La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche). Stefan Zweig.
Acantilado: Barcelona, 1999. 336 pp. 19 euros.
Por J. Teresa Padilla
Esta semana ha sido el cumpleaños de Juana, que hemos celebrado como se merece en este blog, y, por raro que resulte a los que me conocen un poco, estoy preparada para hacer la reseña de uno de sus autores preferidos. Eso, al menos, confesó cuando comentó la que hice de La extraña. Además, sé de buena tinta que anda interesada en las diversas modalidades y formatos del relato biográfico. Por todo esto, y sin que sirva de precedente, creo que acierto si le regalo mi particular lectura de este título concreto entre la amplia obra de este prolífico escritor austríaco. Supongo que ella, que es muy exigente, hubiera preferido la de alguna María (Estuardo o Antonieta), pero una da de sí lo que da y, dejando aparte que no hubiera llegado a tiempo, yo soy más de escritores que de reinas.
La lucha contra el demonio es un ensayo biográfico, aunque no pretende narrar la historia de una vida (o, en este caso, de tres). Al final de estos ensayos sobre Hölderlin, Kleist y Nietzsche, el propio Zweig los describe como una exposición de la vida de estos autores como tragedia espiritual y no como historia. Se trata, pues, de biografías intelectuales, espirituales o artísticas: lo que nos narran es, en realidad, la evolución o la vida, no de estos tres autores, sino de su obra. Eso sí, lo hacen de una manera plástica, ella misma literaria, y presentándonos siempre al ser humano vivo que hay detrás de esa obra. Pero, aún así, este ser humano y su propia historia sólo interesan en la medida en que arrojan luz y sirven para entender o ilustrar su legado intelectual o literario. Es un texto, pues, “biográfico” en un sentido peculiar y casi accesorio. Claro que también puede calificarse de “ensayo” en este mismo sentido. El término "tragedia espiritual" no sólo puede aplicarse a la perspectiva desde la que Zweig contempla la vida de estos autores, sino también a su propio texto, que bien puede leerse él mismo como una obra trágica, porque es, sobre todo, literaria.
Conforme a este carácter literario, no podemos esperar de los ensayos incluidos en este título profundidad (en un sentido teórico). Son, en el mejor sentido de la palabra, obras de divulgación. Simplificadores resultarán, seguramente, para aquellos que ya tengan un conocimiento previo suficiente de la obra de estos autores. Estimulantes y clarificadores para los que no, o no el suficiente. Sobre todo porque contagian al lector la pasión y el amor que el propio autor demuestra por la literatura en general y, en este caso, los autores de los que aquí habla.
Stefan Zweig (aprox. 1912) |
En realidad, lo que hace Zweig con Hölderlin, Kleist y Nietzsche es una caricatura: elige un rasgo que, para él, comparten y ejemplifican de maneras diversas. Este rasgo es el carácter “demoniaco”, en el sentido griego del término, de su actividad creadora. Los tres, cada uno a su manera, se enfrentan con este “demonio” y los resultados de esta lucha se reflejan en su obra hasta que, de una manera u otra, sucumben a él y tienen un final trágico.
Zweig se sirve de la analogía, más que para subrayar el rasgo común a los tres, para destacar precisamente la diferente forma en que sufren esta “posesión” demoniaca. El íntimo parentesco se logra, más bien, contrastándolos con otras grandes figuras literarias: Schiller y, sobre todo, Goethe.
Así, Hölderlin aparece llevando hasta el límite y el extremo la negación de lo accidental y de lo concreto que representaba Schiller, dando así lugar a una poesía que es pura forma, huida de la realidad o, mejor aún, nostalgia de los orígenes. Una poesía que termina siendo oracular o pítica cuando su autor queda reducido a la nada de la locura. Olvidado de sí mismo, devenido en un tal Scardanelli, Hölderlin seguirá creando poesía durante 40 años.
Heinrich von Kleist es, quizás, el más desconocido de los tres. Hermético e inquieto, su obra (y vida) es a la vez ejemplo de sus intentos por liberarse de su demonio como de su entrega a él. Si Hölderlin, por su búsqueda de la pureza extrema, se apartaba del mundo y la realidad y no mostraba interés alguno por el ser humano como tal, Kleist, en su obra dramática, se aleja de todo lo cotidiano y busca lo excesivo, lo anárquico, lo pasional en el hombre. Obra dramática que contrasta con la novelística, de una objetividad extrema. Este contraste ejemplifica el conflicto vital de este autor entre su demonio interior y su rigidez y autodisciplina prusiana. Sólo al final, en su última obra (El príncipe de Homburg), perdida la esperanza, resignado a su destino (a la victoria del demonio) y preparado para morir, alcanza el equilibrio y la perfección.
El Nietzsche que nos presenta Zweig no es el filósofo, ni puede serlo. Lo que se nos cuenta aquí es su vida como una tragedia de posesión demoniaca y, si la obra de un literato puede interpretarse en algún caso como producto de una “posesión”, resulta casi contradictorio hacerlo con la de un pensador. El filósofo busca la verdad pero, sobre todo, la autonomía, la libertad de su búsqueda. Aquí, sin embargo, Nietzsche es, como Hölderlin y Kleist, víctima y esclavo de su demonio. A diferencia de los esposos fieles (Kant –por el que Zweig no puede disimular su especial antipatía- o Fichte), Nietzsche es, según Zweig, un don Juan de la verdad. Y lo es por temperamento, no por reflexión. Está sometido a una pasión de la que no puede hacerse dueño, aunque en este caso sea la pasión por la verdad. Vemos cómo esta pasión le atormenta, cómo lucha con ella y cómo poco a poco esta lucha, a la vez que le aleja de la filosofía y le lleva al arte (a la búsqueda de la ligereza, de la gracia capaz de redimir de la pesadez y oscuridad a la propia verdad), le destruye.
Gracias Teresa. Menudo regalazo una reseña sobre una obra de Stefan Zweig, uno de los mejores escritores del siglo XX. Conozco el estudio sobre estos tres endemoniados, discípulos de los dioses (viene a ser lo mismo), a quienes lo terrenal les resulta ajeno y el caudal de creatividad les supera y vapulea. El Romanticismo se llevó por delante a muchos de estos creadores en los que la poesía y el conocimiento se funden en una búsqueda del ser comparable a la de los místicos. Quizás por eso, a continuación de esta reseña te ha surgido la de Teresa de Ávila.
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