miércoles, 11 de marzo de 2015

¡Por fin torrijas!

Foto: Tamorlan

Ingredientes: 

1 barra de pan (para torrijas o normal, pero duro). 

1 litro de leche entera (o 1 litro de vino, o ¾ de leche y ¼ de vino). 

3 cucharadas de azúcar (más el que se use para espolvorearlas al final o para hacer el almíbar). 

2 o 3 ramas de canela. 

Bastante aceite (de oliva o girasol). 

Para el almíbar: 

½ litro de agua. 

125 g de azúcar. 

1 peladura de limón y lo que se quiera (vino, miel…). 


Por J. Teresa Padilla

Hoy tomo yo el relevo al señor Ruiz en esto de cocinar porque me acabo de dar cuenta de que tenemos esta sección de Cocina como amor y poesía la mar de abandonada y cualquiera da con él en estos días tan primaverales con lo que le gusta pasear de cine en cine. Mi receta no tendrá tanta poesía, ni mucho menos acompañamiento jazzístico, que ni la poesía ni el jazz son lo mío. Eso sí, amor tengo para dar y tomar (otra cosa es que encuentre de quién tomarlo y esté de humor para darlo).

Ya queda menos para Semana Santa y ya iba siendo hora de que nos pusiéramos a hacer torrijas. Sí, las de las pastelerías tienen una pinta estupenda, pero salen por un ojo de la cara y, en realidad, no están mucho más ricas que las que podamos hacer nosotros. A las mías nadie les ha puesto pegas y eso que se junta una servidora, que no está especialmente dotada para la cocina, con un público muy exigente y más que dispuesto a dar una opinión sincera y, preferiblemente, negativa de mis resultados culinarios. Conclusión: es sorprendentemente fácil hacer torrijas. Y para nada caro.

Entonces, ¿por qué sólo las hacemos y comemos en Cuaresma? Pues porque somos animales de costumbres. ¿Y de dónde viene la costumbre? Pues no he logrado averiguarlo, y no he terminado de entender qué puede tener que ver que se coma menos carne con que sobre más pan, única explicación que he encontrado por ahí. En cualquier caso, como en mi casa no hay forma de que sobre pan ni ninguna otra cosa comestible que entre por la puerta, lo haga en la cantidad que lo haga, pues uso el famoso pan para torrijas o pan bombón. Un eurito cuesta la barra (poco más que el pan normal).

Una vez tenemos el pan, hay que cortarlo. Yo no sigo exactamente las marcas de la barra, sino que tiendo a la oblicuidad. Así salen de diferentes tamaños y no dudas luego en comerte alguna de las más chiquitinas entre horas, así, sin venir mucho a cuento. El grosor, de un dedo o dedo y medio (todo depende del tamaño del dedo). No sé… ¿Dos centímetros?

Luego ponemos a calentar la leche (un litro por barra más o menos) con tres o cuatro cucharadas de azúcar (o más, si sois golosos y/o no vais a bañarlas al final con almíbar) y un par de ramitas de canela. Que la leche sea entera, por favor, que la torrija light no existe y no tiene sentido buscarla. Eso sin contar con el hecho de que elaborarlas nosotros mismos implicará un gasto calórico que de algún modo habrá de compensarse, digo yo.

Ojo: eso sí las queréis hacer de leche. También pueden hacerse de vino, solo o con leche. Debo reconocer que así no las he preparado nunca, entre otros motivos porque ni había caído en esta posibilidad, pero de este año no pasa. En este caso hay que poner a calentar, en lugar de la leche, un litro de vino (blanco o tinto, dulce o no, un poco al gusto de cada cual, aunque deberemos ajustar la cantidad de azúcar al dulzor final que busquemos). Si optamos por el camino del medio, o sea, el vino con leche, a la leche ya calentada con el azúcar y la canela (y una vez retirada ésta), le añadiremos una copita del vino que más nos guste. Yo voy a probar este año las de vino puro, porque no me van las medias tintas y porque, con un poco de suerte, no gustan tanto a mis hijos y toco a alguna más, que me suelen dejar sólo las de los bordes del pan.

Llegamos ahora a un momento delicado. Por lo menos subjetivamente delicado: encontrar una fuente lo suficientemente amplia como para disponer las rebanadas de pan horizontalmente (por supuesto) sin tener que montarlas unas encima de las otras. Esto último siempre es una mala idea, porque las rebanadas de abajo quedarán demasiado empapadas y las de arriba demasiado secas. Amplia y lo bastante plana para que todas las rebanadas se empapen por igual sin que se derrame la leche que no sea inmediatamente absorbida. En realidad, si hay alguna verdadera dificultad en la elaboración de las torrijas se reduce a encontrar la susodicha fuente. Una vez hallada (en mi caso una gigantesca que se empeñó mi madre que comprara por si alguna vez asaba, supongo, un cordero entero, lo que nunca ha sido el caso) y dispuestas las rebanadas sobre la misma, toca verter sobre ellas la leche (o el vino, o el vino con leche). Se dejan un buen rato, hasta que absorban todo el líquido y sean fácilmente manejables, porque ahora toca pasarlas por el huevo, más exactamente por los huevos (dos o tres, más bien tres).

Antes de eso hay que acordarse de poner a calentar el aceite en que vamos a freírlas, no vayamos a tener que quedarnos como unos tontos con la torrija chorreando huevo en la mano mientras éste se calienta. Hay quien usa aceite de oliva y quien prefiere, por tener menos sabor, el de girasol. Como esta partida es la que encarece más las torrijas, vale la pena probar con este último. En mi opinión salen igual de ricas, claro que yo no soy muy sibarita.

Toca freírlas, con cuidadito de no salpicar, y por los dos lados. Tardan exactamente un momentito de nada por cada lado. A continuación se ponen sobre papel de cocina que absorba el exceso de aceite.

Por último, se espolvorean con azúcar, azúcar y canela o con almíbar. Lo del almíbar es un mundo, porque hay miles de formas de hacerlo: la base es la misma siempre (agua con azúcar cocida unos diez minutos con una peladura de limón que hay que dejar enfríar), pero a ella se le puede añadir miel, vino…

Y nada más. A dejar que se enfríen y a disfrutarlas, que la Semana Santa dura un suspiro.

2 comentarios:

  1. Ricas las torrijas, si señora. Pero el último párrafo no lo aplico, no me gusta el almíbar. Yo, una vez libres del aceite sobrante sobre el papel de cocina, las pongo en una fuente y las cubro de leche dulce con canela. Así, cada vez que me premio con alguna pieza de esta exquisitez, la acompaño con una cucharada de su caldito.

    Tras el ayuno, la abstinencia de carnes y tanta penitencia, las torrijas en Semana Santa son una compensación celestial. No hay que buscar más explicaciones al origen de este manjar.

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    1. ¿Más leche sobre torrijas de leche? Mucha leche me parece a mí. Tengo que probarlas, aunque lo de un almíbar con vinito dulce o hasta con un pelín de coñac como que me tira más. Sí, a mí me van más las torrijas algo borrachas, por qué será. Y ahora que lo pienso habría que ver cómo quedarían las torrijas de vino con tu baño final lechero... Tengo que ponerme a hacerlas ya, que tengo muchos experimentos que hacer.

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