A veces el pasado se decide a dar una vuelta por tu vida sin previo aviso, en forma de encuentro casual o de visita inesperada. En ocasiones puede ocurrir que tú misma salgas a su encuentro, decidiéndote, por ejemplo, a visitar de nuevo uno de aquellos garitos que solías frecuentar en tu época de estudiante, lejana en el tiempo pero no en tu memoria. Algo de esto debía de pasar por mi cabeza cuando hace unos días me arriesgué por fin a descubrir lo que se escondía detrás de la fachada de un bar legendario y que marcó una época en mi juventud: las Cuevas de Sésamo, en el centro de Madrid.
Fue franquear la entrada y empezar a removerse en mi interior una cascada de sensaciones difíciles de explicar. El local conserva su aspecto original, o al menos el que yo recordaba, sin grandes variaciones. Dos pequeñas salas, con sus mesas y sus taburetes de antaño, diría que los mismos manteles rojos y, por supuesto, el piano, que me evocó de manera inmediata aquella canción de Ana Belén, o de Billy Joel en su versión original para ser exactos.
Con su música de fondo y su obligada jarra de sangría –la especialidad del local, que yo recordaba de un sabor mucho más genuino en aquellos años ochenta- me abandoné a la lectura de las citas literarias que adornan sus muros de piedra y que han permanecido inmutables al paso del tiempo. Las Cuevas de Sésamo conservan su sabor añejo y provinciano. Podría asegurar que los camareros son los mismos desde hace generaciones y que el hombre del piano no ha variado en lo esencial su repertorio en todos estos años. Sólo vislumbré algún cambio en el personal que se divertía en las mesas cercanas. Gente muy joven –o a mí me lo pareció, pero es que yo a veces me obsesiono con la edad- y muchos turistas empeñados en saborear encantados aquel brebaje al que llaman sangría.
Salí de allí con una sensación agridulce. Últimamente, no sé por qué, me asaltan a menudo personas o sucesos del pasado que ponen en jaque mi frágil equilibrio emocional. Personas que creías ya amortizadas en el tiempo y que aparecen en tu mundo de repente y sin avisar. Aquellos que un día fueron importantes en tu vida y que, poco a poco, sin que te llegaras a explicar nunca la razón, fueron alejándose de tu camino. Hasta que, de improviso, encuentras un mensaje en tu Facebook de aquel amigo que hace tiempo se marchó a recorrer mundo y al que perdiste la pista sin tener ninguna esperanza de volverle a recuperar. O tu teléfono suena de repente para escuchar de nuevo la voz de aquella persona que nunca olvidaste, a quien, a fin de cuentas, la vida no trató del todo bien y vuelve a ti en busca de aquella complicidad de la que siempre disfrutasteis.
Y, por alguna razón que no aciertas del todo a comprender, sientes que el tiempo no ha pasado tan deprisa como creías. Que, a fin de cuentas, eres capaz de volver a hacer un hueco en tu día a día para toda aquella gente que te hace sentir importante, necesaria, especial, mágica. Y te decides, como fue mi caso, a crear uno de esos odiosos grupos de whatsapp en el que integrar a todos esos amigos que un día fueron tan indispensables para ti, que te convirtieron, más o menos, y con pequeñas variaciones inevitables de la edad, en la clase de personaje que eres hoy. Y por ello le pones un nombre verdaderamente lleno de mala baba, tipo “viejas glorias” o similar.
A todos mis amigos, incluidos por supuesto los de mi nuevo grupo de whatsapp, les invito a tomar un par de jarritas de sangría en las Cuevas de Sésamo. Quizá, entre trago y trago, seamos capaces de explicarnos qué pasó con nuestras vidas, cómo fue lo de no olvidarnos, y por qué, de repente, el pasado nos empuja una vez más a seguir tirando hacia adelante.
Las Cuevas de Sésamo están en la calle Príncipe, número 7, muy cerca de la Plaza de Santa Ana, en Madrid.
¡Las Cuevas de Sésamo! Qué tiempos... Allá por la Edad Media
ResponderEliminarPues ya ves, Juana, todavía se mantienen en pie.
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