Llegó a este mundo sin ninguna gana de abandonar el vientre materno. Hubo que sacarla a la fuerza, con un extraño artilugio que llaman fórceps, lo que le produjo una pequeña señal en la frente que se mantuvo durante meses. Nada impidió que se convirtiera en una preciosa niña rubia, con grandes ojos azules de inequívoca herencia materna. Y con un marcado carácter, de ideas claras e irrefutables, porque lo que ella decía no admitía discusión. Era así y punto.
Quizá por ello, a la hora de elegir su futuro, tuvo pocas dudas. Siempre fue una buena estudiante. Desde muy joven decidió que sería bióloga y se dedicaría a la investigación. Pasado un tiempo descubrimos que, en su elección, tuvo bastante que ver la enfermedad que sufrió una de las personas más importantes de su vida, su abuelo, al que ella adoraba y admiraba a partes iguales. La dedicatoria, años después, de su tesis doctoral, no dejó lugar a dudas: “A mi estrella”.
Pero tuvo que marcharse. Primero de forma temporal, durante tres meses, aprovechando una beca conseguida gracias a su esfuerzo y a la experiencia que le dio trabajar durante unos años en la Universidad Autónoma de Madrid. Luego llegaron los recortes, se quedó sin empleo y decidió beneficiarse de las posibilidades que le ofrecían al otro lado del charco. Y por allí anda, por tierras neoyorquinas, encantada de su experiencia y sacándole provecho a la vida.
A nosotros nos ha dejado un poco huérfanos y enganchados de forma permanente al Whatsapp, al Facebook y al Skype. Sólo ella ha conseguido que su madre, por fin, se decidiera a dar uso a las redes sociales y a manejar el ordenador como una verdadera experta en Internet.
Y aunque todo está lejos de ser un cuento de hadas, no hay duda de que tendrá un final feliz. No sabemos cuándo, ni de qué manera, pero volverá. Y, al igual que ella, todos los que obligatoriamente tuvieron que marcharse. No tan jóvenes como son ahora, pero seguro que sobradamente preparados.
A todos, lo sabemos, les guía su estrella.
(A mi sobrina Raquel y a todos los que, en los últimos años, han tenido que marcharse lejos en busca de sus sueños. Porque "el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla").
"En tierra extraña", de la copla a la realidad, que allá es donde ha partido nuestro caudal, y hoy esa tierra extraña se hace palpable, y en el punto de mira lo ha observado la cineasta Icíar Bollaín en su documental "En tierra extraña", ya no extraña que en esta tierra la gente se vaya.
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