpeta encuentra otro apunte que considera sí puede servirle para iniciar la nueva novela: unas líneas sobre un tal Köves al que le niegan tres veces el pasaporte que sólo ha solicitado en dos ocasiones, enigmático hecho que le decide a iniciar un viaje. Una vez bien colocados los tapones que le aislan de su ruidoso vecino de arriba y de las llamadas de su desengañada (con respecto a él, básicamente) madre, inicia la escritura de su nueva novela: Fiasco.
Esta novela sigue escrita en tercera persona, pero el narrador es ahora el “viejo”, claro, un escritor profesional que no se va a permitir interrumpir su curso con comentarios mordaces sobre su personaje, en este caso Köves. Köves parte de Budapest y llega a un extraño aeropuerto. Mientras espera que revisen sus papeles (que dados los antecedentes que conocemos no deberían estar muy en orden), nos enteramos de la motivación última de su viaje: cambiar de vida o darle un vuelco, un giro. Porque Köves no tiene más remedio que reconocer que su vida es un error, un fracaso. Un fracaso que venía de lejos, le había llevado a vivir como un extraño su propia vida y que, por un momento (diez años), creyó poder corregir escribiendo una novela. Pero esta no ha hecho sino poner de manifiesto la enorme magnitud del error: acabada la novela, que fue rechazada, nuestro protagonista se encuentra “objetivado” en un oficio, el de escritor, en el que no se reconoce y que le pone en un callejón sin salida. Lejos de recuperar su vida con la novela, la novela le impone otra que no puede reconocer como suya.
Ni que decir tiene que Köves, Grygöry y el “viejo” (ahora el narrador) son una misma persona (todo lo idéntica a sí misma que puede ser una persona en tiempos tan distantes de su vida y encima obligada por sí misma a devenir continuamente en una entidad de ficción).
El caso es que finalmente Köves recibe de las autoridades aeroportuarias el beneplácito para empezar su “nueva vida” en “casa”. Y aunque sorprende que consideren que ha llegado a casa cuando él cree haber salido precisamente de ella, lo cierto es que todos los lugares le resultan a nuestro protagonista extrañamente familiares. Duerme en la calle junto a un pianista cuyo mayor temor es que cuando vayan a buscarle le saquen de la cama; es despedido de un empleo que nunca ha tenido; hace amistades que le proponen escribir una comedia (justo lo que hacía antes de verse convertido en escritor de novelas); trabaja en una fábrica; conoce a un alter ego que termina perdiendo la razón; experimenta el sexo como forma de redención corporal e incluso termina viéndose desempeñando el papel de verdugo.
Al final, tiene la oportunidad de huir, pero no puede. ¿Adivináis por qué? Tiene que escribir una novela. ¿Qué novela? Pues ella, la misma de siempre, la única posible para él. La que le llevó y llevará al fracaso, sí. Y a la libertad, a la vida humana.
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